Lunes, 24 de marzo de 2008 | Hoy
TEATRO
Ver Rent en Nueva York es una aventura. Si en cualquier otro teatro hay que hacer largas colas desde temprano para conseguir buenas ubicaciones a moderados precios para los musicales más taquilleros, no sucede lo mismo con Rent. Cada día, dos horas antes de la función, uno debe participar de una verdadera lotería. Con los dedos cruzados, con frío o con calor, una masa de personas aguardan en la puerta del teatro con documento en mano, luego de haber colocado una tarjeta con sus datos en una urna. Quienes llevan adelante este juego que parece parte de la ficción teatral –aunque no lo es– son por demás estrictos. Quien no esté parado sobre la rejilla del subterráneo que emana el hedor condensado de ese submundo y entorpezca el paso de algún transeúnte, pierde el juego. Alguien del Nederlander Theatre lee los resultados. Cada tanto se traba y ralenta la lectura: hay muchos extranjeros que desean ver Rent y los apellidos de las más diversas nacionalidades suenan deformados en boca del yankee. Sólo 34 personas ganarán la lotería. A medida que resuenan los nombres en el aire, se escuchan gritos de euforia. Están adentro. Otros bajan las cabezas y esperan con impaciencia. Muchos ya concursaron más de una vez, pero la suerte no estuvo de su lado. La lista se termina, algunos se alejan decepcionados, otros reclaman. Las puertas se cierran. Los ganadores ingresan pegando saltos y festejando; claro que sólo ganaron el derecho a pagar su ticket de 20 dólares.
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