Sábado, 21 de enero de 2006 | Hoy
ASTRONOMIA
Por Mariano Ribas
Es un inmenso fantasma, perdido a 50 millones de años luz de la Tierra. Una inquietante presencia que pesa tanto como miles de millones de soles. Sin embargo, y debido a su propia y exótica naturaleza, ha sabido esconderse muy bien. Y se entiende: a diferencia del resto de las criaturas galácticas que ya conocemos, ésta es invisible. Y aun así, la huidiza bestia acaba de caer en las infalibles redes de la astronomía: por primera vez en la historia, los científicos parecen haber encontrado una galaxia de “materia oscura”. Nada de estrellas, nada de brillantes nebulosas, nada de nada que emita o refleje luz. Sólo materia oscura, esa cosa que nadie sabe bien qué es, pero que supera con creces el stock de materia ordinaria del universo. Al revés de lo que podría pensarse, la existencia de una “galaxia oscura” no es una insolencia teórica sino que encaja a la perfección dentro de los modelos más firmes que hoy maneja la cosmología. Es más: no sería la única sino apenas la primera que, paradójicamente, sale a la luz.
Sacar del anonimato a esta galaxia no fue sencillo. Es que, por definición, la materia oscura no es observable simplemente porque no emite luz visible, ni ningún otro tipo de radiación (infrarroja, ultravioleta, radio, etcétera). Los astrónomos han arriesgado, con distinta suerte, varias teorías sobre la identidad de la materia oscura, desde ínfimos engendros (como unas supuestas partículas llamadas WIMPs) hasta objetos de porte planetario, que pulularían por las zonas marginales de las galaxias (los MACHOs). Afortunadamente, en un terreno tan resbaladizo, existe una certeza: al igual que su variante convencional, la materia oscura también se “expresa” a través de la (su) gravedad. En eso no hay diferencias. Y justamente, a partir de diferentes huellas gravitatorias (como, por ejemplo, las velocidades y trayectorias anómalas de muchas estrellas), fue posible descubrir la presencia de los enormes “halos” de materia oscura que envuelven y mantienen unidas a casi todas las galaxias y cúmulos galácticos. Son estructuras invisibles que superan en cantidad de masa de 5 a 10 veces a la materia común y observable (la que forma a los planetas, a las estrellas, y a nosotros mismos). Las mismas huellas gravitatorias que permitieron esos descubrimientos, son las que ahora han revelado ya no la existencia de un halo de materia oscura, acompañando a una galaxia común, sino algo mucho más novedoso.
Enclavada en pleno “Cúmulo de Virgo”, la famosa metrópoli galáctica formada por unas dos mil islas de estrellas, existe un monumental “hilo” de hidrógeno –de decenas de miles de años luz de largo– catalogado como VIRGOH121. Ese fue el blanco elegido, con todo cuidado, por un equipo de astrónomos estadounidenses y británicos, pertenecientes al Observatorio de Arecibo (Puerto Rico) y a la Universidad de Cardiff. Con la ayuda de un moderno radiotelescopio holandés (conocido como “Westerbork Synthesis Radio Telescope”), los científicos examinaron con “ojos de radio” la extraña estructura gaseosa, situada muy cerca de NGC 4254, una galaxia espiral común y corriente. En realidad, más que cerca, VIRGOH121 parecía extenderse prácticamente a partir de la galaxia. Y otro detalle: uno de los brazos de NGC 4254 aparece muy estirado, casi desgarrado, como si algo lo hubiese tironeado sin piedad. Pero no parecía haber ningún culpable desemejante atrocidad de escala galáctica. Las piezas sueltas estaban a punto de encajar.
Las meticulosas observaciones radioastronómicas dieron sus frutos. Y uno de los primeros datos que saltó de inmediato fue impactante: el colosal hilo de hidrógeno está rotando a una velocidad demasiado alta. Tan alta, que no puede explicarse por la sola acción gravitatoria de NGC 4254, ni nada que allí se vea. Debía haber otra cosa. Invisible, pero con una masa de alrededor de 10 mil millones de estrellas como el Sol. “A partir de su velocidad de giro, nos dimos cuenta de que VIRGOH121 no era sólo el hidrógeno observado sino que formaba parte de algo mil veces más masivo”, dijo el doctor Robert Minchin, uno de los astrónomos británicos que participó en la investigación. Ese “algo”, pesadísimo e invisible, no sólo explicaría el comportamiento del súper filamento de hidrógeno (algo así como la famosa puntita del iceberg) sino que también justificaría la terrible deformación sufrida por NGC 4254, esa pobre galaxia vecina. Dos pájaros de un tiro. En definitiva: después de haber considerado varias alternativas, Minchin y sus colegas concluyeron que, por fin, la astronomía tenía en sus manos a la primera galaxia hecha de materia oscura. O “galaxia oscura” a secas, un extraño espécimen largamente teorizado, pero hasta ahora nunca hallado. El profesor Mike Disney, colega y compatriota de Minchin, es categórico: “Los resultados de nuestras observaciones nos hacen muy difícil escapar a esa conclusión”.
El sensacional descubrimiento de la primera galaxia de materia oscura fue anunciado, con bombos y platillos, durante el último encuentro de la Sociedad Astronómica Americana, celebrado hace unos días en Washington. Ahora, el desafío será encontrar nuevos ejemplares y, por supuesto, intentar explicar su origen y naturaleza. Mientras tanto, los astrónomos festejan. Al fin de cuentas, acaban de echarle algo de luz a uno de los misterios más empecinadamente oscuros del universo.
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