Siempre sentí la necesidad de volver a las islas. Quizá porque creí que si no pisaba Malvinas nuevamente, nunca llegaría al final de ese camino que empezó un 2 de abril de 1982. Necesitaba ganarle a la guerra, a mi propia guerra, esa que deambulaba por mi mente y no me dejaba estar en paz, esa que constantemente me acechaba, con sus fantasmas y sus muertos.
Jamás perdí la ilusión de volver, esa esperanza de regresar y visitar las tumbas, mis lugares, esos que me marcaron a fuego cuando tenía tan sólo diecinueve años, y que no olvidaré por el resto de mi vida.
Los recuerdos de la guerra están en mi cuerpo, son marcas que nunca se borrarán. Necesitaba cerrar viejas heridas, cicatrizarlas y dejarlas por siempre en las islas.
Por eso tenía que volver, debía volver, necesitaba volver, por mí, por mi familia, por mi madre.
Debía volver por tantos que con apenas dieciocho años dejaron sus sueños, sus proyectos, su futuro y sus vidas. (...) Quería enfrentarme con ese pasado, ver cómo estoy ahora.
Era mi asignatura pendiente y no descansaría hasta volver a las islas. Quienes me conocen lo saben muy bien.
* De Iluminados por el fuego, por Edgardo Esteban.
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