Miércoles, 11 de octubre de 2006 | Hoy
LITERATURA › LOS SEUDONIMOS Y EL HERMETISMO DE LA ACADEMIA SUECA
Por Thomas Borchert *
Para el jurado del Premio Nobel, Harold Pinter era Harry Potter. Ese fue el nombre en clave del dramaturgo británico de 76 años antes de que se le concediera el premio, el año pasado. Obviamente, su verdadero nombre no podía ser empleado. Cuando faltan 24 horas para que se conceda el galardón literario más prestigioso, el secretario de la Academia Horace Engdahl, de 57 años, reveló que los jurados deben seguir cada vez más instrucciones, como los agentes secretos. En una entrevista con el Dagens Nyheter, Engdahl dijo que los aspirantes al premio no pueden ser mencionados jamás en los e-mails por su nombre verdadero. Todas las listas de candidatos son quemadas tras la reunión. En las conversaciones entre los miembros de la Academia en su restaurante habitual “Den Gyldne Freden” sólo se puede mentar el nombre en clave del candidato. “Creo que ahora lo mantenemos sellado. Antes, la Academia filtraba como un colador”, resumió el secretario su labor al frente de la institución desde 1999.
No sin orgullo, Engdahl narra a los periodistas que cuando era soldado también recibió formación en “técnicas de escucha”, que ahora le han servido para pescar a los jurados del Nobel que se van de lengua. El segundo de Engdahl, Per Waestberg, un amable caballero de 72 años, asiente lentamente y con un gesto de preocupación cuando le preguntan si los libros en la mesita de noche de su casa de verano contienen la pista de los aspirantes al Nobel. Engdahl, cuyo padre era almirante y le puso a su hijo Horatio Nelson en honor al héroe británico, está hecho de otra madera. El que tal vez sea el hombre con más influencia entre los jurados de Literatura confesó al diario sueco que las tapas de los libros que ha leído podrían ser “falsas” pistas para desorientar a los curiosos.
Amigos, críticos y detractores reconocen que, con sus métodos, Engdahl convirtió en un verdadero secreto la concesión del Nobel de Literatura. Consciente de ello, el filólogo expresa su opinión sobre otros temas que conciernen a la Academia. En la entrevista señala que mantener juntos a los 18 miembros es “más difícil que un matrimonio”. Acerca de la elección de dos nuevos integrantes, para suceder a otros dos fallecidos, Engdahl dijo que “cada vez hay menos candidatos adecuados”. Pensando en las reuniones semanales, dice que hay que cumplir “determinadas exigencias de carácter”. “Si uno se decide por un pastor alemán como Premio Nobel, al cabo de una semana ya no sabes de él, pero a un miembro de la Academia lo tienes ahí todos los jueves, año tras año”. Los estatutos, con una antigüedad de 200 años, no contemplan la renuncia hasta la muerte. Por ello, la escritora Kerstin Ekman sigue estando registrada como miembro, pese a que desde 1989 dejó de colaborar con la institución por el silencio de la Academia ante la persecución a Salman Rushdie. Cuando se está conversando sobre los futuros ganadores impera “ambiente de catacumbas”, describió Ekman sus impresiones. Para ella, la concesión del premio es “un teatro rococó”.
Engdahl defiende la pertenencia vitalicia independientemente del deseo de los afectados, al estilo de los agentes secretos. “De lo contrario tendríamos gente que se mueve en la ciudad y que ya no se siente más ligada a su obligación de guardar silencio.” Para que quede claro a los nuevos, explica sin rodeos que en la pertenencia a la Academia “sólo hay una salida: con los pies por delante”.
* Agencia DPA. Especial para Página/12.
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