DOMOTICA: EL HOGAR DEL FUTURO YA ES UNA REALIDAD
› Por Federico Kukso
A mediados de los ‘50,
un conjunto de los más variados y –hasta entonces– desopilantes
artilugios creados por la mente humana asaltaron como langostas en celo los
ambientes de casas y edificios urbanos de unos pocos privilegiados. Vinieron
en malón: extrañas cajas eléctricas capaces de mantener
a bajas temperaturas todo lo que cruzaba sus puertas, aparatitos de plástico
del tamaño de una mano mediante los cuales se podía cambiar mágicamente
los canales de la televisión sin sufrir los horrores de levantarse del
sillón, dispositivos en forma de pistola que emitían aire caliente,
muebles vacíos en donde uno introducía un pantalón sucio
y salía otro limpio, jarras productoras de batidos, y así...
La cosa es que despacito y sin que muchos se dieran cuenta, estos chiches modernos,
ahora llamados amablemente “electrodomésticos” y que desembarcaron
con el propósito de “simplificar la vida”, se colaron en el
reino de lo privado y lo invadieron a un punto tal que muchos de ellos se camuflan
sin llamar la atención en la escenografía doméstica. Y
eso que aún no completaron el asalto final: unirse orquestalmente en
una red de conexiones aceitadas para funcionar al unísono. Cuando lo
hagan, el megaelectrodoméstico resultante se despojará de esta
carcasa lingüística y adoptará otro nombre más certero.
Mientras tanto, hace uso de apodos provisorios y algo marketineros: es la “casa
del futuro”, el smarthome, la maison intelligente.
HOGAR, ELECTRONICO HOGAR
La ciencia, especialidad, o conjunto de corpus teórico que rodea
a estas construcciones futuristas –casi calcadas de la película
Volver al Futuro II– es la “domótica” (del latín
domus, “casa”, y automática), que despuntó tímidamente
en Francia allá por los ‘60 y amaga con ser la estrella de esta
anónima década. En verdad, surgió como una necesidad, una
manera disciplinada de comprender y aplicar la integración total de aquella
miríada de artefactos (heladera, aspiradora, lavarropas, microondas,
televisor, videocasetera, DVD, plancha, lavarropa, batidora, y muchos etcéteras)
que pululan por la casa, con la electricidad como su sistema nervioso. Y es
una arista más de la llamada convergencia electrónica, o sea,
la sinergia resultante de poner a actuar en conjunto aparatos heterodoxos. Lo
que promete es lisa y llanamente sensacional (para el más cómodo
de los haraganes, por supuesto): encender y apagar las luces de una casa con
sólo mandar un email, café listo al despertar, la comida hecha
y servida apenas uno vuelve del trabajo, adaptar la temperatura ambiente según
la temperatura interna del usuario, bajar el volumen de la televisión
cuando suena el teléfono, heladeras que controlan la fecha de vencimiento
y cuándo se están por acabar los productos.
No hace falta mucha magia sino (mucho) dinero. Es que para tener hoy la casa
del mañana, hay que invertir. Bastante: en sensores (oídos, ojos,
ymanos de la casa que detectan y reciben la orden del usuario vía voz
o a la distancia), “actuadores” (interruptores –algo así
como los músculos del inmueble– que activan o desactivan circuitos
eléctricos y ejecutan los mandatos del inquilino-amo) y un sistema de
control instruido en coordinar las tareas y tomar la decisión correcta
en el momento preciso; todo endulzado por la voz melódica de la casa,
capaz de dialogar con el usuario (es más: proyectos como el del equipo
español de Procesamiento del Lenguaje Natural de la Universidad de Sevilla
rozan –seguramente sólo por casualidad– lo que ocurre en la
novela Mona Lisa Overdrive de William Gibson en donde la casa habla y tiene
hasta nombre propio: Angela).
CARCELES DE LATA
Sin dudas, los cultores y arquitectos de estas casas de ensueño
fueron de chicos seguidores asiduos de dibujitos animados como Los Jetson (o
Los Supersónicos, versión futurista de Los Picapiedras), y ahora
son fanáticos devotos de jueguitos electrónicos como el Sim City.
Un grupo de ellos es el que diseña actualmente la “House_n”
(casa_n), en el Massachusetts Institute of Technology de Estados Unidos, y que
avizora un mundo manejado desde el borde de la cama. Todo se hará desde
la casa y las calles quedarán vacías, según estos científicos
estadounidenses: se podrá comprar, votar, aprender, trabajar, jugar,
descansar sin sacarse el pijama. Otro es el hogar pergeñado por los think
tanks de Microsoft, cuyo lema es “Que no se vea, pero que funcione”.
Curiosamente, la casa en cuestión se llama “Grace” (en honor
de la matemática y militar norteamericana Grace Murray Hopper), y dialoga,
sugiere recetas en la cocina, y avisa cuando la tapa del inodoro está
sucia.
Lo novedoso del asunto, vale decir, trae una carga de ceguera: promesas tecnológicas
que reclaman sumisión, encierro, desconexión con el mundo. Cada
dispositivo técnico, por más inocente que parezca, oculta siempre
bajo la manga un doble fondo conductual. Al fin y al cabo, la radio, la televisión,
incluso la impávida heladera, alteraron irremediablemente el modo en
que las personas entran en contacto unas con otras. Y la “casa del futuro”
no se priva tampoco de esta letra chica: ¿qué nuevos cambios inyectará
en la sociedad?, ¿cómo se verán afectadas las nociones
de espacio y tiempo?, ¿y lo público y lo privado? Mejor saberlo
antes de que se corte la luz y la casa idílica se convierta en la casa
de los siete infiernos.
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