Sábado, 25 de marzo de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
Por Sergio Di Nucci
¿Cómo ha sido la relación de la última dictadura argentina con la ciencia? ¿En qué grados la ciencia nacional se vio afectada por la represión militar? Futuro interrogó a tres científicos sobre este y otros temas: ¿Cómo era el trabajo cotidiano hace 30 años? ¿Cuáles han sido las consecuencias para la investigación científica, en cuya estructura el Estado resulta omnipresente? El diálogo tuvo un solo requisito: reproducir los testimonios de experiencias únicas e intransferibles.
En el volumen Un Golpe a los libros (2002), sus autores, Hernán Invernizzi y Judith Gociol, advierten que durante la dictadura existió el proyecto de forjar una compleja infraestructura de control cultural y educativo: para ello se apeló a equipos de censura, análisis biográficos, memos de inteligencia, abogados, intelectuales, académicos, planes editoriales, decretos, presupuestos, oficinas, etc. El hasta hace unos días decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, Pablo Jacovkis, también ex presidente del Conicet, colaboró en el volumen de Invernizzi y Gociol con un trabajo sobre “La ciencia durante la dictadura”. “No es cierto –escribe allí– que las ciencias exactas y naturales fueron poco afectadas por la dictadura. Pese a que casi no hubo libros de ciencias exactas y naturales secuestrados, y teóricamente los científicos ‘duros’ no tenían nada que temer si no hablaban de política. Las ciencias exactas y naturales tuvieron un tremendo retroceso durante la última dictadura militar, con lo que se completó el proceso destructivo comenzado con La Noche de los Bastones Largos [...] La ciencia, por más apolítica que sea, requiere una cultura democrática y progresista. Muchos científicos, para sobrevivir, decidieron callarse, no meterse en líos, no cuestionar nada. Ese fue un terrible golpe que sufrió la ciencia en la Argentina: muchos de sus protagonistas, para sobrevivir, se mediocrizaron, muchas veces sin darse cuenta y sin quererlo [...] Existe un efecto aún más grave para la ciencia que la mediocrización de algunos, o de muchos: el exilio de muchos de los que no se mediocrizaron. Y, lo más trágico, la desaparición de una cantidad significativa de ellos, no sólo en la Universidad, sino también en la Comisión Nacional de Energía Atómica, en el Instituto Nacional de Tecnología Industrial, en el Conicet y en otras instituciones públicas se produjeron secuestros y desapariciones de científicos, en general con la complicidad de las autoridades de turno.”
En diálogo con Futuro, Pablo Jacovkis añade que “si uno intentara hacer un análisis lo más objetivo y aséptico posible, se preguntaría lo siguiente: ¿cómo un país relativamente evolucionado, con una clase media importante cayó en una represión de este tipo, en que las Fuerzas Armadas absorbieron una ideología tan integrista como la de llegar a quemar libros de matemática porque la matemática es comunista, como ocurrió en Córdoba?”.
–¿Cómo era el clima universitario previo al golpe?
–Yo tengo que aclarar que fui un privilegiado en relación con lo que vivieron otros científicos. Mi último cargo fue como jefe de trabajos prácticos en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata, y la persecución era básicamente por cuestiones políticas, es decir, no había bajadas de líneas.
–Que también la revista de moda Elle, en su último número, se ocupe del golpe y convoque a Tomás Abraham y a Tito Cossa para que se reflexione sobre los 30 años de la dictadura, ¿es un signo alentador en relación con la sociedad argentina o una confirmación de que las celebraciones e indignaciones nacionales responden a intereses más volátiles y cambiantes?
–No, no, yo creo que más allá de alguna ironía eso es algo muy positivo porque demuestra que el tema está instalado. Muestra la derrota absoluta de la ideología del golpe. Por ejemplo, el Partido Demócrata de Mendoza acaba de sacar un comunicado de prensa en el que hace un mea culpa por haber apoyado el Proceso. Es lo mismo. Una buena señal. El imaginario colectivo está mostrando un rechazo por esa época terrible y espantosa. Y lo de la revista es una señal de cómo ya no funcionan esas dos posiciones antagónicas, la de quienes apoyan y rechazan al Proceso. Desde luego, es imprescindible un análisis historiográfico que analice estos cambios, un trabajo sin tantos adjetivos.
