Sábado, 29 de agosto de 2015 | Hoy
LITERATURA › 327 CUADERNOS, UN ADELANTO
Por Silvina Friera
“Uno hace listas para sacarse las ideas de la cabeza”, le dice Ricardo Piglia a Andrés Di Tella, mientras revisa sus diarios –que es como medirse cuerpo a cuerpo con el pasado– en 327 cuadernos, que se estrena el próximo sábado 5 a las 22 en simultáneo en el Malba y en la Televisión Pública. Y a partir del 10 de septiembre también se podrá ver en el Gaumont. Hace treinta años que el cineasta conoce al escritor. El autor de Plata quemada había participado en el documental sobre Macedonio Fernández (1995) y en Prohibido (1997). Di Tella estaba en Princeton en 2012 cuando Piglia decide “levantar campamento”, jubilarse y volver a Buenos Aires. “Lo filmé ahí, desmantelando su biblioteca, porque en ese momento me había comprado una cámara y había empezado a hacer un diario cinematográfico. El me dijo que tenía que ver sus diarios, que había intentado leerlos un par de veces y nunca había podido avanzar. ¿Existen esos cuadernos porque hay gente que duda? Sí, lamentablemente existen, me dijo.”
Di Tella recuerda que el hecho de que lo empezara a filmar le servía como excusa a Piglia para leer sus diarios, algo que le costaba mucho. “Me contó que tenía un método para usar los diarios que era agarrar uno al azar y abrirlo y usar algo de lo que estuviera ahí en lo que él estaba escribiendo. Eso le daba una conexión emocional con su propia vida a cualquier cosa que estuviera escribiendo”, revela el cineasta a Página/12. “A cualquiera le podría pasar lo mismo, es todo un pasado registrado con el que se tiene que enfrentar. Para mí la película no es un documental sobre Piglia, es como una fábula sobre un hombre y qué hace ese hombre con su memoria. Cómo hace un escritor para transformar y darle sentido en un relato a esos fragmentos dispersos del diario. Que es lo que hace un escritor, pero es lo que hace cualquiera: ¿Qué hacemos nosotros con la memoria? ¿Qué sentido le damos? ¿Cómo la usamos?”
De pronto apareció la enfermedad, que no se nombra pero se llama Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), y el rodaje se interrumpió. “Cuando paramos, empecé a hacer algunos experimentos, como filmar con los amigos de Ricardo: el Tata Cedrón, Germán García, Roberto Jacoby y Gerardo Gandini (1936-2013) –repasa Di Tella–. Ricardo me llamó y me dijo: ‘Vamos a seguir, vamos a leer’. En ese momento sabía que le estaba costando mover la mano izquierda. El increíblemente es zurdo, pero una maestra en la infancia lo obligó a ser diestro y gracias a eso pudo seguir escribiendo un montón más y pudo terminar de pasar los diarios. Y él hace todos esos chistes de que está muy embromado, de que está cantando mucho en la ducha, haciendo cosas que no estaban previstas en el guión. Hasta el día de hoy hace chistes y me dice: ‘Te conseguí un buen final dramático para la película’.” En 327 cuadernos el humor del escritor asombra y conmueve al mismo tiempo: “A medida que va pasando la película el tipo está más arruinado”, dice el escritor refiriéndose a sí mismo en tercera persona.
“Estuve con él hace un mes, cuando vio la película terminada –comenta el cineasta–. Por suerte le gustó mucho y me dijo que sentía que la poética de la película es cercana a su poética. La influencia de Ricardo en mi propio trabajo cinematográfico es enorme, es más importante lo que he aprendido leyendo sus libros, o libros que él me recomendaba, que la influencia de cualquier otro cineasta. Yo también hago películas como si estuviera escribiendo libros; hay algo medio híbrido en mi trabajo.” Una de las escenas más bellas del film es el momento en que el escritor quema uno de sus cuadernos. “Esa es una idea de él, quería hacerla sí o sí. Para mí cobró un sentido diferente del que tenía al principio; con todo lo que pasó inevitablemente las imágenes también empiezan a decir cosas que uno no necesariamente había pensado. En el marco de la película ese momento tiene muchas lecturas. Fue lo último que filmamos. Ricardo no habla y él hace como una especie de mueca o sonrisa, pero a la vez tiene la cara muy seria. Las imágenes tienen esa ambigüedad, ese misterio de qué está pasando por la cabeza de Ricardo.”
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