EL MISTERIOSO ENCUENTRO DE LOS FISICOS BOHR Y HEISENBERG
Copenhague...
“Copenhague”, la obra de teatro que narra la célebre y extraña entrevista en plena II Guerra Mundial de Niels Bohr con Werner Heisenberg –dos de los físicos más importantes del siglo XX– sigue en cartel y a sala llena en el Teatro San Martín. Futuro ya comentó en su momento los interrogantes que plantea la obra, pero dada la masiva y continua respuesta de público, este suplemento cree oportuno volver sobre el asunto.
Por Sergio Di Nucci
La calibración póstuma del grado de nazismo de científicos e intelectuales que hicieron fortuna en los años del canciller Hitler es un ejercicio constante e inevitable desde que las bombas atómicas cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945. Justamente a propósito de por qué los aliados sí pudieron arrojarlas, y las potencias del Eje no, se desenvuelve uno de los dramas interpretativos más ricos en peripecias. El interés fue acicateado en Europa Occidental y Estados Unidos desde que la pieza Copenhague, del novelista y autor teatral británico Michael Frayn, fue estrenada en 2000 en la escena neoyorquina. ¿Qué le dijo el físico alemán Werner Heisenberg a su maestro el danés Niels Bohr? ¿Por qué fue a visitarlo en 1941 a Dinamarca ocupada, en el clímax del éxito militar nazi? Una serie de cartas inéditas de Bohr conocidas en febrero de este año nos acercan a una respuesta.
Interpretaciones
Dos líneas de interpretación claramente definidas, y muchas sutilmente intermedias –como la de Frayn mismo–, dan cuenta de los cómos y los porqué. Resulta fácil presumir las causas que obran por detrás de cada una de ellas. Como en el caso de Martin Heidegger, de Hans-Georg Gadamer, de Ernst Jünger y de tantos otros, los defensores de Heisenberg procuraron minimizar de qué manera la ideología del Tercer Reich había guiado sus acciones. La vulgarización del “principio de incertidumbre” (denunciada virulentamente por el filósofo marxista húngaro Georg Lukács) y las exhortaciones a Platón y otros clásicos griegos que el físico hacía en sus memorias, hicieron de él un científico a la medida de espiritualistas y humanistas, lectura obligatoria en la Argentina, durante los años de la última dictadura, en el ingreso a las universidades.
Con variantes, Heisenberg repitió su versión de los acontecimientos varias veces hasta su muerte en 1976: en entrevistas con historiadores, en conversaciones con amigos, asistentes y colegas, en su autobiografía. Se resume con nitidez: Hitler no tuvo la bomba atómica porque los físicos alemanes no se la quisieron dar. En algunas oportunidades, redujo su posición a que no podían, materialmente, construir la bomba, y que entonces se les ahorró el dilema moral de si hacerlo o no. Esta versión, aminorada, contrafáctica, es sin embargo más acusadora y se vuelve contra los físicos de Los Alamos. Porque el corolario implícito es el siguiente: “Si nosotros, los alemanes, hubiéramos podido construir la bomba, nos habríamos rehusado –obviamente, usando las armas del disimulo y la coquetería de laboratorio–”.
Según esta versión, Heisenberg visitó a Bohr para advertirle que los alemanes no iban a producir la bomba atómica. Un testigo clave, su colega Carl Friedrich von Weiszäcker, sintetizó y explicitó las razones de la visita en una entrevista que publicó en febrero pasado la Süddeutsche Zeitung. A los ochenta y nueveaños, Weiszäcker, sobreviviente a la desnazificación, que en 1941 acompañó a su maestro a Copenhague, insiste en que Heisenberg quería lograr, a través de Bohr –”a quien sabía enemigo del nazismo”–, advertirle a norteamericanos e ingleses que la bomba atómica nazi no existiría. Sabía que si él mismo –Heisenberg– se ponía en comunicación con los Aliados, no le creerían. Pero si era Bohr quien se los contaba, pensaba Heisenberg, “acaso algo ingenuamente” según Weiszäcker, tal vez sí le creerían y de ese modo el Eje se salvaría de la explosión atómica. En esta versión, que aceptan numerosos historiadores, Heisenberg surge doblemente virtuoso: enemigo de Hitler y de la bomba.
