futuro

Sábado, 7 de mayo de 2005

BIOLOGIA SINTETICA: QUIENES SON Y EN QUE TRABAJAN LOS NUEVOS CONSTRUCTORES DE VIDAS

Murmullos de la creación

 Por Federico Kukso

No es novedad que en la ciencia, como en muchos otros campos donde la fama se confunde erróneamente más de una vez con el prestigio, abunden las sugerencias desopilantes. Así por ejemplo, hace dos años el geólogo norteamericano David J. Stevenson, catedrático de Ciencia Planetaria en Caltech (California Institute of Technology), mandó un artículo a la revista Nature donde bajo el título de “Una propuesta modesta” sugería un viaje imposible: tenía la intención de llegar al núcleo de la Tierra (a unos 3000 kilómetros de profundidad) con una pequeña sonda no tripulada que caería libremente hacia el centro a través de una grieta producida por la detonación de una bomba atómica. Poco tiempo después, y ante las exclamaciones disonantes propelidas por la comunidad científica que lo comenzaron a ver con nuevos (y malos) ojos, se excusó en público diciendo que su propósito oscuro había consistido en realidad en llamar la atención sobre la escasa exploración de las capas profundas de la Tierra. “Sabemos mucho del espacio y muy poco de lo que hay debajo de nuestros pies”, dijo (lo cual es cierto).

Pese a ser completamente irrealizable en el actual estado evolutivo de la técnica, la idea es interesante. En todo caso, el esbozo del tour intraplanetario de Stevenson actúa como visión en fuga: o sea, la señalización de caminos de investigación futuros y plausibles. En biología, viajes insólitos (e hipotéticos) de este tipo se recorren todo el tiempo. Nunca falta el gran científico que convoque las cámaras para atraer casi magnéticamente billetes o para robar a lo grande espacios televisivos (y competir así con espurios spots publicitarios sobre pastillitas y efervescentes adelgazantes) y luego amenace con crear sintéticamente nuevas formas de vida. Lo único que hacen, en verdad, es dejar caer el manto de la duda (y los remolinos del mito frankensteniano de la creación –despótica– ex nihilo) sobre nacientes campos de investigación (en rápida expansión) como el de la “biología sintética”.

Por ahora, se avizoran a grandes rasgos dos rutas en su panorama: por una transitan los que pretenden sintetizar organismos radicalmente nuevos (obviamente su verbo favorito es “crear”), y por el otro, aquellos que se conforman con recombinar y jugar –como con los ladrillos del Lego– con elementos ya dados naturalmente.

Guiadas por el lema impuesto por el físico Richard Feynman (“no entiendo lo que no puedo crear”), ya hay hasta compañías con atinados nombres elegidos para la ocasión que orientaron todos sus think tanks en alguna de esas dos direcciones. Una de ellas es ProtoLife –fundada por los norteamericanos Norman Packard y Steven Rasmussen del Los Alamos National Laboratory– en la que aseguran que ya está todo listo para que el mundo hospede nuevos seres como los “Los Alamos Bug” (un ejemplo de vida sintetizada a partir de elementos inorgánicos) u otros híbridos no tan metafísicos como moléculas sintetizadas que en vez de agua como elemento básico llevan aceite en sus inexistentes venas. Saben que para que lleve la etiqueta de vida, este nuevo bicho debe ser capaz de realizar una tarea tan básica y crucial como replicarse, tener un metabolismo elemental y transmitir información genética.

Otros equipos científicos no son tan ambiciosos y ponen sus fichas en la “reprogramación” de bacterias. Es el caso de Ron Weiss, profesor de ingeniería eléctrica y biología molecular de la Universidad de Princeton(Estados Unidos) que trata a estos organismos como nadie nunca los trató: los ve como computadoras. Y así logró, manipulando segmentos especiales del ADN llamados “plasmids”, que bacterias E. Coli se comportasen siguiendo sus órdenes: una, por ejemplo, emite luz fluorescente verde o roja en respuesta a las señales procedentes de otra E. Coli; una segunda adopta la forma de un blanco cuando se acercan sus compañeras y una tercera bacteria adopta forma de corazón. Todo esto, tan lúdico y jocoso, tiene una aplicación un poco más seria: según Weiss, que cuenta con financiamiento de la agencia ARPA del Pentágono, estas bacterias genéticamente modificadas podrán ser capaces algún día de actuar como “sensores vivientes” y detectar ántrax disperso en el aire.

En este campo, por supuesto, no podía faltar el multimediático biólogo y businessman Craig Venter (uno de los máximos responsables privados del mapeo del genoma humano), que en el Institute for Biological Energy Alternatives, en Maryland, se aboca a crear nuevas formas de vida –una célula mínima–, extrayendo el genoma de una bacteria ya existente y reemplazándolo con otro sintético.

Pero no todos son proyectos; ya hay realidades. En 2002, el equipo del bioquímico E. Wimmer en Nueva York publicaba la síntesis artificial del virus de la polio basándose en datos públicos presentes en bases de datos. Y hasta se logró recrear artificialmente el virus de la gripe española de 1918 a partir de sus componentes básicos.

El peligro, parece, no está tanto en lo que hacen sino en lo que piensas estos supuestos nuevos dioses mortales. Imaginación es lo que les sobra y algunos sueñan con construir complejos organismos como supercorales capaces de succionar gases contaminantes de la atmósfera y reducir la concentración de dióxido de carbono –enlenteciendo el calentamiento global–; elaborar bacterias-obreras productoras de hidrógeno en masa como fuente de energía alternativa; agregar nuevos cromosomas al genoma humano y aumentar capacidades físicas y mentales lo suficiente como para que se vuelvan herramientas indispensables para, justamente, detener la pelota y preguntarse qué es ese extraño baile de átomos, moléculas, fuerzas y sueños llamado vida.

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Bacteria E. Coli con forma de corazón, modificada geneticamente.
 
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