Martes, 13 de noviembre de 2007 | Hoy
LITERATURA
Yo no sabía nada acerca de mí, cómo vine al mundo, de dónde había venido. El origen, los orígenes. Mi pasado, que de alguna forma palpitaba en la vida de mis antepasados; no sabía nada de eso. Mi infancia, sin ninguna señal de origen. Es como olvidar una criatura dentro de un barco en un río desierto, hasta que una de las márgenes la ampara. Años después, lo sospeché: uno de los gemelos era mi padre. Domingas disimulaba cuando yo tocaba el tema; me dejaba lleno de dudas, pensando tal vez que un día podría descubrir la verdad. Sufría con su silencio (...)
Fragmento de Dos hermanos (Beatriz Viterbo), de Milton Hatoum.
Quince años atrás, decidió que permanecería encerrado en su casa leyendo y estudiando hasta agotar la capacidad de concentración, saliendo sólo para agotar el cuerpo en pedaleadas de sesenta kilómetros hasta Lami o corridas de una hora por la peatonal de Ipanema, en una rutina lo más solitaria posible, absolutamente enfocada en la superación de sus propios límites y en el mantenimiento de un nivel de exigencia personal absurdo, del tipo que pocos seres humanos estarían capacitados para cumplir (...) Aprendería a domar su impulso, a domesticar la sangre, a aplicar la violencia de forma científica con la noble finalidad de curar a otros seres humanos. Decidió cómo sería el resto de su vida entera la semana siguiente al funeral. Sería médico. El mejor médico.
Fragmento de Manos de caballo (Interzona), de Daniel Galera.
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