–Las nuevas generaciones, la suya, y la de los más jóvenes, ¿están un poco obsesionadas por publicar?

–Sí, muchos siguen la máxima de Osvaldo Lamborghini: “Primero publicar, después escribir”. Me parece que como una celebración o una especie de boutade está bien. Pero si vos querés ser famoso, olvidate de la literatura y andá a Bailando por un sueño (risas). Es mejor y no se gasta papel. A la gente que quiere publicar les digo que mal o bien todo el mundo publica, pero lo que está bueno es escribir. La obsesión por publicar no es buena. También quizá forme parte de un exceso juvenil, de ocupar un lugar en el mundo...

–Pero antes se llegaba a la publicación del libro mucho más despacio. El horizonte de los jóvenes de otras generaciones era escribir.

–Néstor Sánchez, por ejemplo. El problema es cómo recuperar el lugar de la vanguardia en términos de no estar sujeto a las operaciones del mercado. Cómo lo hago de verdad, realmente, porque la vanguardia es el morigerador del arte, es donde se produce el cambio de piel. Cucurto con La máquina de hacer paraguayitos produjo novedad, pero automáticamente fue asimilado y etiquetado. Uno puede escribir con urgencia y tardar diez años en publicar. Lo que está bueno es estar preparado para escribir, aunque no te lea nadie. La escritura es una forma de conocimiento, como cualquier otra cosa que hacés para vivir.