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Martes, 12 de junio de 2007

MUSICA › SOBRE AQUELLA “GUARDIA VIEJA” DEL TANGO

Recuerdos de Gobbi y Troilo

En el recorrido musical de Osvaldo Piro, hoy maestro de las nuevas generaciones, aparecen influencias definidas: Alfredo Gobbi, cuya orquesta integró desde los 15 hasta los 21 años, y Aníbal Troilo, quien fue su padrino artístico. En el recuerdo del autor de “Octubre” aparece también la postal de ese “otro país” que habitó la Guardia Vieja del tango. “Yo debuté en la Confitería Richmond de Suipacha, donde tocábamos todos los días, menos sábados y domingos, cuando venían otras orquestas chiquitas, de barrio, a reemplazarnos”, rememora Piro. “También eran famosos los bailables de Radio El Mundo, se escuchaban en todo el país, desde la 1 hasta las 8 de la tarde. A la salida te cruzabas con todas las orquestas de primera. Los micros hacían cola desde Maipú y Tucumán hasta avenida Córdoba, era uno atrás de otro, con la bandera de las orquestas que iban saliendo. ¡Y la cantidad de músicos que trabajaban!”

–¿Qué fue lo que más le impresionó de Alfredo Gobbi?

–Gobbi era un genio, yo creo que acá todavía no se dieron cuenta de quién era. Mire que Piazzolla era un tipo jodido, no le regalaba flores a nadie... ¡Si Piazzolla le compuso “Retrato de Alfredo Gobbi”, si Pichuco le dedicó “Milonguero triste”, fue por algo! El era dueño de un lirismo y una bohemia total, sólo que su peor enemigo fue él mismo. Se murió a los 52 años, muy joven. Yo aprendí todo al lado de él, los códigos que no se pueden escribir en música. En esa época estudiábamos con los métodos clásicos de piano que se acomodaban al bandoneón: técnicamente andábamos bien, pero no sabíamos tocar tango, había códigos que no entendíamos. Eso es algo que pasa con el tango y con todas las músicas de pueblo, desde la bossa nova al jazz. Gobbi me formó, me enseñó paso a paso la mecánica para tocar en su orquesta. Me decía: “Mire, pibe –porque no tuteaba a nadie–, un acorde de muñeca es esto, pero hay otro acorde que se corta con el talón, tóquelo así...”, y me empujaba la pierna. Además tenía una oreja infernal, por ahí estaba tocando el piano, con los cuatro bandoneones a sus espaldas, y de pronto se daba vuelta y me decía: “Piro, el mordente en vez de hacerlo de Fa sostenido a Sol hágalo desde el La”. ¡Detectaba si hacía el mordente arriba o abajo! Mire si tuve para aprender...

–¿Y Aníbal Troilo cómo llegó a ser su padrino artístico?

–Porque era un ángel, un tipo de una generosidad excepcional. Era el ídolo de mi generación. Yo tendría diez, doce años, y mi maestro me llevaba a los ensayos de El patio de la morocha, yo estudiaba viendo los ensayos. Esa obra duró como cinco años en cartelera, bajó a teatro lleno porque el Gordo no tenía una conducta de fierro, y como no podía faltar ni llegar tarde, un día se hartó y no quiso ir más. Una vez me fue a escuchar a Patio de Tango, en la calle Corrientes, y se sentó detrás de una columna, para que no lo viera la gente. Se quedó escuchando a la orquesta, esperó a que se fuera el público y me invitó a tomar un whisky. Su esposa Zita terminó yéndolo a buscar al bar, con el tapado arriba del camisón: “Gordo, vamos a casa, dale...”. ¡Quién sabe desde dónde venía buscándolo! Me apadrinó y escribió unas palabras para mi primer disco. Eso demuestra su generosidad, porque a veces los directores viejos se ponen celosos de los que vienen, él en cambio quiso bancar al pibe nuevo. También me dejó algunas frases sabias que siempre repito: “No hay nada peor que un hombre desagradecido” o “el almanaque es implacable”

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