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Viernes, 6 de abril de 2007

LITERATURA

TEXTUAL

Cayo Catarina pidió la palabra:

–Nos hallamos, señores, ¡quizá sea una suerte!, en uno de esos trances en que el escarmiento debe ser implacable. El pueblo del Virreinato ha perdido la costumbre de la obediencia natural. ¿Digo con esto algo que ustedes desconozcan? Claro que no. Todos los que estamos aquí advertimos que el desgobierno sería la desgraciada herencia de Crispino. Y eso fue lo que ocurrió. Caso es que hoy entre cambujos y cue cués, entre artesanos y esclavos, entre el vulgo de los callejones de cuarto y el de los caseríos existe una convivencia despreocupada, familiar casi, que anima la posibilidad de una rebelión. Es simple lo que necesitamos y no es fácil de lograr. Señores virreinales, ¡necesitamos el auxilio del miedo!

Catarina esperó que la palabra se apagara por sí sola. Después desplegó una hoja de papel y leyó con serenidad:

–El terror se enseña y se aprende como las ciencias, las artes y las lenguas. Es una aplicación cotidiana y metódica donde las acciones desmesuradas y los esfuerzos gigantescos solamente tienen utilidad en el tramo final. Sin embargo, el terror, como purga que limpia el estómago de las sociedades, debe preservar la esperanza de aquellos que se consideran inocentes y a salvo de cualquier castigo. Ellos son los que permanecen callados y apagan las luces de sus casas apenas comienza a anochecer. Será deseable que tal condición de ingenuidad se aliente y se mantenga, porque sólo quien no tiene esperanzas de salvarse se transforma en héroe.

Diario sobre el poder, Cayo Catarina.

Fragmento de Memorias impuras (Planeta).

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