Sábado, 25 de marzo de 2006 | Hoy
Por Miguel Angel Laborde*
El golpe de Estado de 1976 implicó la interrupción de proyectos científicos y el comienzo de una larga postergación. Yo trabajaba como docente en la Universidad de La Plata. Me secuestran el 4 de febrero de 1977. Me largaron el 28 de abril de ese mismo año. Nos chuparon a mí y quien era mi esposa, Adriana Calvo, cuyo testimonio en el Juicio a las Juntas resultó determinante. Adriana dio a luz en cautiverio. Cuando nos largan, yo quiero volver a la Universidad de La Plata. Pero no me dejan. Me dijeron que me habían echado por ausencia injustificada. Que debía ir a la policía a pedir un certificado que justificara mi ausencia. Absurdo. Desde luego no fui. Salió una posibilidad de irnos a Alemania con una beca, pero decidimos quedarnos. Sin embargo, no podía ingresar de nuevo a la facultad, así que tuvimos que irnos de La Plata. Nos fuimos a Temperley. Comienzo a intentar ingresar al Conicet, aunque sin muchas expectativas. Debía contar con las declaraciones del Ejército, unas cuantas, una por cada arma. Pero lo paradójico de todo es que salgo nombrado por el Conicet. Así que retomo al fin la investigación que había interrumpido en La Plata, ahora desde adentro de la UBA. Pero tampoco fueron sencillas las cosas. Los de derecha te acusaban de que “por algo habrás caído”. Los de izquierda, que saliste porque diste información. Sin embargo, tengo que nombrar a dos personas que me ayudaron muchísimo: a Jorge J. Ronco, que falleció, y que también fue excluido de la Universidad de La Plata y quien me dio ayuda económica cuando no tenía con qué vivir, y a Norberto Lemcoff, que me invitó a trabajar en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. En 1978 pude entonces reinsertarme en el sistema científico, pero claro, tuve que empezar de cero. De todos modos, no había durante la dictadura un plan orgánico que decía qué cosas investigar y qué cosas no. Con la democracia recuerdo que la vida para algunos se hizo imposible por los sueldos. Jorge Ronco, sin ir más lejos, debió irse a Estados Unidos. El clima durante la dictadura era terrible, y de hecho en La Plata fue durísimo. Hace poco le dije a Télam que sin embargo seguí apostando por la ciencia argentina. Que como fui educado por la escuela estatal, y por la universidad pública, de algún modo creo que debo devolverle al país lo que la gente invirtió en mi educación.
* Profesor titular de la cátedra de Ingeniería Química de la UBA e investigador principal del Conicet.
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