Sáb 19.03.2005
futuro

FRAGMENTOS

La más bella historia del mundo

Por Hubert Reeves

Apilados en su pequeña Tierra, amenazados por su propio poder, los seres conscientes y curiosos alzan los ojos al cielo y se preguntan, ansiosos: ¿cómo continuará esta bella historia del mundo?

El porvenir del hombre
–Nuestra historia del mundo enfrenta ahora un cuarto acto, el de la evolución cultural, nos dice Joël de Rosnay. ¿Piensas lo mismo?
Yves Coppens: –Le dije un día a Jean-Louis Etienne, explorador que regresaba del Polo Norte: “Debiste pasar frío por allí”. Me respondió, sencillamente: “No, iba abrigado”. Esto es bastante típico de nuestra evolución cultural. Mejoramos cada día nuestro dominio del cuerpo y del entorno y hemos entregado el relevo a la cultura. Y es ésta, no la naturaleza, la que más rápido responde a las solicitaciones del entorno.
–¿Ya no se modifica, entonces, nuestro cuerpo de Homo sapiens?
–Sí, pero con suma lentitud. Para verificarlo debemos mirar hacia un porvenir más distante. Dentro de diez millones de años es posible que tengamos una cabeza diferente de la actual. El esqueleto se nos hará aún más grácil y el cerebro sin duda se nos va a seguir desarrollando.
–Lo que permitirá aptitudes nuevas.
–Sí. No es imposible que el aumento del tamaño del cerebro, y por lo tanto de la talla del feto, imponga un tiempo de gestación aún más breve. Si la madre del superhumano de mañana debe dar a luz a los seis meses, la infancia se prolongará y también el tiempo de aprendizaje. No se comprende muy bien lo que fue la gestación en el pasado, pero podemos pensar que nuestra evolución se hizo en ese sentido y que proseguirá así.
–Nuestra evolución biológica no ha terminado entonces.
–Va más lento, pero continúa. Porque seguimos sometidos a las leyes de la biología y a adaptaciones. Los virus, que también evolucionan, nos pueden causar problemas. Tampoco estamos al abrigo de un cataclismo cósmico que altere la atmósfera. Pero, en cambio, ya no se puede decir que el hombre esté sometido a una verdadera selección natural. (...)
–La cultura humana es cada vez más homogénea, el mundo más global y el planeta empequeñece.
–Es verdad. La gente viaja mucho, se mezcla biológica y culturalmente. También las culturas. Pero cuando vemos, por ejemplo, a los bosquimanos o a los indios de América, relegados en lo que crudamente se califica de “reservas”, cabe la pregunta: ¿querer que esas poblaciones continúen con sus tradiciones, sus cantos, sus lenguas, no es acaso prohibirles el acceso al mundo contemporáneo? ¿Acaso esas reservas no son pequeñas islas de origen que mantenemos por placer y no por placer de sus habitantes? Creo que esas poblaciones no tienen otra solución que mezclarse genética y culturalmente con nosotros –lo que también vale recíprocamente– o desaparecer. La nostalgia no es necesaria.
–¿Crees que va a proseguir la complejidad que opera desde el Big Bang?
–Sí. El hombre acumula un conocimiento creciente. Progresa hacia un saber mayor, una mayor libertad, hacia una cultura y quizás una naturaleza más y más complejas. Seguimos el mismo camino de la materia y de la vida.
–¿Eres, más bien, de la especie optimista?
–Decididamente. Me parece que las sociedades humanas se organizan bastante bien. Poco a poco somos más conscientes de nuestro entorno. Consideremos la Sociedad de las Naciones, las Naciones Unidas: estosorganismos han experimentado múltiples dificultades. Pero cuando las cosas se miran con perspectiva, se aprecia que el hombre ha adquirido conciencia de su condición mundial en apenas setenta años. ¿Y qué es eso en relación con nuestra historia?
–Poca cosa. Pero mucho para un individuo...
–La duración de nuestra modernidad es desdeñable si se la compara con los tres millones de años de vida de nuestra especie. La humanidad actual, aunque haya llegado a algún nivel de reflexión, me parece todavía muy joven. Gran cantidad de dificultades de nuestro siglo provienen de que hay mucha población que sólo posee una información muy reducida acerca del mundo.

