Jueves, 10 de marzo de 2016 | Hoy
MUSICA › OPINIóN
Por Eduardo Fabregat
“Caballeros, acaban de grabar su primer número uno.”
Sir George Martin tenía la cosa más valiosa en la industria musical: tenía oreja. En noviembre de 1962, The Beatles le presentaron una canción lenta, de entonación algo blusera, emparentada con su ídolo Roy Orbison. El productor los convenció de acelerar el tempo, darle otra fiereza al intercambio de voces, otra contundencia. Apenas terminaron los escasos dos minutos de la canción, dio su veredicto. El 11 de febrero de 1963, “Please Please Me” se convirtió en el campanazo que inauguró la Beatlemanía.
Quizá eso fue una de las cosas que cimentaron la confianza de Paul, John, George y Ringo en su atildado productor, pero lo que consolidó la sociedad no fue solo su olfato para el hit sino su talento, la visión y la capacidad para traducir las extrañas ideas de los músicos en hechos concretos. “Abbey Road era una asombrosa juguetería musical, y aunque no gané mucho dinero sí gané la habilidad de jugar, experimentar, hacer cosas como poner diarios entre las cuerdas del piano o pasar cintas al revés o a diferente velocidad”, dijo en Produced by George Martin, el documental dirigido por Francis Hanly en 2011. Allí Martin echa luz sobre un asunto no tan conocido en la historia Beatle, al ampliar sobre eso de “no gané mucho dinero”. Es que el productor fue un pilar en el suceso artístico y económico de The Beatles, pero sufrió una suerte similar a la de muchos músicos en la industria. “En 1963, después de romperme el lomo todo el año por un salario muy bajo, en EMI no me dieron un bono de Navidad. Me dijeron que ahora era un ejecutivo que ganaba dos mil libras al año, y por lo tanto no me correspondía. Todas las personas de ventas recibieron grandes bonos por los discos que vendían. Eso nunca cambió, y naturalmente quedé resentido”, detalló. Los estudiosos de la historia Beatle saben que el primer contrato que Martin ofreció a the boys concedía un penique por cada disco vendido; pero cuando quedó claro qué clase de artistas eran, Martin duplicó sin pedir permiso las regalías, lo que fue visto en EMI como una traición. Nunca se lo perdonaron.
Sir George Martin no solo tuvo visión, olfato, oreja y un gusto exquisito para el arreglo y la orquestación. También tuvo tacto para manejarse entre esas personalidades, que incluían la ansiosa presencia de Brian Epstein. Al conocerlo, The Beatles no sabían quién era pero sí admiraban a los artistas de comedia que había producido en Parlophone. Cuando, tras la primera sesión en Abbey Road, les preguntó si algo no les había gustado, bastó un chiste de Harrison (“Para empezar, está su corbata”) para que cuajara un espíritu lúdico que aceitó todo lo que vendría. Entendió y tradujo los primeros torpes pedidos, amplió los horizontes, aceptó encantado el desafío de convertir al estudio en un instrumento más, y con ello se ganó la confianza para reinventarlo todo. Tuvo incluso la presencia de espíritu para tolerar el golpe de Estado impulsado por John, que en Let it be lo sustituyó impiadosamente por Phil Spector; Sir Martin quedó dolido, pero fue el mismo Lennon quien le pidió humildemente que retornara para Abbey Road, canto del cisne y obra maestra. Por su carácter natural, el guitarrista fue quizá el más arisco con el productor: en la célebre entrevista realizada en 1970 por Jann Wenner para Rolling Stone, relativizó la tarea de Martin con palabras poco agradables... para retractarse al año siguiente, señalar que habían sido producto de un momento de enojo y reconocer que “George Martin nos hizo lo que fuimos en el estudio, nos ayudó a desarrollar un lenguaje”.
Pero Martin miró más allá de The Beatles: en 1965 se fue de EMI y fundó Associated Independent Recording, empresa en la que apoyó talentos y con la que montó su primer estudio en Oxford Street. Como para los demás Beatles, la separación de 1970 fue también una liberación. “Ya no tuve que preocuparme por conseguir un número uno, empezaron a llegar pedidos y al fin pude ganar dinero”, analizó después. Ese dinero no se tradujo en autos lujosos ni mansiones, sino en otra aventura musical, los AIR Studios de Montserrat donde se registraron proezas como Brothers in arms de Dire Straits, Steel Wheels de The Rolling Stones, el dueto de McCartney y Stevie Wonder para “Ebony and ivory” y Ghost in the machine de The Police, que filmaron el video de “Every little thing she does is magic” en la isla caribeña. El huracán Hugo destruyó el lugar en 1989, pero Sir George conjuró la tristeza abriendo otro estudio en Londres. No podía vivir alejado de su habitat natural. Solo los problemas auditivos lo separaron de aquello que amaba.
Martin tuvo, también, el don de la palabra. “Cuando me hablan de los premios y distinciones que gané, siempre me pregunto: ¿los gané yo?, ¿quién soy yo?”. Más allá de su obvio talento musical, se entendió a sí mismo como un catalizador, como un realizador. Cuando decía que “Eleanor Rigby” era “mitad McCartney, mitad Bernard Herrmann, cero George Martin” no sonaba a modestia hueca. “Grabar Sgt. Pepper fue un poco como grabar con Peter Sellers, conseguimos una imagen con sonido”, definió su trabajo en una de las obras magnas del siglo XX. Tuvo el indefinible sexto sentido para encaminar a cuatro tipos excepcionales, para que fueran mucho más que el hit de los ‘60, para que la decisión de dejar de tocar en vivo fuera acompañada por la conversión del estudio de grabación en laboratorio de maravillas. “Tuve una buena vida, llena de amor”, dijo en el documental. “Envejecer no es para blandengues, pero la verdad es que no podés hacer nada para evitarlo, y sos afortunado si llegás a viejo. Vivo cada día como si no hubiera un mañana”. Pero para tipos como Sir George Martin, pasado, presente y futuro son una convención: lo que queda es la música. En todos los sentidos.
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