OPINION
› Por Eduardo Febbro
desde París
Enseguida aparecieron los rumores: el presidente tenía una relación con alguien. Ese alguien tuvo rápidamente nombre y apellido y un rostro y un flujo de imágenes: la ex modelo Carla Bruni, cuya presentación pública fue orquestada por Sarkozy en el curso de un paseo muy fotografiado y filmado por Euro Disney. Luego vinieron viajes por Arabia Saudita, Egipto y un paseo a través de Petra –Jordania– con el hijo de Carla Bruni sobre los hombros de Nicolas Sarkozy. En este punto, los medios perdieron literalmente la cabeza. Los soportes periodísticos más intelectuales se abonaron al show de los amores presidenciales. Sarkozy se exhibía, ellos comentaban la exhibición, la sociedad exigía la aplicación de las reformas prometidas y más atención al hundido poder adquisitivo, pero el presidente había abierto las puertas de su corazón y los medios se metieron adentro..., al punto de olvidar las reglas básicas del periodismo honesto. El eventual matrimonio de Sarkozy con Carla Bruni se convirtió en la agenda política francesa. Nicolas y Carla, Carla y Nicolas, el sistema explotó a tal punto que el casamiento del presidente fue anunciado media docena de veces... antes de que se hiciera oficial en el mes de enero.
La tarea de la información se hizo titánica: ¿cómo informar sin hablar de matrimonios, divorcios y casamientos sino de política? Las arenas de los sentimientos se comieron todavía más la tinta de la información esencial. Nicolas Sarkozy pagó por ello con una drástica y constante pérdida de confianza en el seno de un electorado que veía la felicidad íntima de un presidente que no parecía ver la infelicidad colectiva de la sociedad que lo votó. El conformismo francés terminó por explotar, empezando por el de los medios. Según la prensa, la culpa de toda esa telenovela la tenía Sarkozy porque fue él quien corrió las líneas y ahora nadie sabía muy bien adónde estaba el límite. El argumento es de un cinismo devastador y recuerda, en otro contexto, la manera en que, sin asumir su misión de verificación y de prueba, la prensa norteamericana siguió los pasos de Bush hacia la guerra de Irak: el presidente se fue a la guerra y los medios también: Sarkozy se divorció y se volvió a casar a los tres meses y los medios le siguieron la huella. Demasiado fácil. La prensa reflexiva puso la foto de dos enamorados en lugar de la información y la reflexión política. Para los corresponsales, los valores también se dieron vuelta: si se escribía sobre Nicolas Sarkozy sin mencionar a Carla Bruni la información podía carecer de seriedad. En suma, lo que antes era anecdótico tomó el lugar de lo central. El límite extremo sonó cuando un semanario intelectual, el histórico Le Nouvel Observateur, publicó en su portal de Internet una información que, por ética, por historia y por identidad no hubiese debido figurar en una publicación semejante. Según el portal de la revista, ocho días antes de casarse con Carla Bruni Nicolas Sarkozy le envió un SMS a su ex esposa diciéndole: “Si vuelves lo anulo todo”. La respuesta del presidente consistió en presentar una inédita querella penal contra el periodista, lo que acarrea penas de cárcel. Y como el presidente no puede ser investigado debido a su inmunidad total, el juicio es desequilibrado. Y nuevo paso hacia el oprobio. Carla Bruni dijo a L’Express: “Le Nouvel Observateur ingresó en la prensa people. Si ese tipo de portales hubiesen existido durante la guerra (la Segunda Guerra Mundial), ¿qué habría ocurrido con las denuncias contra los judíos?”. Frase peligrosa que establece un lazo entre un presunto SMS y los años de la invasión nazi de Francia y de la deportación de los judíos hacia los campos de concentración. Carla Bruni pidió el miércoles disculpas, pero las compuertas de retención se esfumaron. El corazón es peligroso cuando se mezcla con el de millones de seres humanos que eligen a sus responsables para administrar un país. Los medios han sido masivamente cómplices de esa degradación del espacio público, no tanto porque el presidente se exhibiera en él sino por la forma a la vez ligera, opresiva y moralista con que se proyectó la situación personal de un hombre en el núcleo de un destino nacional.
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