OCEANOS EXTRATERRESTRES
Otros mundos, otros mares
Mares desaparecidos, viejas lagunas en las que se reflejaron astros recién formados, espejos líquidos que presenciaron la extinción de estrellas sin nombre: los océanos, esa fantasía primaria y familiar que se funde con lo temible, parecen ser más comunes de lo que se cree, ya no en la Tierra, sino en diversos rincones del Sistema Solar. Marte, Europa, la portentosa luna de Júpiter, Ganímedes y Calisto (también satélites jovianos) y Titán, ya en el reino de Saturno, tal vez alberguen océanos de agua o metano. Uno de los oscuros misterios que esconde todavía nuestro vecindario cósmico, que Futuro describe y que el futuro resolverá.
Por Mariano Ribas
A primera vista, los océanos terrestres parecen ser un envidiable privilegio planetario. Un manto líquido, de miles y miles de metros de profundidad, que envuelve dos tercios de la Tierra, y que condiciona no sólo los climas sino también los paisajes, el vulcanismo y hasta la tectónica de placas. Más importante aún: esas colosales masas de agua fueron el magnífico escenario donde se encendió la vida, hace casi 4000 millones de años. Lo cierto es que, a la luz de distintas evidencias y modelos actuales, más o menos sólidos, los astrónomos y geólogos planetarios están descubriendo que los océanos, en planetas y lunas, serían más comunes de lo que se pensaba hasta hace apenas unas décadas. En esta edición de Futuro, viajaremos con la imaginación hasta otros mundos, para encontrarnos con añejos mares ya desaparecidos, grandes lagunas de metano, y océanos globales que, al refugio del calor, se esconden debajo de gélidas superficies.
MARTE: EL OCEANO PERDIDO
Actualmente, los mares brillan por su ausencia en Marte, ese mundo tan entrañable como desértico y brutalmente seco. Y que, por culpa de su atmósfera raquítica, tiene temperaturas que dan escalofrío de sólo imaginarlas. Sin embargo, parece que las cosas no siempre fueron tan malas en el hermano de la Tierra: durante casi cuatro décadas de exploración marciana, a cargo de naves no tripuladas, los astrónomos y los geólogos planetarios han cosechado montones de evidencias que sugieren un remoto pasado muy diferente. Aceptablemente cálido, mucho más hospitalario y, fundamentalmente, húmedo. Muy húmedo. Al parecer, hasta hace 3 mil millones de años, Marte tuvo ríos caudalosos y profundos lagos (que se formaron especialmente dentro de grandes cráteres). Y lo que aquí más nos interesa: hay buenas razones para pensar que un enorme océano cubrió buena parte de su hemisferio norte. El planeta rojo habría sido mucho más azul.
Uno de los primeros científicos que se animó a soñar con un océano marciano fue Timothy Parker, del famoso Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA (JPL), que tiene en su haber la mayoría de las grandes misiones interplanetarias. Hace veinte años, y mientras analizaba antiguas fotos de las sondas Viking, Parker identificó una posible “línea costera” en el hemisferio norte del planeta. Eran, según él, evidencias tentativas de un gran océano desaparecido. La idea no sonaba del todo extraña; al fin de cuentas, casi toda la mitad norte del planeta es mucho más baja, suave y erosionada que la mitad sur (de hecho, casi no tiene grandes cráteres). Aun así, hacía falta más pruebas. Y esas pruebas llegaron de la mano de ultraprecisas mediciones altimétricas, obtenidas durante los últimos años por la exitosísima Mars Global Surveyor (NASA), en órbita marciana desde 1997. Esos datos parecen delatar varias líneas costeras (entre ellas la propuesta por Parker) en la parte más alta de ciertas zonas suaves y en constante elevación.
Las evidencias a favor del océano marciano siguen apilándose: el explorador robot Opportunity (NASA), que desde hace diez meses está recorriendo la gran región ecuatorial de Meridiani Planum, ha confirmado la presencia de hematita (un óxido de hierro) y de otros compuestos formados gracias a la antigua presencia de agua. En definitiva: hoy en día se sospecha que, probablemente, hasta hace 2 o 3 mil millones de años,Marte tuvo un gran océano que cubrió un tercio de su superficie. Pero ya no está. Y ése es uno de los más grandes misterios del Sistema Solar.
