Volver es, también, pulverizar y enterrar los recuerdos. El reencuentro con el barco, en julio de 2006 en Hamburgo, me permitió meterme para adentro, fortalecer y acariciar los recuerdos de la guerra que me acompañaron tantos años. Pero ahora pasaron dos meses, y este domingo 3 de septiembre estoy a punto de poner mi historia sobre la mesa, discutirla, combatirla y tal vez perderla. Voy camino al asado donde nos vamos a reunir por primera vez después de la guerra los siete tripulantes del Penélope.
Durante muchos años la guerra de las Malvinas era mía, mi guerra. Guardaba en mi cajón un juguete diabólico, mis memorias del miedo y el frío y el odio y la muerte volando directo hacia mi pecho en la punta de un Sea Harrier. Los otros no tenían cabida en mis recuerdos, y mucho menos los militares.
A través de los años que pasaron desde mi regreso de Malvinas fui seleccionando determinados recuerdos de la guerra que congeniaban con mi forma de ver el mundo y de posicionarme ante el presente. Por supuesto, con cada anécdota que repetía o descartaba no pensaba que estaba tomando decisiones. Todos nos vamos quedando con las historias que nos confirman en lo que pensamos y dejamos caer en el olvido las que no encajan.
* De Los viajes del Penélope, por Roberto Herrscher.
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