COMO VIVEN LOS NIÑOS NACIDOS A PARTIR DE FERTILIZACION IN VITRO
El club de la probeta
Por Federico Kukso
Nadie elige nacer. Ni cuándo, dónde o cómo. O siquiera qué padre, hermanos o madre tener. La vida, a diferencia de la muerte, escapa de la mano del sujeto naciente, de su decisión, voluntad o deseo. Entre vuelta y vuelta, hay quien la ve como una ruleta, con sus probabilidades, sus valles de gloria y abismos de desolación. Pero, si bien aún el ser humano no logró reproducirla a partir de la nada, desde hace menos de treinta años se halló la esperanzadora forma de inducirla y hacerla brotar allí donde la desesperación y el llanto reinaban.
Aunque, como se dice, todas las personas son únicas y especiales (y todos los bebés, por definición, adorables), hay casos especiales como el de aquellos “recién venidos” buscados por años o décadas enteras porque los espermatozoides eran bastantes holgazanes y los óvulos nunca llegaban a horario a la cita. Son los “niños de probeta”. Y no son pocos: el club ya superó el millón.
RUBIA Y GORDITA
Todo empezó en 1978 con una técnica (de reproducción asistida: la fertilización in vitro), desarrollada luego de 15 años de investigación por los médicos británicos Patrick Steptoe y Robert Edwards, lo suficientemente efectiva como para crear por sí misma no una sino un variopinto enjambre de etiquetas para enchufar a aquellos niños y niñas que nacieron gracias a ella: “hijos de la ciencia”, “hijos de nadie”, “bebés de Pandora” o “generación robot” desfilaron por los diarios para interpelarlos. Sin embargo, fue el (impreciso) título de “niños de probeta” el que ganó la pulseada y quedó para siempre como boya de advertencia para el mundo (por algo fue que la revista inglesa Nova publicó en 1972 un artículo que dejaba entrever que los bebés de probeta serían la mayor amenaza desde la bomba atómica). Sorprendentemente, la expresión había aparecido en 1935 para designar a los bebés concebidos por inseminación artificial (inyecciones de semen en la vagina o útero).
Y ahí estaba ella. La rubia y regordeta Louise Brown había nacido (por cesárea) a las 11.47 del 25 julio de 1978 en Oldham (Inglaterra) para alzarse con un título indiscutido: el de la primera bebé de probeta de la historia de la humanidad. Su vida (o más bien, cómo consiguió la vida) merece una película: desesperados tras años de fracasos calamitosos, el matrimonio de John Brown, camionero de los ferrocarriles británicos, y Lesley Brown (que sufría de una obstrucción en sus trompas de Falopio) tuvieron un respiro de suerte y ganaron 800 libras esterlinas en la lotería del fútbol. El gesto del destino fue locuaz y decidieron jugarse: armaron las maletas y viajaron 500 kilómetros para someterse a un bizarro tratamiento en experimentación que consistía en fundir los espermatozoides y los óvulos fuera del cuerpo para luego, en caso de lograr la fertilización, transferir el embrión al útero materno para dar comienzo al embarazo. El procedimiento se había intentado 78 veces en otras mujeres sin conducir a nada. Ellos fueron los afortunados.El camino de Louise Brown al estrellato fue breve. Sólo por nacer (de la manera en que lo hizo, claro está) atrajo como un imán a grabadores, cámaras y luces de televisión. Según recuerda, tanta atención era natural para ella; aunque todo cuajó cuando a los 5 años sus padres decidieron contarle la historia justo antes de ir al jardín de infantes. Actualmente, Louise trabaja en una guardería como maestra jardinera y, pese a que confiesa no sentirse muy distinta al resto del mundo, por lo bajo asegura que “siempre deberá cargar con el estigma de ser el primer bebé de probeta”. Pero en su familia no es la única: su hermana Natalie, cuatro años más chica que ella, también nació de la misma manera y hasta tiene el certificado por ser la bebé de probeta número 40 de Gran Bretaña.
LA VEDA
El primer varón de probeta no tardó en llegar: Alastair Macdonald, en enero de 1979. Lo curioso del asunto es que después de Brown y Macdonald, se dio una impasse: no hubo bebés de probeta casi por dos años. Tras los aluviones de críticas de las iglesias del mundo, Edwards y Steptoe fueron demonizados por la prensa. Incluso la Asociación Médica de Estados Unidos pretendió prohibir la técnica de fertilización in vitro. Uno de sus críticos más acérrimos fue Leon Kass, actual consejero de George W. Bush en bioética. Qué casualidad.
Por suerte, la “veda probética” duró poco y desde entonces los avances en reproducción asistida no se detuvieron: los primeros gemelos de probeta nacieron en abril de 1982 (también en Inglaterra); en 1983 nació el primer embrión congelado; en 1997 dio a luz la madre más vieja del mundo (Liz Buttle, a los sesenta años); y en junio de 1998, Diane Wood tuvo un hijo a partir del esperma congelado de su esposo muerto. En sus inicios, la técnica empleada tenía un 16% de éxito; hoy, un 50% y, lo más importante: pese a su costo de 4000 dólares, ya es rutina.
En la Argentina, la novedad no tardó en llegar y los primeros compatriotas de probeta (los mellizos tucumanos Pablo y Eliana Delaporte) nacieron el 7 de febrero de 1986 gracias a los esfuerzos del equipo del doctor Roberto Nicholson, Nicolás Neuspiller y Santiago Brugo Olmedo, que por esas fechas integraban el Centro de Estudios de Ginecología y Reproducción. Actualmente, se estima que hay diez mil “argentinos de probeta”.
LO MEJOR DE LO MEJOR
Entre tantas alegrías y bebés recién nacidos se cuelan también experimentos frankensteinianos: como el arremetido por un tal Robert Graham, un millonario californiano convencido de que la especie humana atravesaba una inevitable declinación, quien creó en 1980 lo que llamó el “banco de los Premios Nobel” (o Repository for Germinal Choice), para “producir” bebés genios a partir de donaciones genéticas (se entiende: de esperma) de los más prominentes científicos del momento (uno de ellos fue William Shockley, inventor del transistor) en úteros alquilados a mujeres miembros del club Mensa. El proyecto eugenístico, en el que se basó la película Gemelos (Twins), bajó las persianas en 1999 y se estima que nacieron unos 200 niños que se desperdigaron por el mundo. Y más nada se supo de ellos.
UN MUNDO FELIZ
Hace 26 años, como era de esperar, todos se hacían la misma pregunta: ¿tendrán los niños-probeta problemas psicológicos cuando crezcan? ¿Se podrán adaptar fácilmente a su medio social? Veintiséis años después, las evidencias se apilan y fortalecen la idea de que los niños-probeta se mueven por el mundo con las mismas alegrías, tristezas y preocupaciones que los niños concebidos según la vieja usanza. El problema, según un estudio de psicólogos del Instituto Maternoinfantil de Praga, son lospadres: los investigadores checos concluyeron que los padres tienden a mimar demasiado a los bebés probeta (y a sobreexigirlos) debido a que antes del nacimiento sufrieron un prolongado estrés al querer tener un hijo y no conseguirlo.
“Desear un hijo y no tenerlo es un fantasma sentado año tras año encima de mi corazón”, dice Yerma en la obra homónima del gran Federico García Lorca. Para millones de parejas, ese espectro ya dijo adiós.