Sábado, 8 de octubre de 2005 | Hoy
ANTICIPO DEL ULTIMO LIBRO DE GREGORIO KLIMOVSKY Y GUILLERMO BOIDO
Después de una larga ausencia, vuelven a la carga el epistemólogo Gregorio Klimovsky y el historiador de la ciencia Guillermo Boido con una ardua y fecunda investigación filosófica en torno de la “reina de las ciencias” –la matemática– y las preguntas que ésta enciende (¿qué son las entidades con las que se maneja?, ¿qué clase de conocimiento proporciona?, ¿hay que creer todo lo que afirman los matemáticos?). A continuación, pues, un primer vistazo a Las desventuras del conocimiento matemático (AZ) y a las palabras iniciales de sus autores.
Por Guillermo Boido
Citado de memoria, decía Einstein que era preferible que la humanidad desapareciera por una decisión errónea de la sociedad en su conjunto y no por la de un grupo de especialistas. El conocimiento generado por científicos y tecnólogos debe ser compartido con la mayor cantidad posible de sectores sociales. Sólo así será factible crear un espacio de reflexión crítica para el análisis colectivo y multidisciplinario de las dimensiones políticas, culturales y eticosociales de la ciencia y de sus aplicaciones. Ellas no pueden ser patrimonio exclusivo de quienes las producen ni tampoco de los reducidos ámbitos políticos y económicos que hoy deciden la utilización de tales conocimientos exclusivamente en términos de sus propios intereses y en detrimento de las necesidades de la gran mayoría de la población. Por ello es imprescindible concebir una nueva educación que permita niveles adecuados de comprensión, por parte de los no especialistas, de los contenidos, métodos y alcances de los desarrollos científicos y tecnológicos. Este libro, en la medida de lo posible, pretende contribuir a esa finalidad a propósito de los problemas de la fundamentación y la filosofía de la que alguna vez ha sido llamada la “reina de las ciencias”, la matemática. Como el lector comprobará, a la vez que ella presta, en calidad de ciencia aplicada, innumerables servicios a otras ciencias, naturales y sociales, y también a la práctica tecnológica, su majestad no está libre de amenazas filosóficas.
Bien sabemos que existen científicos para quienes su interés radica exclusivamente en investigar en su ámbito específico, en el dominio interno de su comunidad profesional, y a quienes la docencia y la divulgación del conocimiento les resultan un desagradable compromiso: la vida es breve y la investigación demanda tiempo. Ante su obra, el público no especializado se enfrenta a lo que Pierre Thuillier llamaba la “vidriera de la ciencia”: para muchos, sólo se la puede contemplar, y son muy pocos quienes la puedan comprender. Afortunadamente, en la comunidad científica argentina hubo y hay excepciones: entre otras, la de Gregorio Klimovsky. En ejercicio de un magisterio de innumerables matices, en cátedras, clases, conferencias, escritos (muchos de ellos de corte académico pero otros accesibles a un vasto público), proyectos educativos y científicos, e incluso en el terreno de los derechos humanos, ha comprometido su credo humanista con un protagonismo social orientado a extender sin límites su concepción de una cultura sin fronteras, viva y democrática, que en modo alguno puede prescindir de la ciencia. La redacción de este libro, que tal maestro de la cultura argentina ha tenido la deferencia de compartir conmigo, ha significado para mí una de las experiencias más enriquecedoras de las que tenga memoria.
