TELEVISION › OPINION
86, permiso para vivir
› Por Juan Sasturain
Todos saben qué es El Quijote y quién lo escribió. Pero quién se acuerda de Palmerín de Inglaterra, el Amadís de Gaula o Las sergas de Esplandián. Sólo los expertos en literatura del Renacimiento. Sin embargo, cuando se publicaron las aventuras del Ingenioso Hidalgo, su eficacia humorística residía –en apariencia– en el conocimiento previo de esas muestras contemporáneas del popular género caballeresco. Porque la novela de Cervantes era una parodia, un relato construido a partir del subrayado o la referencia oblicua a los excesos de obras vigentes. Nada más (o menos).
Con la serie que conocimos y reconocemos aún por Retro cada noche como El Súper Agente 86 pasa lo mismo. Así, muchos de los que votaron por ella en una encuesta de la revista Rolling Stone local –salió segundo absoluto, sólo detrás de Los Simpson entre los cien mejores programas difundidos por la televisión argentina de todos los tiempos...– nada saben de las sagas de agentes secretos, no han visto jamás El agente de Cipol, su más claro referente paródico, y James Bond, pese a sus actualizaciones periódicas, les suena tan extraño y lejano como Billy Bond y la Pesada. Cuando se ríen con Get Smart (título original que juega con el apellido del agente pero significa también, irónica, literalmente “sé inteligente” o “avivate”) no necesitan saber nada más. Generaciones lo han hecho, como con El Quijote.
De igual modo, ayer dicen que murió Don Adams, quien, más allá del tamaño de las letras que lo presentaban en el arranque de cada episodio, era un desconocido. Tampoco murió Donald James Yamry como decían los documentos –mucho más desconocido aún que él– sino y sólo Maxwell Smart. Murió el Súper Agente 86. Así titularon/titulamos los medios. Las grandes obras trascienden sus contextos; los grandes personajes disuelven a los actores. Smart se lo masticó a Adams. Y está bien.
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