Sábado, 13 de enero de 2007 | Hoy
ASTRONOMIA: APOFIS, EL ASTEROIDE MAS PELIGROSO
Por Mariano Ribas
“La pregunta no es si realmente un asteroide puede chocar contra la Tierra; la pregunta es cuándo.”
Eugene Shoemaker (1928-1997)
El viernes 13 de abril de 2029, una roca espacial de más de 300 metros de diámetro pasará por encima de nuestras cabezas. Apenas a 36 mil kilómetros de la Tierra, menos de la décima parte de la distancia que nos separa de la Luna. La mole de 50 millones de toneladas se nos cruzará, alevosamente, a 45.000 kilómetros por hora. Y luego de aquel arañazo, seguirá su viaje alrededor del Sol. En principio, todo indica que aquel encuentro cercano con el asteroide 2004 MN4 no implicaría mayor peligro. Sin embargo, existe una pequeña probabilidad de que las cosas se compliquen para su siguiente visita, allá por 2036. De hecho, 2004 MN4 encabeza cómodamente la lista de los más de 800 “asteroides potencialmente peligrosos”. Y por eso, durante los próximos años, los astrónomos de todo el mundo seguirán cuidadosamente su rastro orbital: no se pueden correr riesgos, por mínimos que sean. Muy lejos de todo catastrofismo banal e irresponsable, vamos a echarle una mirada a la historia, presente y futuro de un asteroide emblemático. Un inquietante vecino de la Tierra que lleva impreso un nombre más que significativo: Apofis, “el Destructor”. Y que representa, mejor que ningún otro hasta ahora, la inquietante sombra de una amenaza siempre latente, y de la que debemos hacernos cargo.
Los asteroides son cuerpos de segunda dentro del Sistema Solar. Oscuros y deformes objetos de roca y metal que, en su mayoría, vagan en manada entre las órbitas de Marte y Júpiter, formando el famoso “Cinturón de asteroides”. Sin embargo, existen unos cuantos asteroides marginales que se pasean por otras zonas de nuestro barrio planetario. Y que, incluso, se cruzan con la mismísima órbita terrestre: los astrónomos los conocen como “PHAs”, una sigla en inglés que significa “asteroides potencialmente peligrosos”. Son, al día de hoy, 832 amenazas latentes contra la Tierra. Y cada semana se descubre uno nuevo. De todos modos, afortunadamente, y sin que eso implique en absoluto desatender el tema, casi ninguno de ellos parece dispuesto a estrellarse contra nuestro planeta durante las próximas décadas. Casi ninguno: en junio de 2004, un grupo de astrónomos del Observatorio de Kilt Peak, en Arizona, descubrió un PHA que daría que hablar. Al principio, fue secamente bautizado 2004 MN4. Pero de a poco, la cosa fue tomando color. Un tanto oscuro, por cierto. Las nuevas observaciones fueron delineando su perfil: la roca espacial medía 320 metros, y tenía una órbita alrededor del Sol de 323 días que intersecaba a la nuestra en dos puntos. Problema a la vista. Pero todavía faltaban algunos datitos cruciales.
Unos meses más tarde, hacia fines de 2004, astrónomos de todas partes del mundo recibieron un inquietante e-mail: por primera vez, los dos centros mundiales dedicados a la predicción de posibles impactos de asteroides contra la Tierra (el Jet Propulsion Laboratory de la NASA, y la Universidad de Pisa, en Italia) iban a anunciar que, para su visita del 13 de abril de 2029, 2004 MN4 alcanzaba el nivel 2 en la Escala de Torino. Esa escala, presentada durante una conferencia internacional de astronomía celebrada en 1999 en Turín, Italia (de ahí su nombre), permite calificar de 0 a 10 el riesgo real y las consecuencias de un eventual impacto para cada uno de los asteroides peligrosos. El 0 corresponde a los PHA que no tienen chance alguna de chocar contra la Tierra, o cuya chance es tan baja que se acerca a 0, justamente. Y el 10 se reserva para casos de “colisión segura” de un asteroide grande (5 a 15 km de diámetro), cuya consecuencia sería una “catástrofe global y amenaza para la civilización”. El 2 de 2004 MN4 implicaba una probabilidad de choque remota, pero no remotísima. Y dado su tamaño relativamente modesto, ocasionaría un daño más bien “regional”: un eufemismo que esconde, por ejemplo, la idea de la destrucción total de una ciudad.
En aquellos últimos días de diciembre de 2004, las estimaciones fueron y vinieron a la luz de nuevos estudios, nuevas observaciones y nuevos cálculos. El momento más dramático llegó el día 27, cuando se hablaba de “1 chance en 37” de impacto para aquel no tan distante 13 de abril de 2029. Y por eso, momentáneamente, el asteroide llegó al nivel 4 de la Escala de Torino. Ante semejante panorama, 2004 MN4 ya se había ganado un nombre como la gente, y no una mera entrada de catálogo: de ahí en más, los astrónomos lo bautizaron Apofis, el nombre griego para el terrible dios egipcio Apep, “el Destructor” (una poderosa deidad que vivía en la oscuridad eterna del mundo subterráneo, y quería destruir al Sol).