EUROPA: EL OCEANO ESCONDIDO
Pero hay otro rincón de nuestra vecindad planetaria que, lejos de añorar su océano perdido, lo disfruta, aunque lo tenga bien escondido. No es un planeta sino una luna helada, de 3200 kilómetros de diámetro, que da una vuelta alrededor de Júpiter cada 3 días. Ya a fines de los años ‘70, las legendarias sondas espaciales Voyager I y II confirmaron lo que sugerían los análisis espectroscópicos realizados desde la Tierra: Europa, una de las cuatro lunas jovianas descubiertas por Galileo, estaba envuelta en una coraza de agua congelada. Una coraza atravesada, de tanto en tanto, por fisuras y rajaduras de cientos de kilómetros de largo, enormes cicatrices que parecían formar una red alocada. Y también, terrenos superpuestos y de distintas alturas. Pero muy pocos cráteres, al menos en comparación con otras lunas del Sistema Solar. Geológicamente hablando, la superficie de Europa parecía ser muy joven, y también muy dinámica, porque mostraba claros signos de renovación permanente. Y tratándose de hielo de agua, ése no era un detalle menor.
En 1995, la Galileo, otra nave norteamericana, se instaló en el sistema de Júpiter. Y obviamente, se ocupó de Europa. La exquisita nitidez de sus imágenes, y sus meticulosas mediciones, confirmaron que la superficie de esta luna se renueva continuamente. Es simple: todo indica que, continuamente, el agua brota de su interior, y se congela en su gélida superficie (a 180ºC bajo cero). Por lo tanto, es lógico suponer que, debajo de su manto helado, que tendría 10 o 20 mil metros de espesor, existiría un gran reservorio de hielo semifundido. Y más abajo, un gigantesco océano de agua líquida.
HIELO Y FUEGO
El secreto del océano escondido de Europa está en las tremendas mareas que sufre por culpa de la interacción gravitacional con el colosal Júpiter. Es un continuo “tire y afloje” que la estira y la contrae, una y otra vez, a medida que gira alrededor del planeta. Y a eso hay que sumarle el tironeo de sus principales compañeras Io, Calisto y Ganímedes. Como resultado, el núcleo de Europa se calienta. Y ese calor derretiría sus capas de hielo más internas, creando una inmensa masa de agua líquida, de cientos de kilómetros de profundidad. Es más, hay buenas razones (entre ellas, la presencia de sales y compuestos orgánicos) para pensar que en ese océano extraterrestre podrían existir formas de vida. Pero ésa es otra gran, gran historia.
Mientras tanto, aquí en la Tierra, hay quienes ya están pensando en explorar las líquidas entrañas de Europa. En la NASA existen planes para enviar, en las décadas de 2020 o 2030, un aparato que atravesaría el manto de hielo externo, para luego liberar un submarino (por ahora, informalmente bautizado “Hidrobot”). Si así fuera, podría convertirse en la primera embarcación de la historia humana que navegaría en aguas extraterrestres.
SOSPECHAS EN GANIMEDES Y CALISTO
Europa y la Tierra no serían los únicos integrantes del Sistema Solar dotados de grandes océanos de agua. Existen indicios, basados en estudios de los campos magnéticos, que también sugieren la presencia de masas líquidas en el interior de Ganímedes y Calisto, otras dos lunas de Júpiter, que, al igual que Europa, tienen un altísima proporción de hielo en su composición. En ambos casos, se trataría de masas de agua –mezclada con otras sustancias, como el amoníaco (NH3), que también actúa como anticongelante– resultantes del derretimiento de hielos, calentados porla radiactividad de sus núcleos metálicos. Océanos que, al igual que en Europa, ven facilitada su existencia gracias a que, a grandes profundidades y presiones, el punto de fusión del hielo es mucho más bajo que en la superficie terrestre. De hecho, el supuesto océano de Calisto estaría a unos 200 km por debajo de su suelo, y allí, con una presión de 2000 atmósferas terrestres, el hielo se haría líquido a sólo 20 grados bajo cero.
