Sáb 05.03.2005
futuro

DOMOTICA: EL HOGAR DEL FUTURO YA ES UNA REALIDAD

La casa de las vanidades

› Por Federico Kukso

A mediados de los ‘50, un conjunto de los más variados y –hasta entonces– desopilantes artilugios creados por la mente humana asaltaron como langostas en celo los ambientes de casas y edificios urbanos de unos pocos privilegiados. Vinieron en malón: extrañas cajas eléctricas capaces de mantener a bajas temperaturas todo lo que cruzaba sus puertas, aparatitos de plástico del tamaño de una mano mediante los cuales se podía cambiar mágicamente los canales de la televisión sin sufrir los horrores de levantarse del sillón, dispositivos en forma de pistola que emitían aire caliente, muebles vacíos en donde uno introducía un pantalón sucio y salía otro limpio, jarras productoras de batidos, y así...
La cosa es que despacito y sin que muchos se dieran cuenta, estos chiches modernos, ahora llamados amablemente “electrodomésticos” y que desembarcaron con el propósito de “simplificar la vida”, se colaron en el reino de lo privado y lo invadieron a un punto tal que muchos de ellos se camuflan sin llamar la atención en la escenografía doméstica. Y eso que aún no completaron el asalto final: unirse orquestalmente en una red de conexiones aceitadas para funcionar al unísono. Cuando lo hagan, el megaelectrodoméstico resultante se despojará de esta carcasa lingüística y adoptará otro nombre más certero. Mientras tanto, hace uso de apodos provisorios y algo marketineros: es la “casa del futuro”, el smarthome, la maison intelligente.

HOGAR, ELECTRONICO HOGAR
La ciencia, especialidad, o conjunto de corpus teórico que rodea a estas construcciones futuristas –casi calcadas de la película Volver al Futuro II– es la “domótica” (del latín domus, “casa”, y automática), que despuntó tímidamente en Francia allá por los ‘60 y amaga con ser la estrella de esta anónima década. En verdad, surgió como una necesidad, una manera disciplinada de comprender y aplicar la integración total de aquella miríada de artefactos (heladera, aspiradora, lavarropas, microondas, televisor, videocasetera, DVD, plancha, lavarropa, batidora, y muchos etcéteras) que pululan por la casa, con la electricidad como su sistema nervioso. Y es una arista más de la llamada convergencia electrónica, o sea, la sinergia resultante de poner a actuar en conjunto aparatos heterodoxos. Lo que promete es lisa y llanamente sensacional (para el más cómodo de los haraganes, por supuesto): encender y apagar las luces de una casa con sólo mandar un email, café listo al despertar, la comida hecha y servida apenas uno vuelve del trabajo, adaptar la temperatura ambiente según la temperatura interna del usuario, bajar el volumen de la televisión cuando suena el teléfono, heladeras que controlan la fecha de vencimiento y cuándo se están por acabar los productos.
No hace falta mucha magia sino (mucho) dinero. Es que para tener hoy la casa del mañana, hay que invertir. Bastante: en sensores (oídos, ojos, ymanos de la casa que detectan y reciben la orden del usuario vía voz o a la distancia), “actuadores” (interruptores –algo así como los músculos del inmueble– que activan o desactivan circuitos eléctricos y ejecutan los mandatos del inquilino-amo) y un sistema de control instruido en coordinar las tareas y tomar la decisión correcta en el momento preciso; todo endulzado por la voz melódica de la casa, capaz de dialogar con el usuario (es más: proyectos como el del equipo español de Procesamiento del Lenguaje Natural de la Universidad de Sevilla rozan –seguramente sólo por casualidad– lo que ocurre en la novela Mona Lisa Overdrive de William Gibson en donde la casa habla y tiene hasta nombre propio: Angela).

CARCELES DE LATA
Sin dudas, los cultores y arquitectos de estas casas de ensueño fueron de chicos seguidores asiduos de dibujitos animados como Los Jetson (o Los Supersónicos, versión futurista de Los Picapiedras), y ahora son fanáticos devotos de jueguitos electrónicos como el Sim City. Un grupo de ellos es el que diseña actualmente la “House_n” (casa_n), en el Massachusetts Institute of Technology de Estados Unidos, y que avizora un mundo manejado desde el borde de la cama. Todo se hará desde la casa y las calles quedarán vacías, según estos científicos estadounidenses: se podrá comprar, votar, aprender, trabajar, jugar, descansar sin sacarse el pijama. Otro es el hogar pergeñado por los think tanks de Microsoft, cuyo lema es “Que no se vea, pero que funcione”. Curiosamente, la casa en cuestión se llama “Grace” (en honor de la matemática y militar norteamericana Grace Murray Hopper), y dialoga, sugiere recetas en la cocina, y avisa cuando la tapa del inodoro está sucia.
Lo novedoso del asunto, vale decir, trae una carga de ceguera: promesas tecnológicas que reclaman sumisión, encierro, desconexión con el mundo. Cada dispositivo técnico, por más inocente que parezca, oculta siempre bajo la manga un doble fondo conductual. Al fin y al cabo, la radio, la televisión, incluso la impávida heladera, alteraron irremediablemente el modo en que las personas entran en contacto unas con otras. Y la “casa del futuro” no se priva tampoco de esta letra chica: ¿qué nuevos cambios inyectará en la sociedad?, ¿cómo se verán afectadas las nociones de espacio y tiempo?, ¿y lo público y lo privado? Mejor saberlo antes de que se corte la luz y la casa idílica se convierta en la casa de los siete infiernos.

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