Y curiosamente, al poquísimo tiempo, todo cambió. Al menos, cambió de fecha. Ya a comienzos de 2005, las nuevas observaciones descartaban todo escenario de impacto para 2029. Y eso no ha cambiado hasta ahora. Eso sí, parece que aquel 13 de abril, Apofis pasará a sólo 36 mil kilómetros de la superficie terrestre. La misma altura a la que orbitan los satélites geoestacionarios. O menos del 10% de la distancia a la Luna. Nada en términos astronómicos. De hecho, esa noche los europeos lo verán pasar por el cielo, lentamente, como si fuera una estrella medianamente brillante y errática. Pero nada más. ¿Tranquilidad? No tanto.
El encuentro extremadamente cercano entre Apofis y la Tierra tendrá sus lógicas consecuencias físicas: la gravedad terrestre “torcerá” dramáticamente la ruta del asteroide (28 grados, exactamente). En consecuencia, su órbita alrededor del Sol se agrandará un poco (llevando a Apofis a dar una vuelta a nuestra estrella cada 426 días, y pasando la mayor parte de ese tiempo algo por fuera de la órbita terrestre, aunque sin perder los dos puntos de cruce con la Tierra). Pero lo importante es que ambos volverán a encontrarse en 2036. Y los detalles finos de lo que ocurra en ese encuentro dependerán, justamente, del evento de 2029. Veamos: si el 13 de abril de 2029 Apofis pasa por una improbable “ventana” en el espacio de apenas 610 metros, que los astrónomos llaman “ojo de cerradura”, el juego gravitatorio lo traería nuevamente a esa zona exactamente 7 años después. El problema es que en ese momento la Tierra también estará en ese lugar. O sea: chocarían el 13 de abril de 2036. La chance de que “el Destructor” efectivamente pase por ese “ojo de cerradura” en 2029 es muy baja. Tal vez, una en miles. Pero existe.
Sea como fuere, la amenaza de Apofis es la más importante de todas las amenazas de todos los asteroides conocidos hasta hoy. Y seguramente, las estimaciones del riesgo de impacto subirán y bajarán una y otra vez en el futuro cercano, a la luz de nuevos datos, y tal como ha ocurrido desde su descubrimiento. A esta altura, la pregunta sale sola: ¿qué pasaría si el Destructor se nos viniera encima? Algunos cálculos moderados nos dan una idea: el impacto del asteroide equivaldría a una explosión de 880 megatones de TNT. Unas 70 mil bombas atómicas de Hiroshima. El choque abriría un cráter de 2 o 3 kilómetros de diámetro, y 500 metros de profundidad. Y la destrucción sería total en un radio de 50 o 100 kilómetros. Millones de personas podrían morir en un segundo. Por baja que sea la probabilidad de impacto de Apofis, no podemos hacernos los distraídos.
Afortunadamente, hay quienes ya están pensando en el tema. Ya existe un comité de científicos, liderado por el astronauta Rusty Schwickart (que en los años ’60 viajó en el Apolo 9), que está trabajando activamente en las Naciones Unidas para que los gobiernos de todo el planeta entiendan, de una buena vez, que esto no es un juego ni un escenario delirante. “Por bajas que sean las chances, el caso de Apofis, y otros tantos asteroides, deben ser atendidos mundialmente”, dice el veterano astronauta. Lo mismo cree la famosa Sociedad Planetaria (fundada por el gran Carl Sagan, en 1980), que ya está ofreciendo un suculento premio a aquellos que propongan el mejor sistema de acople de “balizas astronómicas” –mediante alguna nave espacial– para permitir un preciso seguimiento de Apofis de aquí a las próximas décadas. Incluso, ya se están pensando posibles métodos para desviar asteroides ante una certeza absoluta de impacto.
Muy lejos de las habituales falsas alarmas mediáticas, que no hacen más que banalizar estúpida e irresponsablemente el tema, el caso de Apofis es un poderoso llamado de atención a toda la humanidad. Como decía Eugene Shoemaker, aquel enorme científico, ya resulta ingenuo preguntarse si un asteroide alguna vez pondrá su mira sobre la Tierra. Más bien, hay que preguntarse cuándo ocurrirá, porque pasar va a pasar. La historia de la Tierra lo demuestra. La amenaza de los asteroides existe. A corto, mediano o largo plazo. Y si somos una especie madura, sabia, responsable, y generosa con nuestros descendientes, debemos enfrentarla.
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