Sábado, 5 de mayo de 2007 | Hoy
CINE › EL REGISTRO DE LA EXPEDICION
La película retoma las coordenadas imaginadas por el escritor y su mujer, en un viaje donde lo que importa no es avanzar sino detenerse, con el contrapunto de los personajes que aparecen.
Por Horacio Bernades
“¿Qué vamos a descubrir al entrar en un ritmo de camellos después de tantos viajes en avión, metro, tren?”, se pregunta Julio Cortázar un lluvioso día de verano, antes de tomar la autopista París-Marsella, que no piensa abandonar durante un mes y días. Es mayo de 1982, el autor de Rayuela se sabe gravemente enfermo (lo mismo que su compañera, Carol Dunlop) y como conjuro frente a la muerte decide emprender “una expedición un poco loca y bastante surrealista”, según él mismo la describe. La locura consiste en usar la autopista no como lugar de paso sino como hábitat, deteniéndose en cada uno de los 65 paraderos que se escalonan a lo largo de los casi 800 km que separan la capital francesa del puerto sureño. Dos paraderos por día, pasar la noche sistemáticamente en el segundo de ellos (en el film es obligatorio), demorar 33 días para completar un recorrido que normalmente se hace en menos de diez horas.
El objetivo de Cortázar & Dunlop, transcripto en una bitácora que terminaría siendo su último libro (Los autonautas de la cosmopista, que se reedita por estos días en castellano) era acceder a lo que ellos mismos llamaban “una ruta paralela”, hecha de otro espacio y otro tiempo. No es difícil percibir allí la intención de experimentar esos otros mundos, esas grietas en medio de lo real que el autor de Bestiario se ocupó de abrir todo a lo largo de su literatura. Veinte años más tarde de aquella experiencia, otra pareja, integrada por un muchacho y una chica (ambos argentinos) se propone repetir el viaje de Dunlop-Cortázar, con la misma intención, una combi parecida y una única modificación: en lugar de libro, el cuaderno de bitácora será una película, en la que quedarán registrados los pormenores del viaje. Esa película es París-Marsella, ópera prima en el largometraje de Sebastián Martínez, producida por la prestigiosa cadena francesa de documentales Canal Arte y exhibida a partir de hoy, cinco años después de filmada, dos años después de su estreno en la televisión de aquel país, en la sala del auditorio Malba.
Filmada en video y proyectada ahora en las mismas condiciones, la película de Martínez es, a la vez que un ejercicio de duplicación y un homenaje implícito al escritor belga-argentino, una suerte de road movie detenida, en tanto de lo que se trata no es de avanzar sino de parar. Como la literatura de Cortázar, la película de Martínez abre una brecha en medio de la normalidad, representada aquí por la autopista (otro motivo cortazariano, si se tiene en cuenta el famoso cuento Autopista del sur). Pero esa brecha no conduce al fantástico sino a la simple y módica intervención del azar, a la contingencia inesperada: tal vez sea a eso a lo que Cortázar se refería cuando hablaba de surrealismo.
Duplicando a su vez, o metaforizando quizás esas dos líneas que corren en paralelo, en el off de París-Marsella se encadena, a intervalos regulares, un segundo relato. El relato del viaje original, el que narra Cortázar en Los autonautas de la cosmopista, volcado en francés por una voz anónima que busca evocar a la del escritor. Intercalado con él, parafraseándolo o contrapunteándolo, por el set que el propio rodaje ha abierto al costado de la ruta desfilan tanto los propios protagonistas (Martínez y Victoria, su mujer embarazada) en sus tareas cotidianas (cocinar, hacer algún jueguito zonzo, hablar por teléfono, matar el aburrimiento) como la gente con la que se cruzan. Algunos son interesantes por alguna historia personal que les da color, como ese viudo que corrige la deficiente pronunciación francesa de Martínez y confiesa que él también tuvo la ilusión de filmar a la esposa, pero jamás llegó a hacerlo.
Otros tienen interés por su carácter de testigos (de pilotes, podría decirse, si de caminos se trata) del viaje original. Como ese agente de tránsito que trabajaba en la misma ruta cuando Cortázar y Dunlop pasaron por allí. Y otros no tienen ningún interés en particular, por la sencilla razón de que no siempre lo que uno encuentra al costado del camino es excitante, apasionante o siquiera interesante. Las más de las veces suele no serlo. En la vida, a diferencia de la literatura, no se suele vomitar conejos, ser víctima de un antiguo sacrificio azteca o conocer personajes como La Maga. Cortázar lo sabía y Martínez también. Por eso, por esta vez, unos y otros prefieren subirse al camello en plena ruta de la hipervelocidad, para ver qué pasa en otro tiempo y otro espacio.
7-PARIS-MARSELLA
Francia, 2005
Dirección y guión: Sebastián Martínez.
Montaje: Dominique Auvray.
Estreno de hoy en la sala del auditorio Malba, en proyección DVD.
Se exhibe los sábados y domingos de mayo, a las 17.
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