Sábado, 15 de octubre de 2005 | Hoy
QUIMERAS NATURALES
Por Raul A. Alzogaray
Tiempo después, los medios de comunicación la llamaron Jane (pero ése no era su nombre). Tenía 52 años cuando acudió al Centro Médico Beth Israel en Boston, Massachussetts, Estados Unidos. Los médicos le dijeron que tenía una severa falla renal y necesitaba con urgencia un trasplante de riñón.
De inmediato, sus tres hijos varones se sometieron a pruebas de compatibilidad, para averiguar cuál era el donante más apropiado. Los estudios indicaron que uno de ellos era perfectamente compatible, pero los otros dos no. De acuerdo con los análisis, estos dos ni siquiera eran hijos de Jane. La mujer no lo podía entender, si ella misma los había llevado en su vientre y los había dado a luz. Además, las pruebas indicaban que ambos eran hijos del esposo de Jane. ¿Cómo podían ser hijos de él, pero no de ella? Los médicos tardaron dos años en resolver el enigma: el cuerpo de Jane era una mezcla de dos personas.
Mi melliza, yo y la mezcla de las dos
Habitualmente, los seres humanos se originan a partir de un óvulo y un espermatozoide que lo fecunda. Jane, en cambio, se formó a partir de dos óvulos y dos espermatozoides. Pero no fue un ménage à quatre entre células sexuales. Parece que dos óvulos de la madre de Jane fueron fecundados al mismo tiempo (cada uno por un espermatozoide). Así que Jane estuvo a punto de tener una melliza... pero los dos embriones se fusionaron en uno solo, que continuó creciendo normalmente. Casi todos los órganos de Jane estaban constituidos por dos tipos de células genéticamente diferentes: las suyas y las de quien hubiera sido su melliza. Curiosamente, la sangre era el único de sus tejidos que contenía un solo tipo de células, y eso fue lo que generó la confusión acerca de su maternidad.
Llamemos I y II a los dos tipos de células que formaban el cuerpo de Jane, y supongamos que todas sus células sanguíneas eran de tipo I. Como sus ovarios tenían los dos tipos de células, Jane producía óvulos I y II. Uno de sus hijos se formó a partir de un óvulo I; cuando lo compararon con la sangre de Jane, que también era I, hubo coincidencia. Los otros dos hijos se formaron a partir de óvulos II; al compararlos con la sangre de su madre, no hubo coincidencia.
Se conocen unos 30 casos como el de Jane. Los médicos los llaman quimeras, nombre que daban los griegos a una criatura formada por partes de distintos animales (cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente). Jane pudo llevar una vida normal, porque tuvo la suerte de que los dos embriones originales eran femeninos. Hay casos en que los embriones originales fueron de distinto sexo y produjeron personas hermafroditas o con órganos sexuales de naturaleza ambigua.
Cuando los limites se borran
El quimerismo natural puede tener diversos orígenes y no es tan raro como se podría pensar. Las mujeres que han estado embarazadas, por ejemplo, llevan en su sangre, durante años, células de sus hijos que atravesaron la placenta.
También existen quimeras de origen artificial. Por ejemplo, quien recibe una transfusión de sangre o un órgano por trasplante. A muchas personas se les han reemplazado válvulas cardíacas deficientes por válvulas extraídas de corazones de cerdos.Los laboratorios de investigación producen quimeras para estudiar el desarrollo y tratamiento de enfermedades humanas. En 1988 se obtuvo la primera quimera ratón-humano.
Hace unos años, científicos de la Universidad de Nevada, Estados Unidos, inyectaron células madre humanas en un embrión de oveja. El animal creció y se comprobó que casi todos sus órganos tenían una importante proporción de células humanas.
“Un ratón que es un 1 por ciento humano puede estar ok. Pero, ¿y si fuera un 10 por ciento? ¿O un 50 por ciento? –se pregunta la escritora científica Jaime Shreeve en un artículo publicado en la revista New Scientist–. ¿Y qué nuevas responsabilidades plantearía tan ambigua criatura a una sociedad acostumbrada a una clara distinción moral y legal entre los seres humanos y el resto del mundo animal?”
Una quimera animal-humano podría producir espermatozoides humanos, y si uno de estos espermatozoides fecunda un óvulo humano producido por una hembra igualmente quimérica, se podría formar un embrión humano en un útero animal. Ese embrión no se podría desarrollar en el útero de una rata o un ratón, pero probablemente sí en el de un mono. Por las dudas, la Academia Nacional de Ciencia de los Estados Unidos ha recomendado que bajo ninguna circunstancia se debe permitir el apareamiento entre quimeras.
Otra cosa que se debería evitar es la obtención de animales con cerebros humanos o semihumanos. Sharon Begley, editora de ciencia de The Wall Street Journal, imaginó con humor negro las posibles consecuencias: “Si usted ha creado un ratón que posee células cerebrales humanas, seguramente no le gustaría que la criatura le dijera: ‘¡Hola, soy Mickey!’. Aunque sería mucho peor, por supuesto, que la escuchara decir: ‘¡Sácame de este maldito cuerpo!’”.
Los avances en las ciencias de la vida están borrando límites que desde siempre estuvieron clara y firmemente establecidos. Es hora entonces de establecer claros límites para que esos avances se realicen dentro del territorio de la ética.
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