Lunes, 28 de enero de 2008 | Hoy
LITERATURA › OPINION
Por Alejandra Laurencich *
Si tengo que comparar el erotismo de alguna escena de la literatura argentina con la conmoción que me produjo leer ese clásico anónimo de la literatura erótica universal llamado Memorias de una pulga debo decir que no encuentro ninguna. Por otro lado y así como a algunas personas las excita el olor a transpiración en las axilas del amante y a otras las enfría por una semana, creo que el erotismo va tan ligado a la subjetividad que un pasaje exquisito para la sensibilidad de un lector puede ser intrascendente para otro. Hecha la salvedad voy a referirme a un par de fragmentos que despertaron en mí sensaciones de erotismo perdurables.
Ambos tienen que ver con el descubrimiento de la posibilidad de la literatura. Leídos a una edad en la que el oficio de escribir aún me resultaba ajeno, por lo menos en su forma narrativa, los pasajes me sorprendieron por la potencia y el voltaje del estremecimiento que me sacudió. Caramba, esto se puede lograr con palabras, pensé. La literatura puede “construir” semejante excitación y generarla en el que lee. Fue fabuloso. Daban ganas de inventar escenas así. Quizá, si volviera a leer esos fragmentos, no encontraría el porqué de aquella conmoción. Prefiero no comprobarlo.
La primera oportunidad en la que sentí ese erotismo fue con el cuento de Rodolfo Walsh “Fotos”. Tenía unos 16 años cuando me topé con Paulina y Mauricio y pensé que ese texto era lo más intenso que había leído después del Marqués de Sade. Recuerdo hasta la incomodidad que me produjo: tuve que levantarme de la cama y terminar el cuento en posición sentada. Otro momento sorprendente fue al leer la novela Zona de clivaje, de Liliana Heker. La descripción de un instante en el que Irene Lauson aproxima su cara a Alfredo, el señor mayor que la atrae, la voz de alguno de ellos enronquece y... yo que viajaba en el subte tuve que dejar de leer porque me parecía que cualquiera iba a darse cuenta de lo que me estaba pasando. El goce además iba unido al hallazgo de esa literatura nacional contemporánea que empezaba a deslumbrarme. Más adelante me conmoverían también otros pasajes, de Castillo, de Nielsen, de Rivera, de Puig, de Angélica Gorodischer, algunos poemas de Wilcock. De mis últimas lecturas recuerdo el clima erótico del cuento “Coger en castellano” de Mairal y el ritmo magistralmente logrado de un acto sexual en el fragmento de la novela Ampere, de Juan Incardona, llamado “Sexo” y publicado en el blog Fideos Con Manteca.
* Escritora, autora de Historia de mujeres oscuras.
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