Sábado, 6 de julio de 2002 | Hoy
LAS INVESTIGACIONES DEL QUíMICO ARGENTINO MARTIN NEGRI
Es licenciado en Física,
doctor en Química; pero seguramente es más conocido como el padre
de las narices electrónicas, o por lo menos como uno de sus precursores
en Argentina, lo que no es poco. Las narices electrónicas que Martín
Negri está perfeccionando no constituyen afortunadamente otro ítem
de la magra lista de inventos argentinos, sino que los investigadores argentinos
están tratando de perfeccionarlas para, entre otras cosas, encontrarles
nuevos usos. Martín Negri recibió a Futuro en su laboratorio del
Departamento de Química Inorgánica de la Facultad de Ciencias
Exactas de la UBA, desde donde dirige un equipo de ocho personas que incluye
a físicos, químicos y estudiantes becados que investigan en las
condiciones que permite la decadencia (no sólo) científica del
país.
–¿A qué se dedica específicamente en el laboratorio?
–Yo soy investigador del Conicet, profesor de Exactas, y dirijo un grupo
de investigación que está trabajando en el área de alimentos
y cosmética y una de las técnicas que estamos utilizando es justamente
el método que se llama “nariz electrónica”. Hacemos
análisis de muestras de interés para la industria de alimentos
y cosmética con este dispositivo que está inspirado en el sistema
olfativo. Las narices son, en realidad, sensores olfativos que detectan la presencia
de un olor; cada olor tiene un tratamiento matemático de las señales
que generan, lo mismo que hace nuestro cerebro. Nuestro cerebro forma una base
de datos con los distintos olores que va percibiendo continuamente de tal manera
que, cuando hay un olor, digamos desagradable, se pueda asociar con algún
producto en descomposición o un incendio.
Genesis
–Todos los proyectos
de investigación llevan un tiempo de elaboración y uno va entrando
gradualmente en una tema. Yo estaba trabajando en la temática de medio
ambiente, de hecho en este departamento se hacen mediciones de contaminación
atmosférica. De allí fuimos pasando a la detección a gases
y de ahí a las narices electrónicas que tienen un mayor campo
de aplicación en alimentos y cosméticos que en medio ambiente,
aunque también se puede utilizar en ese campo.
–¿Tienen intenciones de vender estos productos masivamente o sólo
a empresas?
–Hay una idea de hacer transferencia tecnológica, de comercializar
los productos, pero estamos todavía en una etapa de experimentación.
Lo que sí hemos hecho fue firmar un convenio, una carta de intención
con una empresa de Rosario (llamada “Open automation”) para hacer
un desarrollo en conjunto. Y también hemos recibido dos becas: una para
que una persona trabaje en la facultad con nosotros en la parte química,
en el tratamiento de las muestras, y un ingeniero electrónico que trabaja
en Rosario. Son becas cofinanciadas por la Fundación YPF y por la Fundación
Antorchas.
–¿Para qué le serviría la nariz electrónica
a una empresa o al Estado?
–Puede servir tanto para control de calidad, control de productos, control
de procesos de producción, control de copias o adulteraciones en los
productos. Y también puede servir para control de atmósfera peligrosa
en ambientes cerrados, control de incendios, de derrames o alarmas de explosivos,
etc.
–¿Las narices son sensores?
–Sí, pero la diferencia entre una nariz y un sensor es que la nariz
está formada por muchos sensores y tiene este sistema matemático
que imita al cerebro. Una nariz puede discriminar entre dos eventos, cosa que
un sensor solo no puede hacer. Por ejemplo, un sensor de gases da la misma alarma
ya sea que haya un incendio como que haya un derrame de solventes, porque alguien
está manipulando solventes. En cambio, con una nariz electrónica
se puede discriminar cuál de los dos eventos está ocurriendo.
Lo cual es muy interesante para descartar falsas alarmas.
–¿La nariz podría distinguir un queso podrido de un roquefort?
–Sí, de hecho realizamos un estudio de pescados donde tratamos de
determinar si un filete de merluza fue recién comprado o si estuvo uno,
dos o tres días guardado en la heladera. Ese estudio lo publicamos en
una revista extranjera llamada “Sensors and automators”.
–Un nombre no exento de poesía.
–Hubo que hacer un tratamiento de muestras, de cortes de pescado, de guardarlos
en heladera, mantener ciertas condiciones estandarizadas y entrenar a la nariz
en oler esas muestras. Como resultado final de ese entrenamiento logramos una
base de datos (como un cerebro). Ahora, una persona trae un pedazo de pescado
y se puede determinar si ese pescado tuvo menos de 24 horas de comprado o si
estuvo guardado en la heladera 1, 2 o 3 días, lo que permitiría
hacer un control de calidad. Incluso un control a nivel domiciliario si se quisiera.