Si bien Juan Santos –profesor del Departamento de Computación de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, y director del proyecto de inteligencia computacional aplicada a robótica– aún no desarrollaba su tarea profesional en organismos estatales cuando se produjo el golpe, su testimonio resulta ilustrativo por otras razones: “Hace varios años formé parte del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. Y ocurrió algo que creo que tiene que ver con la supervivencia de un legado que dejó la dictadura. En la UBA, cuando un profesor debe jubilarse, se lo puede nombrar ‘profesor emérito’ o ‘consulto’. Para esto se requieren sesiones en condiciones particulares: creo que debe haber mayoría absoluta y son a puertas cerradas, estoy seguro de que el calígrafo no puede estar allí. En estas sesiones se tratan, entre otras cosas, si el profesor apoyó la dictadura, si fue ‘soplón’, etc., y desde luego sus méritos académicos. En base a eso se lo nombra emérito o consulto. Pero yo propuse en ese entonces que las sesiones dejaran de ser secretas. ¿Por qué debían serlo? Pero entonces alguien, en la misma sesión secreta del Consejo, me pregunta la edad. Yo la digo, y pregunto qué tiene que ver eso: ‘Porque sos joven y no tenés idea de lo que es el miedo’, me dice. Yo no era tan joven. Es cierto, no fui secuestrado ni torturado, pero sí conozco lo que es el miedo. Vivimos muy intensamente el golpe yo y toda mi familia, ya que una prima nuestra, Cecilia Minervini, fue secuestrada y asesinada. Me dicen entonces que es necesario mantener las sesiones a puertas cerradas para proteger el ambiente, porque de otro modo la gente tendría miedo de hablar. Esto que te cuento no ocurrió hace tanto. En ese sentido, la dictadura infundió un miedo que paralizó a la sociedad, y es un legado que todavía pervive hoy: el profesor que tiene miedo de votar algo porque le quitan un concurso, el alumno que le teme al profesor porque puede desaprobar la materia, el centro de estudiantes que no denuncia a alguien porque ese alguien puede influir en que le quiten la fotocopiadora”.
Según cifras oficiales, siete mil científicos formados en la Argentina trabajan en el exterior. Un proceso que se inició luego de La Noche de los Bastones Largos, cuando el gobierno de Juan Carlos Onganía decretó la intervención de las universidades nacionales, desocupadas con violencia. Un informe de Cepal indica que la Argentina fue el país de América latina que más científicos y técnicos “exportó” durante la década de 1990 a Estados Unidos: de cada mil argentinos que emigraron al exterior, 191 eran “personal especializado”.
La cifra de los 7 mil científicos emigrados es alta teniendo en cuenta que los miembros de la comunidad científica nacional se estiman en unos 15 mil. El entonces decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA que protagonizó La Noche de los Bastones Largos, Rolando García, declaró hace tiempo que “la universidad está como está quizá por la tradición que tiene, y a una facultad como ésta le corresponde repensarse. Creo que tenemos una responsabilidad muy grande y me preguntaba si no será que habrá que rehacer ese escenario, la universidad como foro de discusiones, lo que en aquella época nos atrevimos a llamar ‘la conciencia crítica y política de la sociedad’; no de partido político: la política es lo que tiene que volver a la universidad, esa universidad con conciencia social que haga punta en la transformación”.
También el célebre Manuel Sadosky recordó los tiempos en que se inició la emigración científica, interrumpida brevemente en 1973. Entrevistado hace unos años por Federico Kukso y Leonardo Moledo, decía lo siguiente en la revista Todo es Historia: “Yo era el vicedecano de la facultad, y Rolando García el decano. La Noche de los Bastones Largos, claro, es una fecha que queda grabada... Era un momento muy activo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, allí se cultivaban la matemática, la física, la química, la geología, la meteorología, con un fervor, con una sensación, quizá demasiado exagerada, de que podíamos cambiar el país”.
–Cuéntenos algo de aquel día. La historia es conocida, pero algún detalle suyo.
–Bueno, la historia de los palazos que nos hicieron pasar entre una doble fila de policías ya la conocen todos... pero es curioso, porque a uno le quedan ciertos detalles sin importancia. Por ejemplo, recuerdo que yo usaba sombrero y lo tenía puesto, así que cuando pegaron los palos, el sombrero atenuó los golpes, que no me parecieron gran cosa, pero después, en la comisaría, pasé frente a un espejo donde vi que tenía toda la cara ensangrentada y entonces me lavé, porque me daba vergüenza estar en esa situación. La verdad es que fue verdaderamente notable con tantos palos que dieron que no hubieran matado gente, porque pegaban bien, pegaban con habilidad.
–Y con ganas.
–Con muchas ganas.”
Desde el Conicet se ha informado que el proceso iniciado con la dictadura de Onganía y profundizado desde 1976 comienza a revertirse: “Hoy estamos en una perspectiva de crecimiento del sistema científico tecnológico y de la incorporación de recursos humanos”, señaló Mario Lattuada a la revista de Adepa. Y desde hace unos años el organismo, en conjunción con otros de la órbita estatal, fomenta planes para repatriar a los científicos que residen en el extranjero. Desde 2003, han vuelto unos 185 investigadores.
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