El año pasado, dos personas ligadas a diferentes editoriales me confirmaron que la leyenda es cierta; hay un señor que ofrece desde hace tiempo un inédito de su autoría con la muletilla: “Es como Harry Potter, pero argentino”. El visionario todavía no encontró quien lo publique. Acaso en un extremo opuesto al “Rowling local”, otros escritores apenas si mascullan algo ininteligible cuando se les pide opinión sobre el brujo adolescente. A fines del siglo pasado yo pertenecía al club de los “fastidiosos con Harry”. Llegué a criticar la supuesta falta de originalidad de la saga sin haberla leído. ¡Qué me iban a venir con otro colegio de magia, si hasta nuestro Conrado Nalé Roxlo publicó hace más de cincuenta años La escuela de las hadas!

Rebelión: a mi hija esos argumentos no le movían un pelo. Leía –¡y releía!– los libros de la saga con abrumadora felicidad. Un día abrí mi cabeza y leí el primero, el siguiente y el siguiente. En el camino creció el personaje, creció mi hija, creció la potencia narrativa de la autora. Siempre recuerdo a un querido primo quien, veinte años atrás, me honró con un dato que pretendía lapidar a García Márquez: “¿Sabés que escribe los libros por computadora?”, aseguró, dando por hecho que el talento era una simple cuestión informática. De ese calibre son las opiniones de algunos críticos, por otra parte extremadamente inteligentes, al fenómeno Potter: sin ningún rigor, con el aire distraído de quien debe hacer cosas más importantes.

J.K. Rowling no es trescientos millones de ejemplares mejor que otros autores, ni vale mil millones más que nadie, pero no se la puede culpar de su éxito desmesurado. Su obra no necesitará de un octavo tomo para seguir vigente. Nuestros hijos querrán pasarles la posta a sus hijos porque les recordará la holganza feliz de una tarde, tirados en la cama, mientras leían un libro que les gustaba mucho y que les dio el impulso para tener una biblioteca propia en su cuarto. Esto recién empieza.

* Autor de La noche del meteorito, Los crímenes del mago Infierno y Ganas de tener miedo.