CINE › MARTíN SHANLY Y EL MUNDO QUE RETRATA SU óPERA PRIMA JUANA A LOS 12
“La idea inicial era ver si podía bajar a la tierra algo de esa incertidumbre tan horrible y apocalíptica que es la adolescencia”, dice Shanly, pero los dos años transcurridos le han permitido elaborar nuevas visiones sobre su propia película.
› Por Ezequiel Boetti
Juana a los 12 está protagonizada por Rosario Shanly. La coincidencia de su apellido con el del director evidencia un posible vínculo que Google confirma: son hermanos. Por su parte, la madre de ellos repite rol encargándose de timonear el destino de la familia ficcional, y el colegio bilingüe de la zona norte del conurbano que opera como epicentro narrativo albergando las clases de Juana es el mismo en el que este egresado de la FUC pasó todos y cada uno de los días lectivos de su adolescencia. Por los pasillos y aulas también desfilan algunos profesores que en la vida real son... profesores. Nacido en Buenos Aires hace 28 años, Martín Shanly sabe que, más temprano, más tarde, llegará la pregunta que vienen haciéndole desde el estreno de su ópera prima en el Bafici 2014: ¿La historia de esa nenita de pésimo rendimiento académico, desoída por una madre y docentes enfrascados en sus universos adultos y con pocos, poquísimos amigos es la suya? “Definitivamente hay mucho de mí, no puedo negarlo”, concede, pero aclara: “Aunque no sé si puedo rotular a Juana a los 12 como una autobiografía, porque no hay ninguna escena que haya tenido su correlato en la vida real. Sí recuerdo que la idea inicial del proyecto era ver si podía bajar a la tierra algo de esa incertidumbre tan horrible y apocalíptica que es la adolescencia”.
Las entrevistas concedidas durante el festival porteño y las vísperas del lanzamiento comercial, pautado para hoy en el Espacio Incaa Km. 0 Gaumont, empujaron a Shanly a constituirse un marco teórico acerca de este relato compuesto por partes iguales de gracia y desesperación, de inquietud y misterio, y centrado en los avatares de la solitaria joven del título. Hoy, la distancia emocional y temporal –filmó en 2012, con 24 años– le permite pensar que quizá esa sumatoria de elementos conocidos a su alrededor pudo haber sido una forma de sentirse seguro ante la experiencia de rodar su primer largometraje, pero quizá también como una forma de expiar su pasado ante la certeza del crecimiento. No por nada el realizador define a Juana a los 12 como “la historia de una chica lidiando con adultos”. “En el momento sentía que estaba revolviendo porquerías del pasado. Era volver a un lugar en donde uno se sintió desamparado, a estar en espacios físicos relacionados con la infancia y representarlos con tu hermana actuando... fue una cosa medio rara mientras la hacía”, recuerda.
–¿Por qué volver a su colegio?
–Sentía que el de los colegios bilingües es un mundo tan encapsulado y protegido dentro del conurbano que nadie lo toca ni se acerca, y al mismo tiempo tiene una idiosincrasia tan clara y específica que poner actores podía empujar la cuestión a la parodia. Hay algunas profesoras que están interpretadas por actrices, como por ejemplo la de matemática, pero otras hacen de sí mismas. Me parecía mejor filmarlas a ellas haciendo lo que hacen todo el tiempo, más allá de que no buscara un registro documental ni nada.
–Pero le interesaba que se viera “real”.
–Me interesaba que fuera una representación justa, que no se tratara de ensañarme con ese lugar ni que fuera una apología de nada, sino de mostrar un espacio que existe.
–Más allá de que temiera caer en la parodia, hay ciertos elementos que apuestan al humor.
–Sí, y esos momentos a veces están puestos cinco segundos después de algo dramático porque la vida tiene eso, momentos que generan risa seguidos de otros que no. Todo eso convive en el mismo mundo, y no creo que necesariamente tenga que ser una comedia para que haya humor. Algo parecido le pasa a Juana cuando le hacen la tomografía: en cierta forma es la consumación de todos los miedos adultos, y ella no puede parar de reírse.
