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Cintia Martínez: exhibió en el Buenos Aires Rojo Sangre su corto Valentino, una versión de vampiros con innovación estructural: aquí el vampiro es el bebé y la víctima, la niñera ingenua que acudió a cuidarlo pensando que sólo se trataba de un nenito.
Ayar B.: Es el autor de la criatura animada más incorrecta entre las locales, después de El Mono Mario: se trata de Mercano, el marciano, un extraterrestre alejado del estereotipo.
Ezio Massa: Dirigió policiales clásicos como Cacería, 24 horas en la city, Más allá del límite y se prepara para filmar una de terror que se llamará La muerte conoce tu nombre, sin escaparle al crimen con mucha sangre a base de kero con jugo de remolacha. Su defensa del cine de género es una cruzada personal: “Pero el mercado no las acepta”, dice.
Fernando González: Se encolumna detrás del terror japonés por su libertad para narrar, y sobre esa base dirigió su corto Yume, con inspiración en escenas de muerte masiva como en El club de los suicidas. Posterga una filmación controvertida sobre desaparecidos de la dictadura devenidos en zombies.
Fabián Forte: Con su corto Dosis ganó el concurso Telefé Cortos. Es partidario de hacer cruzar a los actores la frontera entre ficción y realidad en escenas de sexo en vivo, por ejemplo. “¿Por qué no habría de hacerlo?”, dice.
Guillermo Bergandi: Filmó el largo El marfil sobre el cuento La pata de mono de W. W. Jacobs, sobre los peligros de pedir un deseo a un amuleto y que ese deseo se termine cumpliendo. “Llegué a filmar a mi abuelo adentro del ataúd... para vencer mi terror a la muerte”, dice.
Demián Rugna: Dirigió Nido de almas, un corto sobre cuerpos usurpados, y se declara un cultor de las técnicas de bajo presupuesto. “Cuando hay poco dinero, lo mejor en mostrar menos e insinuar más”, dice.
Tetsúo Lumiere: Su película Mi reino por un platillo volador mezcla el absurdo y el terror en dosis parejas. “Lo mío es hacer reír”, avisa.