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Lunes, 22 de octubre de 2007

Anarquistas con dueños célebres

“Un escritor sin gato es como un ciego sin lazarillo”, escribió Osvaldo Soriano el 28 de noviembre de 1993 en Página/12. En ese artículo, Educación sentimental, un manifiesto de la pasión gatuna (“los gatos nos traen a domicilio el misterio de la creación”), el escritor repasa su relación con los felinos. “A mí un gato me trajo la solución para Triste, solitario y final. Un negro de mirada contundente, muy parecido a Taki, la gata de Chandler. Otro, el Negro Vení, me acompañó en el exilio y murió en Buenos Aires. Hubo uno llamado Peteco que me sacó de muchos apuros en los días en que escribía A sus plantas rendido un león. Viví con una chica alérgica a los gatos y al poco tiempo nos separamos. En París, mientras trabajaba en El ojo de la patria, en un quinto piso inaccesible, se me apareció un gato equilibrista caminando por la canaleta del desagüe. Para sentirme más seguro de mí mismo puse un gato negro al comienzo y uno colorado al final de Una sombra ya pronto serás. Para decirlo mal y pronto: hay gatos en todas mis novelas. Soy uno de ellos, perezoso y distante. Aunque nunca aprendí la sutileza de la especie.” Borges sentía debilidad por sus gatos Odín y Beppo (nacido Pepo, pero rebautizado posteriormente en homenaje al gato de Byron). Lord Byron tuvo cinco gatos que llegaron a viajar con él; Charles Baudelaire escribió: “Ven, bello, gato, a mi amoroso pecho:/ Retén las uñas de tu pata,/ y deja que me hunda en tus ojos hermosos/ mezcla de ágata y metal/ mientras mis dedos peinan suavemente/ tu cabeza y tu lomo elástico”. Edgar Allan Poe tuvo dos gatos, Cattarina y Plutón, y se cuenta que cuando su joven esposa, Virginia, murió de tisis, Plutón –que quedaría inmortalizado de manera escalofriante en el cuento El gato negro– languideció sobre su tumba. La novelista francesa Colette vivió rodeada de gatos: Mini-Mini, Muscat, Cleopatra, Kapok, Semíramis y Saha, protagonista de la más famosa de sus novelas, La gata (1933). Charlotte y Emily Brontë tuvieron un gato llamado Tiger, que jugaba con el pie de Emily mientras escribía Cumbres borrascosas. Mark Twain, que tuvo numerosos gatos (Apollinaris, Beelzebud, Buffalo Hill, Satan y Sour Mash, entre otros) escribió: “Si el humano se cruzara con el gato, mejoraría su especie, pero deterioraría la del gato”.

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