Sábado, 6 de julio de 2002 | Hoy
LA HISTORIA Y SUS (PSEUDO) REVISIONISTAS
Increíblemente, en Europa y Estados Unidos existen grupos, autodenominados “revisionistas”, que niegan la existencia del Holocausto. Incluso hubo un juicio, iniciado por el “revisionista” David Irving y en el que declaró el historiador Eric Hobsbawm, que buscaba “demostrar” que el exterminio había sido efectivamente llevado a cabo. En esta edición de Futuro, Pablo Capanna analiza las implicancias del debate y examina la curiosa forma de razonar de los refutadores. Y explica por qué estos revisionistas justifican nuevos demagogos y hasta nuevos genocidios.
Por Pablo Capanna
Los revisionistas
En abril de 2000
un tribunal británico condenó al historiador David Irving a pagar
elevadísimas costas por un juicio que él mismo había iniciado
contra Deborah Lipstadt. En uno de sus libros, la profesora de la Universidad
de Emory lo había acusado de ser uno de los más peligrosos
negadores del Holocausto.
Junto a Pierre Vidal-Naquet y Michael Shermer, Deborah Lipstadt está
entre los intelectuales que han enfrentado a ese nuevo revisionismo que se empeña
en trivializar al genocidio nazi. Por su parte, David Irving es lafigura que
más méritos académicos reúne dentro de las dispares
huestes del movimiento revisionista.
Irving no niega que los nazis hayan masacrado una enorme cantidad de judíos,
pero afirma que el exterminio no fue sistemático. Al principio, afirmaba
que Hitler no sabía nada del genocidio hasta el año 1943; luego
llegó a sostener que ni él, ni tampoco Göring y Goebbels
jamás firmaron ninguna orden de exterminio. En 1977 llegó a ofrecer
una recompensa de mil dólares para quien probara lo contrario, pero luego
prudentemente optó por retirarla.
Sin formación universitaria, el autodidacta Irving no deja de ser reconocido
como autoridad en la historia de la Segunda Guerra Mundial. Niega que hayan
existido seis millones de víctimas del Holocausto y descarta que el gas
Zyklon B fuera usado para matar. Cuando en 1992 sostuvo que la reconstrucción
de la cámara de gas que se exhibe en Auschwitz era un fraude,
fue expulsado de Alemania y más tarde de Italia, Canadá, Australia,
Nueva Zelanda y Sudáfrica, en todos los casos por orden judicial.
Sin embargo, pese a la notoriedad que le dio el juicio de Londres, Irving no
es la figura principal del movimiento. Su laboratorio ideológico, el
IHR o Instituto del Revisionismo Histórico, funciona en California.
El IHR nació gracias a una donación de una nieta de Edison y durante
quince años fue dirigido por Tom Marcellus, un ex militante de la Iglesia
de la Cienciología de Hubbard. Después del atentado que sufrieron
sus oficinas en 1985, sus autoridades se han hecho más discretas. Actualmente
el instituto es dirigido por el historiador Mark Weber, que niega ser neonazi
aunque en otro tiempo ha sido un militante de la supremacía blanca.
Entre las numerosas publicaciones del IHR abundan las apologías del nazismo.
Un ejemplo clásico es el libro Imperium (1992) de Francis Parker Yockey:
dedicado a Adolf Hitler, niega la evolución, opina que el darwinismo
nos ha embrutecido y considera parásitos a negros, judíos
y comunistas...
A pesar de que sus dirigentes se presentan como perseguidos y acusan penurias,
el IHR parece contar con abundantes subsidios. Hace años ofreció
una recompensa de U$S 50.000 para quien probara que hubo un solo judío
gaseado en Auschwitz. El premio se lo llevó un sobreviviente del Lager
llamado Mel Mermelstein, quien en un gesto de propaganda fue agraciado con U$S
40.000 más, como resarcimiento moral.
Otro exponente del revisionismo es Robert Faurrisson, un profesor de literatura
de Lyon que tuvo que dejar sus cátedras por sus posturas racistas y suele
desafiar a que le den una sola prueba de que las cámaras
de gas fueron usadas para aniquilar. Pero también hay personajes como
Ernst Zündel y David Cole.
Los delirantes
El más grosero
de los negadores es sin duda el pintor comercial Ernst Zündel, un sexagenario
alemán que vive en Canadá. Abiertamente neonazi, Zündel se
propone rehabilitar al pueblo alemán denunciando el fraude
perpetrado por los judíos. Como buen antisemita, Zündel no deja
de decir que la mayoría de sus clientes son judíos y hasta que
una vidente judía le auguró un gran destino. También escribió
un libro donde demostraba que los ovnis son armas secretas del Reich,
cuya base estaría en la Antártida.
