PáGINA 2 › GENETICA: LAS (POCAS) DIFERENCIAS ENTRE HUMANOS Y MONOS
Proyecto Genoma Chimpancé
Por Xavier Pujol Gebelli
El País
El chimpancé es el pariente más próximo a los humanos en la línea evolutiva. Lo es tanto que sus genomas apenas se distancian en un 1,2 por ciento lo mismo, un pequeño margen que podría ayudar a entender qué diferencia a un humano de otra especie o qué genes o regiones del código genético le son exclusivos. Un amplio grupo de investigadores japoneses, integrados en el Consorcio para las Secuencias del Cromosoma 22 del Chimpancé, han aportado las claves para empezar a entender las diferencias. El trabajo, considerado por los autores como “un primer paso”, sienta las bases para iniciar la secuenciación a gran escala del genoma del chimpancé.
La secuenciación del genoma del chimpancé, así como la de otros primates no humanos como el babuino y el macaco, ha sido siempre vista con sumo interés por un amplio grupo de investigadores de campos tan diversos como la antropología, la genética molecular o la biomedicina. De su comparación con el genoma humano se espera obtener información valiosa para entender no sólo aspectos clave de la evolución sino también por qué determinadas enfermedades como la malaria o alguna forma de cáncer se ceba con los humanos mientras que otros primates parecen ser inmunes a ellas. Del mismo modo, argumentan muchos expertos, contribuiría a responder a una pregunta que se pierde en el tiempo: ¿Qué hace humano a un humano?
El trabajo de los investigadores japoneses, publicado en Science, no responde ni mucho menos a la cuestión pero supone un salto cualitativo enorme para que algún día pueda ser resuelta.
Mapa comparativo
En esencia, lo que han hecho Sakaki y sus colegas del consorcio es construir un primer mapa comparativo de los genomas humano y del chimpancé. Dado que hasta la fecha no existe secuencia global alguna para el código genético de nuestro pariente más próximo, y dado también el enorme costo que supondría poner en marcha la maquinaria económica precisa para ello, los científicos japoneses han optado por construir una enorme biblioteca de secuencias que puede ser utilizada con dos fines. En primer lugar, para establecer comparaciones con el genoma humano o con regiones del mismo; en segundo, para proseguir con la secuenciación completa en cuanto existan fondos e interés suficientes.
Los investigadores han procedido también a un primer análisis comparativo, centrado fundamentalmente en el cromosoma 21. Y lo que han visto es que la coincidencia entre ambos genomas se eleva hasta el 98,77 por ciento. Asimismo, han identificado 18 puntos del ADN que se encuentran en el código humano y no en el del chimpancé. De ello deducen que podría tratarse de áreas específicas y que, por extrapolación al resto de cromosomas, podría haber varios centenares de ellas repartidas por todo el genoma.
La pregunta que queda por resolver ahora es si del análisis de esas áreas, entendidas como genes o secuencias, puede deducirse qué hace que un humano lo sea o, dicho de otro modo, por qué de un genoma concreto surge un chimpancé, un gorila o, llevado al extremo, una bacteria o un elefante.El problema se reduce, dice Jaume Bertranpetit, genetista molecular en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, a “dar con la aplicación adecuada” que permita leer la información de un genoma. Y lo primero que hay que hacer, añade, es poner a punto la herramienta. La genómica comparativa, de la que será posible extraer diferencias, aportará también las claves para diseñar una aplicación que debiera informar acerca de los genes, de por qué están o no, o incluso inferir aspectos relacionados con su función.
Para dar con ella, explica Bertranpetit, en los últimos años se han seguido dos grandes tendencias. Una es entender las diferencias en la expresión de los genes. “La diferencia entre un humano y un chimpancé quizá pueda ser reconocible en la secuencia”, señala. Pero lo que nadie sabe es si ello va a traducirse en genes muy similares pero con patrones de expresión muy distintos. Es decir, no tanto en las proteínas que derivan de ellos, sino en su forma de funcionar y en los tejidos donde actúan.
Macacos
y babuinos
La otra vía es intentar la comparación de genomas completos o de parte de ellos, una tarea inmensa que hasta la fecha nadie había abordado para el caso del chimpancé, aunque ya se han empezado a dar los primeros pasos para el macaco y el babuino, pasos de enorme interés para la investigación biomédica. En esa línea se inscribe el trabajo de Sakaki.
¿Permitirán en cualquier caso esas diferencias contestar a la vieja pregunta sobre qué es un humano? “No, al menos en su sentido más amplio”, responde Daniel Turbón, antropólogo de la Universidad de Barcelona. “Un humano es su programa genético pero también es su entorno”, defiende. El trabajo de Sakaki “es relevante porque representa el primer paso para aportar un valor cualitativo a las diferencias entre genomas”.
Pero Turbón, como otros muchos de sus colegas, no está seguro de que ello pueda explicarlo todo. El género Homo, explica Turbón, empieza a expandirse, a triunfar evolutivamente, coincidiendo con una etapa especialmente hostil desde el punto de vista ecológico y climático. En buena parte, por su capacidad para independizarse del ambiente y saber construirse una burbuja que le ayudó a aislarse de sus predadores, del clima o de la ausencia de comida. En esa estrategia evolutiva, que muchos definen como el origen de la cultura humana, el habla jugó, según Turbón, un papel determinante. Visto así, ¿explicarán esos genes o secuencias diferenciales el origen del habla? ¿O se limitarán por el contrario a aclarar el porqué de una enfermedad? Sea cual fuese la respuesta, el trabajo de Sakaki abre la puerta a que, por primera vez, las diferencias se expresen cualitativamente y no sólo en forma de números que sólo aclaran cuántos o qué genes nos distancian sin aclarar cuál es su papel en la diferencia.