El porvenir del universo
–¿Estaremos todavía en la prehistoria de la humanidad o en la del universo? ¿Cuánto tiempo más va a durar el universo?
Hubert Reeves: –Las observaciones más recientes parecen favorecer el escenario de una expansión continua. Las dimensiones del universo serían entonces infinitas y su vida se prolongaría indefinidamente. Se enfría y tiende con lentitud a una temperatura de cero absoluto. Por lo cual no se puede ser categórico: nuestras predicciones se apoyan en teorías que a su vez se fundan en la existencia de cuatro fuerzas, en solamente cuatro. Y nada nos permite asegurar, hoy, que no descubriremos otras.
–Si se expande de manera infinita, ¿significa que se va a vaciar más y más, que los cuerpos celestes van a seguir alejándose y que el cielo, visto desde aquí, será negro?
–Las estrellas que nos aclaran el cielo nocturno no participan en la expansión. Globalmente, no se alejan de nosotros. La expansión acontece entre las galaxias y no en el interior de cada una. Con el tiempo, estas galaxias se verán más débiles en nuestros telescopios. Pero este debilitamiento no será perceptible antes de varios millones de años.
–Esto es hipotético, pues ya no habrá hombres para hacer esas observaciones: algunas estrellas van a morir, como el Sol.
–Sí. En la actualidad, como ya lo dijimos, el Sol ha quemado la mitad de su hidrógeno. Está en la mitad de su vida. Dentro de cinco mil millones de años lo habrá consumido todo y se convertirá en gigante roja. Su núcleo central se contraerá más y más y su atmósfera, en cambio, se extenderá hasta mil millones de kilómetros. Al mismo tiempo, su color pasará del amarillo al rojo.
–Y en ese instante los planetas se asarán.
–Sí. El Sol será mil veces más luminoso que hoy. Visto desde la Tierra, ocupará gran parte del cielo. La temperatura de nuestro planeta saltará a varios miles de grados. Desaparecerá la vida, la Tierra se volatilizará. Esto ocupará algunos cientos de millones de años. Nuestra estrella va a desintegrar también a Mercurio, a Venus y quizás a Marte. Los planetas lejanos, como Saturno y Júpiter, perderán su atmósfera de hidrógeno y helio y sólo conservarán sus enormes núcleos rocosos, desnudos. Más tarde, el Sol, privado de su fuente de energía nuclear, adquirirá el aspecto de una enana blanca del tamaño de la Luna. Se enfriará lentamente, durante varios miles de millones de años y se convertirá en enana negra, en cadáver estelar sin luz.
–¿Y qué sucederá con la materia que componía la Tierra?
–Volverá al espacio interestelar. Más tarde podrá servir para constituir estrellas o para contribuir a la formación de planetas.
–¿Y para formar vidas nuevas?
–¿Por qué no? Los átomos de nuestro cuerpo quizá sirvan un día para componer organismos vivos en algunas biosferas distantes...
–La única certeza es que el hombre no podrá permanecer en la Tierra más de cuatro mil millones de años.–Sí, pero se puede pensar, como Yves Coppens, que mucho antes de esa fecha fatídica estaremos en condiciones de realizar largos viajes interestelares. Pensemos en los progresos logrados en dos o tres generaciones: nuestras abuelas viajaban a cincuenta kilómetros por hora, mientras que nosotros disponemos de naves que alcanzan cincuenta mil kilómetros por hora. No es imposible que las sondas lleguen un día a velocidades cercanas a la de la luz. Nuestros descendientes podrán, entonces, ir a buscar la luz en estrellas lejanas (...) Hoy nos encontramos ante los límites de nuestro planeta. ¿Es posible conseguir que coexistan diez mil millones de personas sin que se lo deteriore? Los seres humanos son geniales, y lo han demostrado en numerosas ocasiones quebrando átomos y explorando el sistema solar, pero esta tarea va a ser la más ardua de todas las que han efectuado hasta ahora. Impone, sobre todo, el abandono de la idea de crecimiento económico y la necesidad de instalarse en el “desarrollo sustentable”. Es difícil que nuestros dirigentes comprendan esto. En los organismos hay sistemas de alarma y de cura. El cuerpo entero se moviliza ante una herida. Necesitamos inventar un sistema análogo para el planeta. Las Naciones Unidas y las asociaciones humanitarias son un esbozo. Habría que ir más lejos.
–¿Acaso no estamos todavía en la prehistoria, como sugiere Yves Coppens? ¿Nos faltará aún mucho tiempo para alcanzar una fase superior de moral y de civilización?
–¿Ha progresado verdaderamente la humanidad en el plano de la conducta y la moral? No estoy seguro. Podríamos discutirlo mucho. Hay, por cierto, la abolición de la esclavitud y el reconocimiento de los derechos del hombre. Pero los indios de América habían conseguido un grado admirable de comportamiento humano. Habían establecido reglas de conducta social que influyeron decisivamente en la Constitución norteamericana. Claude Lévi-Strauss mostró que la esclavitud apareció con las grandes civilizaciones. El progreso de la moral no es algo evidente.
–Es posible que esta pregunta también se plantee en otras partes...
–Es muy probable que nuestra civilización sólo sea un caso entre muchos. En la hipótesis de que la evolución cósmica condujera a la formación de otros planetas y otras formas de vida, se puede suponer que esas civilizaciones han enfrentado las amenazas que hoy nos asedian. Una visita a esos mundos nos presentaría dos figuras diferentes: planetas áridos, cubiertos de desechos radiactivos; y superficies verdes y acogedoras en los otros casos.
–La simbiosis o la muerte, decía Joël de Rosnay. ¿También se puede decir “sabiduría o revancha de la materia”?
–En este momento se nos plantea esta pregunta crucial: ¿estamos en condiciones de coexistir con nuestro propio poder? Si la respuesta es no, la evolución continuará sin nosotros. No hay que cerrar los ojos ante la gravedad de la situación presente. Importa seguir siendo optimistas, sin embargo. Debemos emplear todos nuestros recursos para salvar nuestro planeta antes de que sea demasiado tarde. Somos sus responsables, sus herederos. De nosotros depende que continúe esta bella historia del mundo.

Este fragmento corresponde al libro La más bella historia del mundo, del astrofísico francés Hubert Reeves, en el que reproduce sus conversaciones con los científicos Joël de Rosnay, Yves Coppens y Dominique Simonnet.

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