Sin embargo, entre los revisionistas hay gente aun más increíble.
Es el caso de David Cole, hijo de madre y padre judíos, que fue militante
trotskista y asumió la causa del revisionismo en un intento
casi adolescente de provocar al establishment mundial. Cole proclama que el
Holocausto es tan sólo una abstracción creada por
los judíos para hacerse compadecer y justificar al estado de Israel.
En la Guerra Mundialno hubo genocidio sino muertes naturales y algunas
ejecuciones aisladas, suele afirmar.
Este año se conoció la película The Believer, que fue premiada
en el Sundance Festival. Quizás nos ayude a entender a Cole, porque la
historia que relata se inspira en una esquizofrenia aún más aguda;
el caso (real) de un judío devoto de los sesenta que por las noches militaba
en el Ku Klux Klan...
La contabilidad del horror
Entre los historiadores
académicos del Holocausto existen dos escuelas. Según la interpretación
intencionalista, el exterminio fue planeado y ejecutado deliberadamente.
Los funcionalistas, en cambio, entienden que se produjo por necesidad
cuando a los alemanes se les hizo imposible seguir manteniendo a tantos prisioneros
confinados en ghettos y campos de concentración.
Esta última tesis, que cada vez cuenta con menos apoyo en la comunidad
científica seria, ha sido apropiada por los revisionistas, quienes afirman
que la solución final de los nazis era sólo la deportación
masiva. Los judíos habrían muerto por hambre y exceso de trabajo
precisamente a causa de los bombardeos aliados que impedían
el suministro de alimentos y el apoyo sanitario a los Campos.
Los revisionistas afirman que la cifra de seis millones de muertos judíos
es falsa. El neonazi Zündel sólo admite 300.000 víctimas;
el fascista moderado Irving oscila entre los 500.000 y los 600.000,
pero algunos revisionistas aceptan hasta dos millones. ¿Dónde
están entonces todos aquellos que desaparecieron de las estadísticas
en esos años? Refugiados en Siberia, Israel y EE.UU., afirma Zündel
sin inmutarse. En una entrevista con Michael Shermer, Irving llegó a
citar un documento donde Himmler admitía que estaban matando judíos,
incluso niños, como prueba de que se trataba de apenas 600.000.
¿Para qué servían entonces las cámaras de gas, el
Zyklon B y los crematorios, de los cuales tenemos planos, órdenes de
compra y macizas ruinas?
El gas era usado sólo para exterminar los piojos de uniformes y ropa
de cama, nunca contra personas. Así lo afirma un informe que preparó
un supuesto ingeniero llamado Fred Leuchter por encargo de Zündel. De hecho,
hasta ahora ningún revisionista se ha ofrecido para pasar la prueba de
la blancura con el Zyklon B.
¿Y los crematorios? Fueron una medida sanitaria que se hizo necesaria
cuando hubo que deshacerse de los cadáveres de aquellos que morían
de inanición...
¿Qué ocurre, por fin, con las confesiones de Eichmann? Carecen
de valor, porque fueron obtenidas bajo presión por los israelíes...
Una sola prueba
La torcida lógica
de la negación pretende deconstruir al Holocausto (que no
es un solo evento sino un fenómeno complejo) haciendo hincapié
en errores o inconsistencias puntuales para pulverizar el concepto mismo. La
reconstrucción histórica del Holocausto se apoya la evidencia
coincidente de documentos, testimonios, fotos, evidencias físicas y demografía.
De hecho, la investigación ha permitido ajustar la cifra de las víctimas
en torno de los cinco millones, lo cual no altera en nada la cuestión
de fondo.
Los revisionistas atomizan los hechos y caen de lleno en lo que suele llamarse
falacia de la instantánea. ¿Si sólo analizamos
cada fotograma de una película, dónde quedará el movimiento?
Irving cita como prueba una orden de Himmler que dice textualmente Transporte
de judíos desde Berlín. No liquidar. De ella deduce que
eljerarca prohibió matar a los prisioneros, aunque admite que la matanza
terminó por ejecutarse, por error de algún oficial. Esta supuesta
prueba sólo adquiere sentido en un determinado contexto.
¿Si no hubiera existido la política de liquidación, para
qué dar una orden expresamente negativa, si no para hacer una excepción
a una política que se daba por decidida?
