CINE
Cara de queso, la segunda película de Ariel Winograd después de Fanáticos, es un film coral que funciona como retrato mordaz pero bastante realista de la vida en un country judío, con apelaciones a la figura del campo de exterminio, a través de un acuartelamiento a voluntad, allí donde la mentira, la insatisfacción, el rechazo de unos a otros, la aparición de castas de sumisos y dominantes están a la orden del día. Cara de queso trasciende a la premisa de pintar la aldea con un retrato colectivo de los años ’90 menemistas, trasladando al interior del country la existencia de una Justicia corrupta, parejas obligadas a estar juntas y nuevas camadas que copian los peores vicios de sus padres. En el country El Ciervo prima el encubrimiento y la deslealtad; las víctimas reproducen los peores errores de sus precursores y “el barrio privado” sintetiza la desesperanza y la fiebre consumista–recreativa de una Argentina irreal. Llegó en medio del boom por el escenario suburbano, y narró a partir de una estructura de biopic del joven Ariel/futuro cineasta que se está iniciando en las peores condiciones, pero al que –a juzgar por la producción del director de Fanáticos y Televisión abierta– no le iría nada mal en su futuro.
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