–¿Piensan popularizarlo para que se use antes de realizar compras,
como elemento para decidir qué comprar?
–Es una posibilidad, pero no sabemos si vamos a dedicarnos a eso. Otra
aplicación que hemos hecho es un estudio con una empresa internacional
de química cosmética que desarrolla fragancias. Ellos tienen una
fragancia que es un compuesto químico muy complicado, formado por muchas
especias que dan olor. A esa fragancia se le agrega un nuevo componente. Porque
una fragancia es un líquido que tiene unos 20 compuestos químicos,
aunque los perfumes muy finos llegan a tener hasta 150 compuestos químicos,
todos contribuyen al olor. Nosotros le agregamos uno más, y queremos
saber si ese nuevo compuesto está presente o no, cuando está en
raciones muy pequeñas, como una molécula en un millón.
Oler carne
–¿Pueden
llegar a distinguir una carne en mal estado?
–Hay gente en Irlanda estudiando carne vacuna, de la forma que estudiamos
nosotros el pescado. Lo que pasa es que el pescado huele más, y lógicamente
es más fácil la detección.
–¿Qué dimensiones tienen las narices?
–Son pequeñas, transportables, se puede manejar con una laptop y
tiene autonomía.
–¿Se pueden llevar en los bolsillos?
–Mmm... se podría.
–¿Y de qué están compuestas, ya que no de células?
–Tienen sensores, los sensores más comunes son óxidos metálicos
de tal modo que cuando hay un olor, un gas, cambia la conductibilidad eléctrica.
Por lo general, un sensor es un material que cuando se lo expone a un gas cambia
alguna propiedad. Entonces, el sensor no puede dar mucha idea de la composición
química de lo que está oliendo, primero porque la composiciónes
complicada. La nariz sólo permite una identificación de los olores;
con un análisis tradicional, químico, con equipos más sofisticado
y tiempo de análisis, se podría llegar a saber un buen porcentaje
de la composición. Porque con la nariz no se tiene información
de la composición, se tiene una idea de cómo clasificar el olor.
Es lo mismo que hace una nariz humana. En los casos de los pescados, el olor
me permite decir algo sobre la muestra del pescado, pero no sobre la composición
química.
–¿Se ha probado en vinos?
–Ella (señala a una de sus compañera de laboratorio, Daniela
Mizrahi, que está junto a María Eugenia Monge) justamente está
estudiando los vinos. Daniela es estudiante de licenciatura en química
–a diferencia de María Eugenia que ya egresó– y tiene
una “beca estímulo”. Ahora está tratando de hacer un
estudio muy sencillo para discriminar distintos vinos. Es un trabajo difícil
pero adecuado al término de una beca de un año.
Daniela Mizrahi: El método es más o menos así: se pone
la cepa y se tiene como una huella digital distinta para cada tipo de vino.
Hay que hacer primero una base de datos y tener las huellas digitales, después
traen una muestra de afuera, se mide, y se ve qué huella digital tiene.
Ahora estoy trabajando con una muestra entera de malbecs de distintas marcas.
Final que huele mal
–Para el final,
una pregunta ingrata: ¿cómo es investigar en la Argentina del
2002?
–Cada día es más duro. Incluso si nos comparamos con otros
países de Latinoamérica como Brasil y Chile ellos están
muy por arriba en porcentaje del producto bruto que dedican a la investigación.
Si pensamos en cantidad de becas que se otorgan a estudiantes recién
recibidos para que se queden a investigar, también estamos comparativamente
por debajo. Los subsidios de investigación son cada vez menos. Los organismos
estatales están dejando de financiar el sistema. El sistema argentino
tradicional del Conicet y las universidades está desapareciendo, sólo
hay becas de algunas fundaciones.
–¿Y cómo lo afecta todo eso, concretamente?
–Sobre todo en la capacidad de conseguir gente que se quede a trabajar,
graduados jóvenes de alta calificación que se queden en el país.
Se van si no les ofrecemos algo, no ya un buen sueldo como para quedarse, sino
trabajo. Trabajo. Hemos llegado al punto en que no se les ofrece nada. Eso es
lo primero: ofrecer becas, cargos en las universidades, posiciones, etc. También
afecta en la posibilidad de comprar materiales, repuestos, reactivos químicos,
bueno, es una lucha cotidiana. Muchísimos de los insumos cotidianos en
la investigación son importados.
Producción: Federico Kukso.
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