Sábado, 5 de febrero de 2005 | Hoy
ARQUEOASTRONOMIA: UNA ESCULTURA Y UN MITICO MAPA CELESTE
Por Mariano Ribas
Desde hace dos milenios descansa sobre los hombros de un gigante de mármol. Es una esfera tallada con decenas de figuras en relieve, y varias líneas que se cruzan. Está a la vista de todos, en una sala de un museo italiano. Sin embargo, nunca nadie se dio cuenta de su inmenso valor: esa esfera es una copia fiel del legendario catálogo estelar de Hiparco. Fue el primer gran mapa de los cielos. Y parecía haberse perdido para siempre. Pero ahora ha sido rescatado por el ojo atento, la astucia y la técnica de un reconocido arqueueoastrónomo norteamericano. Después de un larguísimo paréntesis, y de un modo curioso e inesperado, la humanidad ha recuperado una de las obras más extraordinarias de la astronomía antigua.
Desde todo punto de vista, Hiparco fue un innovador. En su época de gloria, entre los años 140 y 125 a.C., el gran astrónomo griego realizó una serie de aportes y descubrimientos verdaderamente revolucionarios. Calculó la duración del año con una precisión de seis minutos; elaboró una ajustada teoría sobre los movimientos del Sol y la Luna en el cielo; y hasta descubrió una nova (una estrella que aumenta su luminosidad en forma repentina). Gracias a sus meticulosas observaciones a ojo limpio, Hiparco construyó la primera escala para clasificar y medir el brillo aparente de las estrellas: fue la base de la idea de magnitud estelar, que aún hoy siguen utilizando todos los astrónomos del mundo. Pero por sobre todo aquello hay dos hazañas científicas que le dieron la inmortalidad. Por un lado descubrió la “precesión”, ese lento movimiento de bamboleo del eje terrestre que, a lo largo de los siglos, provoca ligeros cambios en la ubicación de las estrellas. Y por el otro compiló el primer catálogo celeste de la historia, un trabajo monumental que describía la posición de un millar de estrellas, agrupadas en cuarenta constelaciones. En su momento, aquella obra fundacional de la astronomía se plasmó materialmente en algunos mapas esféricos (probablemente hechos por el propio Hiparco). Y eso tiene mucho que ver con este asunto.
Pero, a principios de la era cristiana, casi todo se perdió (sólo se conservó el libro Comentarios, que describe las figuras de las constelaciones). Y los únicos rastros que quedaron de aquella obra fundacional de la astronomía fueron algunas referencias de otros autores griegos, bastante posteriores (como el mismísimo Ptolomeo, del siglo II, que alude al trabajo de Hiparco en su célebre Almagesto; Arato, del siglo III; y Eudoxo, del siglo IV). Bueno, en realidad no exactamente los únicos. Y aquí entran en escena un investigador y una escultura. El investigador es Bradley Schaefer, un físico y astrónomo estadounidense de la Universidad de Louisiana, mundialmente reconocido por sus trabajos en el moderno y prometedor campo de la arqueueoastronomía. La escultura es el Atlas Farnesio, una impresionante estatua romana del siglo II, de más de dos metros de altura, expuesta en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, Italia. Según los historiadores del arte, la pieza es una copia de un original griego. Cual fiel representación del mítico Atlas, el gigante de mármol carga sobre sus hombros con todo el firmamento representado por una esfera de 63 centímetros de diámetro. En su superficie están talladas las figuras que corresponden a 41 constelaciones griegas y, también, las líneas que representan el Ecuador y los trópicos celestes, la eclíptica (la zona del cielo que recorren el Sol, la Luna y los planetas) y algunos meridianos. Lo cierto es que, hasta ahora, nadie se había detenido a analizar en detalle esa representación celestial. Pero Schaefer lo hizo, y lo que descubrió fue asombroso.
Desde hace años que Schaefer se dedica a estudiar la historia y los orígenes de las constelaciones, esas caprichosas agrupaciones de estrellas que cada pueblo de la antigüedad imaginó a su modo, reflejando su cultura, sus mitos y hasta sus objetos cotidianos. No es raro, entonces, que haya viajado hasta el Museo de Nápoles para echarle una profunda mirada al poderoso Atlas Farnesio. A poco de observarlo, Schaefer tuvo un pálpito basado en su experiencia. Pero siguió adelante. Fotografió al globo desde todos los ángulos posibles, tomó como referencia setenta puntos especialmente elegidos de su superficie, y luego combinó todas las imágenes mediante técnicas de computación. Así obtuvo un modelo muy preciso de la añeja esfera celeste. Miró, pensó y llegó a una serie de conclusiones. Por empezar, notó que las posiciones de las constelaciones, unas con respecto a otras, eran sumamente precisas (con un error no mayor a los 3,5º en promedio). Y de ahí dedujo que el escultor griego original no sólo se había dedicado con mucho esmero al tallado de las figuras sino que, forzosamente, debía haber copiado fielmente un auténtico mapa celeste. Y ese mapa celeste llevaba la marca de un astrónomo. No había otra manera de explicar tanta precisión.
Sí, el pálpito estaba, pero todavía faltaba un punto crucial: fechar el mapa con la mayor exactitud posible. Y para eso había que tener en cuenta, justamente, la dichosa precesión. Tomando en cuenta sus efectos sobre las posiciones de las constelaciones a lo largo de los siglos y milenios, las ubicaciones que ocupaban en el globo celeste del Atlas Farnesio, y pidiéndoles una mano a programas informáticos que emulan los cielos de cualquier lugar y en cualquier época, Schaefer clavó la fecha: ese cielo corresponde al año 125 antes de Cristo. Justo cuando vivió el protagonista de su pálpito: “Estoy seguro de que aquel escultor griego copió uno de los legendarios globos estelares de Hiparco”, dijo el arqueueoastrónomo. Y emocionado agregó: “Es fascinante pensar que hemos recuperado una de las piezas más famosas de la sabiduría antigua”. Schaefer hizo su espectacular anuncio durante el último encuentro de la American Astronomical Society, celebrado en San Diego, California. Y publicará un extenso informe sobre toda su investigación en el número de mayo del Journal for the History of Astronomy.
Escapando a las tinieblas del tiempo y la leyenda, el mítico cielo de Hiparco, finalmente, ha regresado.
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