TITAN: MARES DE METANO
Al doble de distancia del Sol, en el reino de Saturno, existe otro nicho probable para mares y océanos extraterrestres: Titán. Es una luna misteriosa y extraordinaria, envuelta por una espesa atmósfera de nitrógeno, y anaranjadas brumas de compuestos orgánicos. Las observaciones realizadas por los telescopios más grandes de la Tierra, en el rango del infrarrojo, revelaron que existen nubes de metano (CH4) que, de tanto en tanto, precipitan sobre la superficie del gigantesco satélite (el segundo más grande del Sistema Solar, después de Ganímedes, con 5150 km de diámetro). Sí, en Titán llueve, y esas lluvias parecen formar grandes lagos –y quizás, hasta mares– de metano líquido, al menos temporalmente. Y no sólo eso: el año pasado, la astrónoma estadounidense Caitlin Griffith y sus colegas de la Universidad de Arizona detectaron las huellas espectrales del agua en el suelo del satélite. Aparentemente, el agua forma parches de cientos o miles de kilómetros cuadrados en la superficie de Titán. E incluso, hay una buena probabilidad de que, bajo tierra, también exista en estado líquido. Las respuestas a estos, y muchos otros interesantísimos interrogantes (incluyendo cuestiones de corte netamente biológico), podrían llegarnos a mediados de enero de 2005, cuando la sonda europea Huygens (actualmente en órbita de Saturno) finalmente descienda en Titán. Así, muchos expertos no descartan una espectacular hipótesis: tal vez, ese histórico descenso no se produzca en tierra firme, sino en un lago o en un mar de metano.
MAS LEJOS...
En los arrabales del Sistema Solar las temperaturas son aún más bajas que en Titán. Sin embargo, y teniendo en cuenta los casos anteriores, donde el calor interno (de origen radiactivo) jugaría un papel fundamental, no es disparatado considerar los casos de objetos tan fríos como Tritón, la gran luna de Neptuno, o el mismísimo Plutón, mundos tristísimos, en eterna penumbra, donde un termómetro marcaría 230 grados bajo cero. Tritón y Plutón tienen tamaños similares (2800 y 2300 kilómetros de diámetro, respectivamente), y en ambos casos, son mazacotes de hielo de agua, nitrógeno y metano, con núcleos rocosos. Tal vez, y sólo tal vez, ese calor interno permitiría temperaturas de entre -60ºC y -90ºC, suficientes como para que el agua, mezclada con amoníaco, actuando como anticongelante, forme una solución líquida. Más allá de precarias evidencias que sugieren la posible movilidad de los hielos en la superficie de Plutón, no existen pruebas sobre la presencia de masas líquidas en los interiores de ambos. Sin embargo, es justo reconocer que allí también hay una luz de esperanza para los océanos extraterrestres. Una luz que podría encenderse (o apagarse) hacia 2016, cuando la nave New Horizons (NASA), que se lanzará en un par de años, finalmente arribe a Plutón.
¿OCEANOS EXTRASOLARES?
Si se puede soñar con la posibilidad de océanos en Calisto o en Plutón, por qué no ir más lejos y considerar, también, la posibilidad de que existan grandes masas de agua líquida (o alguna otra sustancia) en losplanetas que orbitan a otros soles. A la luz de lo que parece ocurrir en nuestro sistema, el repertorio de posibles océanos no se limitaría al caso tradicional de la Tierra. Todo lo contrario: las variedades de océanos podrían ser muchísimas, y no dependerían necesariamente de cuestiones de proximidad a una estrella, o una atmósfera con determinadas propiedades; sino también de factores internos, como la radiactividad, o el calor remanente de la formación inicial del planeta (o luna).
Por otra parte, hay que tener en cuenta que el agua es uno de los compuestos más abundantes y estables del universo. Y en consecuencia, es más que razonable pensar en que los océanos de agua líquida, superficiales o subterráneos, serían moneda corriente en el universo. Viendo lo que pasó aquí, inevitablemente, las implicancias para la vida podrían ser sumamente favorables. Pero, como ya se dijo, ésa es otra gran historia. Es el final de nuestra intrépida travesía: después de un largo viaje por todas aquellas aguas extraterrestres, la tranquilizadora silueta de nuestro puerto ya está asomando sobre el horizonte.