FARMACOLOGíA: LA TALIDOMIDA, DE MEDICAMENTO MILAGROSO A PRODUCTORA DE MONSTRUOS
› Por Raúl A. Alzogaray
El 1 de octubre de 1957, una nueva droga para dormir apareció en el mercado farmacéutico alemán. La promocionaban como una sustancia maravillosa que no producía efectos secundarios. Al poco tiempo era vendida en más de cuarenta países de los cinco continentes y se la empezó a usar también para aliviar los trastornos del embarazo. Sin embargo, cuatro años más tarde la retiraron del mercado. La talidomida, nombre de la droga en cuestión, enriqueció en forma millonaria a la empresa que la producía, alivió el insomnio y la ansiedad de muchos, pero convirtió en pesadilla la vida de miles de familias.
Irresponsabilidad ilimitada
La talidomida fue sintetizada por primera vez en 1954, en los laboratorios de la empresa farmacéutica alemana Chemie Grünenthal. Cuando la probaron en animales de laboratorio, no mostró propiedades antibióticas, antialérgicas ni antitumorales. Aun suministrada en grandes dosis no parecía producir efecto alguno. Entonces la calificaron como “no tóxica” y, por lo tanto, incapaz de producir efectos secundarios.
Los científicos y las autoridades de la empresa ignoraban cuáles eran las propiedades medicinales de la talidomida, pero estaban dispuestos a hacer lo que fuera para encontrarlas. Un medicamento sin efectos secundarios es el sueño de todos los fabricantes de fármacos.
El director de la Chemie Grünenthal se salteó los que hoy son pasos básicos en la investigación de nuevos medicamentos. En vez de hacer estudios exhaustivos en animales de laboratorio, mandó distribuir la droga gratuitamente entre los médicos alemanes para que se la administraran a sus pacientes. Así se descubrió que la talidomida induce en las personas un sueño profundo y prolongado.
Unos meses más tarde, una gran campaña publicitaria anunciaba la aparición de “Contergan”, una nueva píldora para dormir libre de efectos secundarios. Su principio activo era la talidomida.
A los pocos meses empezaron a llegar informes médicos negativos. Alrededor del 20% de las personas que consumían talidomida perdía el sentido del tacto en los pies, los tobillos, las pantorrillas y las manos.
Mientras la empresa ignoraba o descalificaba estas advertencias, miles de mujeres en todo el mundo ingerían talidomida para detener las náuseas y vómitos de los primeros meses del embarazo. Así se descubrió, de la peor manera posible, que la talidomida es teratogénica.
Los teratógenos son sustancias que producen malformaciones de nacimiento (la palabra deriva del griego y significa “creación de monstruos”). A causa de la talidomida, miles de bebés nacieron sin brazos y sin piernas, con las manos y los pies saliendo directamente del cuerpo. También ocurrieron deformaciones en los dedos, las orejas, los ojos y los órganos internos. Se ha estimado que la talidomida produjo unos 12.000 bebés deformes, de los cuales apenas 5000 llegaron a la adolescencia.
En 1961, la Chemie Grünenthal interrumpió de mala gana la venta de talidomida en Alemania. Los demás países siguieron el ejemplo. En Argentina se comercializó con el nombre de “Softenil” hasta marzo de 1962.
En manos de profesionales
A mediados de los ‘60, en un hospital de Jerusalén, un médico decidió correr el riesgo de usar la talidomida para sedar a un paciente terminal. Se trataba de un hombre que llevaba varios días sin dormir a causa de una conocida complicación de la lepra, caracterizada por inflamaciones extremadamente dolorosas. Tras ingerir una pastilla de talidomida, el hombre durmió veinte horas sin sobresaltos. Después de la tercera pastilla, la inflamación y el dolor desaparecieron por completo. Desde entonces, y con el visto bueno de la Organización Mundial de la Salud, la talidomida se usa con éxito para tratar esta forma de la lepra.
Actualmente se están llevando a cabo en Estados Unidos más de 150 estudios clínicos. La talidomida está dando buenos resultados en el tratamiento de varias formas de cáncer y algunas enfermedades de la piel y el sistema inmune.
La imagen que prevalece de la talidomida es aquella que la muestra como una droga monstruosa. Pero la culpa no es de la droga, sino de los responsables de su uso inapropiado. Como han señalado Trent Stephens y Rock Brynner en su libro Dark Remedy, “la talidomida nunca fue en sí un monstruo. En manos de profesionales ha salvado y prolongado vidas, y atenuó una enorme cantidad de sufrimiento”.
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