Después de la guerra, Heisenberg con otros nueve científicos (entre ellos Weiszäcker) fue mantenido en prisión domiciliaria en Farm Hall, una mansión de la campiña inglesa. El lugar había sido tapizado con micrófonos, porque los británicos temían que los físicos supieran más de lo que decían, que tuvieran uranio escondido o que quisieran trabajar para los rusos. Las desgrabaciones fueron publicadas en dos ediciones diferentes (en 1993 y 2001), y favorecen la tesis de la doble virtud de Heisenberg. Las condiciones en que esas declaraciones fueron formuladas y el contexto de la derrota del Reich hace que el conjunto tal vez sea menos veraz y concluyente de lo que fue considerado.
La otra posibilidad
La versión contraria es tan siniestra que no se deja formular sencillamente sin prudencias académicas: Heisenberg viajó a Dinamarca ocupada para reclutar a Bohr con el fin de que trabajara en el proyecto de la bomba atómica nazi. Por supuesto, el hecho es que no tuvo éxito, y que apenas mencionó el tema de la investigación nuclear en tiempos de guerra, se encontró con el rechazo cerrado de Bohr a discutir el tema.
Entre los primeros en descreer que los alemanes se hubiesen quedado sin bomba gracias a la reserva moral y la resistencia interna antihitlerista de los científicos estuvo el físico holandés Samuel Goudsmit. El fue el director científico de la misión Alsos, que tuvo como tarea revisar los restos que existían de los proyectos atómicos alemanes y organizar el interrogatorio de los científicos reunidos en Farm Hall. Según Goudsmit, los alemanes no tuvieron la bomba porque no pudieron tenerla, científica y técnicamente: querían, pero no podían. En estas circunstancias, la participación de Bohr hubiera sido útil.
Las cartas de Bohr a Heisenberg, nunca enviadas, constituyen casi redacciones sucesivas de un mismo borrador, siempre recomenzado. En ellas Bohr se indigna contra la limpieza a la cal del pasado emprendida por Heisenberg, y contra el éxito de éste en crear una conveniente ilusión retrospectiva. “Recuerdo cada palabra de nuestras conversaciones... Usted y Weiszäcker expresaron la convicción definitiva de que Alemania iba a ganar la guerra y que por lo tanto era totalmente imbécil que nosotros mantuviéramos la esperanza de otro resultado”. Según el historiador y novelista Thomas Powers, en una nota publicada en marzo en The New York Review of Books, queda claro de esta masade documentos qué pregunta quería hacer primero Bohr. Powers es ingenuo en el sentido de creer que la mejor respuesta la tenía Heisenberg, y que si, después de la guerra, se hubieran sentado, como buenos amigos...
Y la pregunta es: “¿Qué autorización le fue dada por el gobierno alemán para tratar una cuestión tan peligrosa?”. En términos menos diplomáticos, “¿quién lo mandó a usted?”. Porque a Bohr parecen no caberle dudas de la connivencia, renuente o no, de Heisenberg con el nazismo en el poder en Alemania.
Copenhague sigue en cartel en Buenos Aires, y el interés mundial que suscitó este drama hizo que a partir del 6 de febrero pasado la familia Bohr publicara las cartas del físico. Por supuesto, la pregunta de Bohr sigue sin respuesta. La edición tiene como soporte a la red, y las cartas que nunca se enviaron pueden leerse en facsímil, en transcripción del original y en conveniente traducción inglesa en el sitio del Archivo Niels Bohr, www.nba.nbi.dk
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