Del refranero idish
Por Eliahu Toser
–Señora Goldstein –dice el psiquiatra–, su hijo no tiene ningún mal físico. Pero tengo que decirle algo, tiene un complejo de Edipo.
–¡Edipo, shmedipo, mientras quiera a su mamá está todo bien!
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Dos mujeres judías se encuentran en el supermercado:
–¿Qué tal Sarita, qué hacés?
–Aquí me ves –responde Sarita orgullosa–, comprando frutillas, la fruta preferida de mi yerno, el cirujano.
–¿Cómo “tu yerno el cirujano”? –dice asombrada Raquel–. ¿No me habías dicho que tu yerno era profesor?
–Oh, sí –responde Sarita, con cierta tristeza–, lo que pasa es que el profesor era el anterior marido de mi hija, que era psiquiatra y daba clases en la universidad; pero ella se separó del psiquiatra y se casó con el cirujano.
–¿Cómo “psiquiatra”? ¡Si vos me habías dicho que el marido de tu hija era profesor pero de derecho, que era abogado.
–Ah, no. Vos estás hablando del primer marido de mi hija. Mirá Raquel, lo que pasa es que mi hija se casó con un abogado, pero se separó. Después se casó con un psiquiatra, pero también se separó. Y ahora se casó con un cirujano.
–Ay, Sarita, Sarita –comentó Raquel emocionada–. ¡Una sola hija y tantas satisfacciones!
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Una joven madre judía lleva a su hijo al ómnibus escolar que lo transporta en su primer día de escuela primaria. “Portate bien, mi búbale”, le dice. “¡Tené cuidado y pensá en tu mami, tátele!” “Vení directo a casa en el ómnibus, shein ínguele. ¡Mami te quiere mucho, mi kétsele!”
Al fin de ese día, vuelve el ómnibus y ella corre a abrazar a su tesorito.
“¿Y qué fue lo que mi púpele aprendió en su primer día de clase?”, le pregunta.
Y el tesorito: “Aprendí que me llamo David”.