Sábado, 12 de mayo de 2007 | Hoy
A los 30 años, Lucía Puenzo demuestra que consolidó un sello autoral evidente que recorre todos sus trabajos como guionista de TV. Nunca sintió prejuicios con respecto a su trabajo en tiras y unitarios ni los consideró como un género menor. Por el contrario, muchos de sus guiones auspiciaron el nacimiento de una televisión de autor, a partir de programas tales como Sol negro, Malandras (con dirección de Sebastián Borensztein), Tienpo final (también dentro de la usina Borensztein) y el menos logrado Sangre fría, sobre una ola de crímenes en un college patagónico. En sus trabajos televisivos a las órdenes de Adrián Caetano, en Tumberos y Disputas, fue donde se destacó un estilo coral que le pone nombre propio a la violencia, el sexo y la muerte, sin implícitos ni sobreentendidos, con una apuesta al enloquecimiento de las tramas cuando éstas ya lograron una cierta empatía con el espectador, defraudando pactos de previsibilidad y formas repetidas de contar la misma historia.
Sus ficciones temáticas (una de locos, una de presos, una de prostitutas) se propusieron tomar el cliché para resignificarlo en opuestos o ideas afines pero no fosilizadas, introduciendo el componente fantástico en historias que hasta el momento transcurrían en un tono híperrealista. En definitiva, la TV de Lucía Puenzo se propuso descontracturar el molde de los géneros, así como su ficción sobre un programa de TV, La maldición de Jacinta Pichimahuida, desafía hoy los límites de la novela ligándola a la coyuntura de un tiempo y un lugar e incluyendo la ficción televisiva dentro de la literaria. Logró una fuerte identificación generacional en espectadores devenidos en lectores que, como ella, encontraron en la novela respuestas a ese destino trágico que podría haber estallado luego de un exceso de dulzura y luminosidad propuestos desde la trama escolar.
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