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Viernes, 25 de enero de 2008

Elecciones y patologías

¿Qué derivaciones culturales aparecen con los matrimonios mixtos, en las parejas compuestas por un cónyuge judío y otro que no lo es?

–Hay un alto porcentaje, algo inevitable después de cuatro o cinco generaciones. Supongo que pasó con todas las colectividades. En Estados Unidos se calcula que un 60 por ciento de los matrimonios de judíos son mixtos y en la Argentina entre un 40 y 50 por ciento. Los judíos somos el 0,6 por ciento de la población nacional; en Capital y Gran Buenos Aires un poco más, porque estamos concentrados acá. Es natural, entonces, porque el amor está por encima de cualquier pertenencia religiosa o étnica. El tema es con los hijos, para ellos es más difícil.

–¿Por qué?

–Está el tema de la circuncisión, por citar un ejemplo. Tengo un primo que ahora tiene 50 años y los padres, muy vergonzosos y asimilados, decidieron no hacérsela: “Es argentino como todos, nadie se va a dar cuenta”, pensaron. Pero qué pasó: con el grupo de chicos cristianos en el baño le decían: “Pero si vos sos judío, por qué la tenés igual que nosotros”. Y, a su vez, en el grupo de chicos judíos le decían: “Pero si todos estamos circuncidados, ¿por qué vos no?”. Con lo cual tenía unas contradicciones infernales. Es complicado. Son decisiones difíciles. Integrar en un libro dos corrientes culturales es sencillo, pero en la realidad requiere mucho arte de vivir.

–Usted anota que la circuncisión es un elemento constituyente del judaísmo. Para los padres será una disyuntiva.

–En términos psicoanalíticos están las dos corrientes: los ortodoxos freudianos dicen no, es una castración, porque a una edad en la que no tiene poder de decisión le hacen una marca que le va a durar toda la vida. La corriente lacaniana lo plantea al revés: el chico crece sin ley de padres, sin transmisión, porque él no es igual que el padre y eso le causa más daño que lo otro, que en definitiva es algo que hacen muchos otros pueblos del mundo y contiene incluso cuestiones higiénicas, de salud, etcétera.

–Su primo fue niño hace muchos años. ¿Ha cambiado hoy la situación?

–La circuncisión es una marca que tenés o no tenés. Y es de por vida. Vienen modas: durante diez años nadie se la hace a los chicos, porque los lastima y perturba, y durante otros diez sí, hay que hacérsela, porque de lo contrario el chico no sabe quién es, a quién pertenece, y se toma autoodio, algo muy común entre los judíos. Cada vez más.

–¿Por qué?

–Porque es como ser portador de una herencia que no elegiste y que hace que tengas problemas con los que están alrededor. Qué sé yo, tenés un apellido porque tu papá lo tenía: ¿por qué me tienen que decir judío de mierda? Eso genera a veces un proceso de autoodio, una patología muy común sobre todo entre los intelectuales.

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