El pivote de toda la argumentación de Irving es que no existe en los
archivos del Reich una orden escrita firmada por Hitler en la cual se ordenara
ejecutar el genocidio. Para poder sostenerla recurre a una cuestión lingüística:
en los discursos de Hitler, Himmler, Frank y Goebbels se habla de ausrotten,
que significa exterminar. Pero en el alemán de esa época,
ausrotten significaba apenas desarraigar, es decir deportar,
como corrige Irving abandonando el empirismo para volver al prejuicio.
A los argentinos, esta insistencia en pedir una orden escrita o las piruetas
semánticas en torno de la palabra ausrotten no dejan de recordarnos
las disquisiciones en torno de la frase aniquilar la subversión
con que los militares de la junta pretendieron cargar toda la responsabilidad
al gobierno civil que los precedió.
En el juicio de Irving fue convocado como testigo el gran historiador Eric Hobsbawm
quien, tras recordar que es imposible negar la existencia del Holocausto, admitió
que no existe (o por lo menos, todavía no se ha podido encontrar) una
orden firmada por Hitler para ejecutar el genocidio. La prensa dio cuenta de
esta aseveración de un modo un tanto sensacionalista, recordando que
Hobsbawm es marxista y judío. Pero hay que tener presente que cuando
uno se somete a un interrogatorio bajo juramento debe limitarse a contestar
preguntas puntuales y de hecho el documento en cuestión nunca se ha encontrado.
Lo que afirmó Hobsabwm es que desde un punto de vista estrictamente científico
si no existen pruebas decisivas (aunque haya abundantes presunciones) es imposible
probar o refutar una hipótesis, por improbable que sea. Lo cual vale
en especial para una ciencia como la historia, donde no es posible aplicar el
método experimental. Aunque contáramos con la máquina del
tiempo nos resultaría muy difícil localizar un documento puntual
que quizás nunca haya sido escrito. Para la comprensión de los
procesos históricos el empirismo positivista no alcanza. Al fin y al
cabo, tampoco podría hallarse la prueba de la evolución
que exigen los fundamentalistas del creacionismo.
Determinar si el Holocausto fue intencional o no depende de que exista un papel
con una orden explícita: la intención de exterminio está
en un sinnúmero de documentos, desde Mein Kampf en adelante, más
allá de todas las sutilezas semánticas de Irving.
La política de exterminio estuvo implícita en todo el discurso
nazi, y todavía antes, si nos remontamos a sus fuentes ideológicas.
Varios años antes de que se fundara el NSDP, el ideólogo ariosofista
Jörg Lanz von Liebenfels (1874-1954) ya proponía que no sólo
los judíos, sino todas las razas inferiores fueran sometidos
a la esterilización, la esclavitud, el uso como bestias de carga, la
deportación a Madagascar y hasta la incineración como sacrificio
a Wotan. Y en este caso, podemos decir que lo firmó.
La falacia Etica
Los griegos hablaban
de la paradoja del montón. Si tengo un montón de piedras
y las voy quitando de una en una, ¿llegará el momento en que una
sola piedra, la última, pueda considerarse un montón? Planteado
de otro modo: ¿cuántos pelos forman una barba? Si voy depilando
un mentón pelo por pelo, terminaré teniendo una barba de un solo
pelo?
Así razonan los revisionistas, al ajustar las cifras para
ocultar el sentido. Supongamos que se impugna la cifra de seis millones de muertos.
Alo sumo fueron dos millones, dirá alguno. Menos aún: 600.000,
afirmará Irving. Mejor lo ajustamos en 300.000, dirá Herr Zündel,
ya con problemas para explicar las desapariciones. Pero aun si aceptamos cien
mil, cincuenta mil, diez mil, ¿la cantidad de los crímenes cambiará
en algo la calidad del delito? ¿No bastará con un que un solo
individuo sea asesinado por pertenecer a una determinada etnia para que haya
genocidio? Matar de hambre o por agotamiento a gente inocente ¿no es
lo mismo que exterminarlos con gases?
No por insidioso, el argumento de los revisionistas deja de ser común,
y todos lo hemos sufrido en Argentina, cada vez que los expertos
descalificaban lo que nos decía la experiencia. ¿Quién
dijo que la ciudad está llena de cartoneros? Usted sólo ha visto
cuatro o cinco, y eso no lo autoriza a generalizar... ¿Cuántos
desocupados hacen falta para decir que estamos en decadencia? ¿Quién
firmó el Estatuto del Corrupto? ¿Dónde están los
contratos de las asociaciones ilícitas?
Razonamientos como éstos suelen garantizar la impunidad.
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