“No podemos dejar de pensar en la ligazón que tiene el mundo gourmet con la economía política”, plantea Matías Bruera. “Hay algo esencial que el progresismo no ve, y que al principio yo tampoco veía respecto de la adopción de la soja como modelo cuyas condiciones técnicas implican una agricultura sin cultura ni sociedad, sin asalariados ni agricultores –explica el autor de La Argentina fermentada y Meditaciones sobre el gusto–. La mayoría de las lecturas de izquierda se quedan en la cuestión distributiva y no captan que la cuestión productiva es la gran superestructura de la oclusión argentina. La transformación que se ha producido en el campo es tan significativa como la mitad de la población que ha dejado de comer. Es como si nos hubiera pasado un tsunami. Antes había 30 semillas de trigo y ahora dos multinacionales concentran esas semillas. Esto tiene que ver con la soberanía alimentaria, ahí hay un problema que a la Argentina se le escapa, como se le escapan en general los problemas. El modelo de la soja encaja perfecto en la Argentina porque es una ventaja circunstancial y eso es lo complicado. Lo más perverso de ‘la soja solidaria’, dar de comer forraje a los pobres como si fueran vacas, es que funciona como un control social propedéutico”.
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