Domingo, 9 de marzo de 2008 | Hoy
Por momentos el lenguaje es muy coloquial, como cuando el analista dice: “Sabés qué opino, que esa fiesta me parece una garcha...”.
–Esa intervención es muy psicoanalítica porque es un chiste, con un costado metafórico: dice más de lo que dice. En el momento en que la paciente se sexualiza, decir Quedate y pedite una pizza la vuelve a la situación anterior para que vea cuánto ha modificado, en qué otro lugar subjetivo está parada.
–¿Es beneficioso para el tratamiento explicitar el diagnóstico al paciente, como sucede en algunos pasajes del libro?
–Hay momentos en que no hay que usarlo. Pero al ayudar a una persona a entender que no tiene por qué estar bien aunque hayan pasado tres meses de la muerte de un ser querido, se contiene una angustia que no se puede manejar y se le da un sustrato.
–¿Por momentos las técnicas que emplea no están más cerca de una terapia cognitiva que del psicoanálisis?
–En primer lugar creo que uno está cerca del psicoanálisis cuando piensa a un sujeto como un sujeto del inconsciente. Si alguna acotación que yo hiciera se pareciera a la de un cognitivista, no lo estaríamos haciendo para lo mismo. No lo hago para reforzar su yo sino para destrabar un momento angustioso. Baja el nivel de angustia para poder seguir trabajando.
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