Por Gregorio Klimovsky
Para Aristóteles, una de las características de la actitud filosófica es el asombro. Puede que, por razones prácticas, se reúna con frecuencia conocimiento que tendrá utilidad instrumental. Pero cuando el conocimiento se asocia con el asombro que produce el hecho de que la realidad sea como es, enorme, fantástica y emocionante, entonces el conocimiento origina en el investigador una visión filosófica del universo. Debo confesar que en un (o tal vez varios) período de mi vida lo descripto anteriormente es precisamente lo que me sucedió. Reiteradas veces tuve la sensación de estar ante maravillas, como cuando, por caso, supe que la galaxia en la que está situado el sistema solar, nuestra galaxia, tiene unos cien mil años luz de diámetro y que está constituida por cientos de miles de millones de estrellas, entre las cuales el Sol es realmente un componente pequeño y aislado. Pero a su vez, enterarme de que en la parte del universo accesible para nuestros instrumentos astronómicos se cuentan varios cientos de miles de millones de galaxias resultaba ya demasiado para mi propia capacidad emocional. Todo ello me asombró pero además, como advierte Aristóteles, me asombró mi asombro, con lo cual estaba dando evidencias de un fuerte interés filosófico por este increíble universo en el que existimos. Esto explica que gran parte de los esfuerzos en mis estudios y actividades académicas hayan avanzado en dirección epistemológica, tratando de fundamentar cómo somos capaces los seres humanos de conocer tales cosas.
Posteriormente otra experiencia sorprendente vino a complicar mi vocación filosófica y mi capacidad de asombro. Me encontré con la matemática, o tal vez la matemática me encontró a mí, y con lo que a primera vista parecía un peculiar universo de entidades nítidas, perfectas y eternas (números, figuras, ecuaciones, conjuntos). Me fascinó también que el estudio de semejantes entidades estuviera asociado a una metodología para mí sorprendente: postulados, demostraciones y teoremas. Creo que el impacto intelectual que ello me produjo fue todavía mayor que el anterior y quizá por tal razón, desde entonces, quedé subyugado por ese extraño misterio que es el saber matemático. Uno de los motivos por el cual mi entusiasmo superó al que me habían provocado ciencias como la física o la astronomía fue que éstas mostraban la existencia de un universo muy grande, en tanto que entre las hazañas de la matemática se contaba el haber introducido una suerte de “universo infinito”, el cual, si bien en la concepción “pura” de dicha ciencia podía semejar un mero juego, resultaba indispensable, a través de sus aplicaciones, para el desarrollo de otras ciencias y de la tecnología.
Como respecto de las emociones filosóficas y científicas no padezco de ninguna forma de egoísmo, siempre he querido compartir mi asombro divulgando y discutiendo estos temas entre amigos, alumnos y también, en seminarios, entre mis colegas. Pero todo se complicó a medida que fui percibiendo, como advertirá el lector de este libro, que había en la matemática y en su fundamentación serias dificultades y que, al menos parcialmente, podía hablarse de una “crisis” de esta ciencia. Ello me llevó a inquirir qué soluciones se habían propuesto para tales dificultades y entonces comprobé que, incluso en la actualidad, aparecen constantemente nuevas opiniones y puntos de vista sobre la naturaleza de la matemática desde una perspectiva filosófica. Me pareció entonces que, por un lado, los estudiosos de la filosofía, y por otro, parte de los propios cultivadores y docentes de la disciplina, debían conocer las controversias principales que a propósito del tema habían sido planteadas en el siglo pasado. Esto explica por qué dediqué tantos años, en varias universidades y en diversas facultades de ciencias y de filosofía, al dictado de concursos y seminarios vinculados con la fundamentación y la filosofía de la matemática. Aún ahora estos temas, ya algo tradicionales, me siguen preocupando y esto me llevó, de común acuerdo con mi colega Guillermo Boido, a la idea de que resultaría útil redactar un texto elemental en el que los problemas de esta esfera del conocimiento se brindaran como información de interés no solamente para universitarios o académicos sino también para todos aquellos que conciben a la ciencia como una manifestación medular de la cultura humana. Lo cual nos condujo a ambos a organizar un seminario, de carácter muy privado, en el que tratamos de rescatar ordenadamente esta temática y exponer y valorar, en la medida de lo posible, algunas de las posiciones clásicas de la filosofía de la matemática. De allí surgió este texto, que recoge nuestras discusiones con la esperanza de que el entusiasmo y el asombro ante esta aventura del pensamiento, compartidos por ambos autores, pueda contagiarse a muchos lectores: docentes, investigadores y estudiosos en general.
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