Jimmy Fabián Marín, 36 años, vive en Villa Fiorito y tiene nueve hijos. En el documental se lo ve con alegría vociferando por los barrios al grito de “botellero!!”, con su carro pintado de celeste y su caballo bien cuidado. “De chiquito ya era medio ciruja –sonríe Jimmy–, iba con un carrito y juntaba vidrios y huesos. A los 17 años empecé a trabajar de botellero. Hago siempre el mismo recorrido y la gente ya me conoce. En la Capital las personas necesitan ser escuchadas. Como digo en la película: no se conocen ni saben nada de sus vecinos. Me llaman Fabi, no tengo ganas de explicarle que Jimmy es un nombre y no un apodo. Me fui ganando la confianza de la gente y me guardan muebles, que son mi fuerte. Los diarios los vendo en el día y es poca plata, pero los muebles que me regalan son buenos y los vendo los sábados en la Calle 11, en La Salada. Mi esposa hace trabajos de costura y me acompaña a la feria de los sábados. Me gusta de alma este trabajo, me ofrecieron un trabajo efectivo, pero no me pueden pagar el salario familiar y no me conviene.” En el documental, Jimmy saluda a los vecinos que lo reconocen en su trato diario y dice: “Yo vivo contento, me siento bien porque la gente me trata bien y eso me ayuda en mi autoestima. A veces hago changas en el recorrido, limpio un baño, saco escombros y otras cosas”. Su opinión de la película lo dice todo: “Linda, porque la conocimos a Ana, una persona que a pesar de sus problemas de salud a cuestas –nosotros no sabíamos nada– encaraba la vida con alegría. En el momento que tuvimos problemas con la policía en el puente estuvo con nosotros, vino al barrio y se metió en la villa. La actitud de ella fue muy positiva. Es relindo que la película muestre lo que yo hago, pero Ana nos gustó como ser humano. En mi familia siempre la recordamos más a Ana como persona que por la película”.