–La película no habla directamente sobre los motivos por los que Juana “no encaja”. ¿Cuánto hay de ella y cuánto del entorno escolar y familiar para que se dé esa situación?
–Es una muy buena pregunta y no sé si tengo una respuesta fija. Sí siento que la película empieza claramente como una de terror, con la directora diciéndole a la madre que hay un problema con la hija. Después el punto de vista gira al de esa chica rodeada de un mundo de adultos preocupados. Lo importante era entender que todos tienen sus razones y que todos pueden actuar mal.
–¿Hay una imposibilidad de los adultos de comprender a la niña o es una cuestión de desidia?
–Creo que hay una preocupación real de tratar de ayudar y una muy buena intención que viene acompañada del deseo de encajarle una etiqueta para poder organizarla y lidiar con ella. Es un choque de muchas cuestiones. Cuando tenés una persona chica a tu cargo, te pasan miles de cosas con ella.
–Esos entornos –el colegio bilingüe; la familia acomodada– hizo que muchas reseñas remarcaran la pátina crítica del film. ¿Cómo se lleva con esa idea?
–La entiendo, pero no fue la intención. Incluso dirigiendo a los personajes adultos, siempre quise entender el pulso de lo que estaban haciendo. Todos tienen sus razones. Quizás sí, el sistema educativo intenta catalogar a los chicos de una forma y si después no cumplen con una serie de cosas, se convierten en un problema que hay que solucionar. Pero no creo que la película ahonde en eso; es la historia de una chica lidiando con adultos.
–Entonces el mundo adulto también es un problema...
–Sí, no sé si ellos tienen la capacidad para entender; sí el deseo de que esté todo bien. En el mundo adulto hay una cuestión de fanatismo por la simplicidad, por tratar de resumir todo en un diagnóstico o problema específico con un nombre. Cualquier cosa inestable da mucho miedo.
–¿A esa conclusión llegó después de filmar? Usted tenía 24 años durante el rodaje, ¿en cierta forma esta experiencia lo ayudó a entender el mundo adulto?
–Sí, totalmente. Mientras dirigía me daba cuenta que sentía cierta empatía por algunos personajes que estaban como “villanos” en mi pasado. También hablar de la película después de haberla hecho de cierta manera me ayudó a organizar los pensamientos. Son cosas muy inconscientes que en ese momento salen y recién después, cuando las ves en una pantalla, empiezan a surgir razones para que estén ahí.
–Una de las escenas clave es el sueño de Juana. ¿Qué papel juegan los temas que se materializan a través del inconsciente?
–Me parecía que estaba bien que, si tengo un personaje muy retraído, hubiera una escena en la que de repente todo se abra y se muestre imágenes más arbitrarias que exceden al mundo que venía planteándose hasta ese momento. Necesitaba que se pudiera hablar de una forma más cruda de cierto estado introspectivo. Por eso el sueño está registrado en fílmico y el resto de la película, en digital. Había algo de la textura onírica que me interesaba. También se abre la pantalla hasta 16:9 cuando todo lo anterior venía en 4:3. Me parecía lógico que las trabas se fueran y que tuviéramos una imagen más completa.
–Ese sueño presenta una realidad deformada y aterradora digna de David Lynch. ¿Fue uno de sus referentes?
–Si lo fue, no fue de manera consciente. Definitivamente Twin Peaks es algo que estuvo y está muy presente en mi vida, pero no sé si quise hacer una referencia a eso. Es una de las escenas que más me cuesta explicar.
–¿Imaginó alguna vez cómo sería una hipotética película sobre Juana en la actualidad?
–Me encantaría saber la respuesta a eso (risas). En un momento de la película ella parece encontrarle la vuelta a algo, y yo esperaría que eso haya continuado. No sé si estará mejor o no, pero entiende cómo mentir para parecer que está mejor. Ya lidia con los primeros rechazos y termina teniendo una mejor idea de lo que es la vida que cuando empieza.
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