Sábado, 3 de febrero de 2007 | Hoy
ESTUDIOS SOBRE EL SUEñO INFANTIL
Por Esteban Magnani y Luis Magnani
La privación de sueño ha sido históricamente un método muy común de tortura para doblegar al enemigo. Hace dos mil años los romanos ya lo habían bautizado como tormentum vigiliae y en la Edad Media era aún utilizado, por ejemplo, por el Santo Oficio. Más cerca en el tiempo, una investigación de Naciones Unidas asegura que en las cárceles chinas aún es común poner a los reclusos de pie durante días para que no puedan dormir; más cerca geográficamente, el sistema también fue utilizado por las dictaduras latinoamericanas.
Si bien la privación del sueño es un fenómeno muy extendido en la actualidad por el nivel de estrés y exigencia de las sociedades modernas (hay quienes hablan de una sociedad estructurada en torno del déficit de sueño), hay un período en particular en el que la imposibilidad de dormir es acuciante y, para peor, generada por los seres más queridos: los recién nacidos. Con la llegada del vástago, el flamante padre o madre probablemente empiece a sufrir algunos de los síntomas de la privación de sueño: imposibilidad de concentrarse, irritabilidad, alucinaciones, síntomas de psicosis, problemas en la metabolización del azúcar, entre otras cosas. Diversas investigaciones, probablemente algo optimistas, demuestran que un 25 por ciento de los niños experimenta algún tipo de problema para conciliar el sueño independientemente, es decir, sin ser arrullados o mecidos por alguien.
En el caso de los niños recién nacidos, totalmente dependientes de sus padres y sobre todo de su madre, la situación puede tornarse muy complicada de resolver, más que nada porque un padre agotado tiene más problemas para tranquilizar a su hijo, lo que inicia un círculo vicioso que a veces lleva a la tentación de acunar al niño hasta el agotamiento cada vez que se despierta, dar insomnes rondas de auto o incluso suministrar al bebé algún medicamento que induzca el sueño. En todos estos casos el costo del esfuerzo puede minar las fuerzas de los padres que, cada vez más irritables, inician un círculo vicioso de incapacidad para dormir a sus hijos sin que los pediatras puedan hacer mucho por ayudarlos.
Hasta los años ’80 el sueño de los bebés no pasaba prácticamente de ser una curiosidad familiar. Por entonces el doctor en psicología y flamante padre Mark Durand, quien trabajaba en la Universidad Estatal de Nueva York, Estados Unidos, pidió a una de sus estudiantes, Jodi Mindell, que buscara información sobre el sueño de los bebés; el suyo en particular estaba terminando con sus fuerzas y las de su esposa. Con sorpresa encontraron que eran escasas las investigaciones sobre el sueño infantil en las revistas de psicología. Lo más documentado hasta el momento era la técnica del pediatra Richard Ferber, de la Universidad de Harvard, llamada “agotamiento por llanto”, aunque no existían estudios sobre sus efectos.
Durand y Mindell prácticamente inauguraron el campo y rápidamente quedó claro que existía un nicho científico por llenar, sobre todo por la demanda constante de respuestas que los pediatras necesitaban dar a padres desesperados. Mindell incluso se transformó con el tiempo en directora asociada del Centro de Desórdenes del Sueño en el Hospital de Niños de Filadelfia, y junto a un equipo de neumonólogos, neurólogos y psiquiatras se concentró en ciertas preguntas básicas como qué ayuda a los niños a dormirse solos o cómo hacer que permanezcan dormidos durante la noche. La segunda resultó más sencilla. Apenas el bebé aceptaba dormirse independientemente, bastaba un par de semanas para que hiciera lo mismo cuando se despertaba por la noche. También comprobó, como era de esperar, que en la mayoría de los casos estudiados no había problemas físicos, sino sólo de comportamiento. Y una vez encarada la solución, los cambios ocurrían muy rápido, en apenas unos días.
Entre las muchas técnicas existentes, hay algunas que se mostraron como eficientes en un número mayor de casos a lo largo de varios estudios. El más obvio y simple consiste, llegada la hora conveniente, en crear una rutina de quietud y calma que permita instalar al niño en la cama en un estado de somnolencia, pero aún despierto, para que desarrolle su habilidad de dormirse solo.
En el otro extremo está el método del doctor Ferber, en el que los padres ponen al niño en cama, le dan un beso y cierran la puerta tras de sí. Este método es efectivo, según demuestran los resultados, pero muchos padres se declaran incapaces de llevarlo a cabo; el llanto infantil los abruma. Por otro lado es poco lo que se sabe de las consecuencias emocionales para el niño. Una técnica suavizada pero con la misma base consiste en hacer visitas cada vez más espaciadas al niño que llora para calmarlo muy brevemente.
En cualquier caso, lo fundamental es que el niño aprenda a dormirse solo, ya que la mayoría se despierta varias veces durante la noche. Otra conclusión de las investigaciones es que una vez que el niño se acostumbró a la presencia de alguien en el momento en que se va a dormir, su ausencia le producirá ansiedad. En consecuencia, cuanto antes se acostumbre a dormir solo, mejor será.
Un método también frecuente pero muy poco recomendado es el de dormir con el niño, algo prácticamente prohibido por todos los pediatras e instituciones de pediatría, sobre todo porque aumenta el riesgo de que se presente el síndrome de muerte infantil súbita (SMIS), que es la muerte repentina e inexplicable de un niño menor de un año de edad. El otro riesgo es el de que un padre cansado sofoque sin querer al bebé. Una estadística realizada en Nueva York indicaba que sólo en 2004 murieron asfixiados 15 niños menores de un año bajo el peso de quienes los cuidaban y dormían con ellos.
Según el ejemplar de octubre de 2006 de Sleep, revista de la American Sleep Disorders Association, de los 52 casos estudiados en una investigación, 49 dieron resultados positivos simplemente con sostener alguna de las técnicas. O sea que en los casos en que no hay alteraciones médicas todas las técnicas son efectivas, basta elegir una y adherir a ella consecuentemente, algo que es más fácil de decir que de llevar adelante. Allí también se insistía en la importancia de que los padres comprendieran que enseñar a sus hijos a dormirse solos es lo mejor para su desarrollo y no un reprochable egoísmo personal. Es obvio que cuando todo el mundo está descansado la armonía es más fácil de encontrar.
Además, como decía el pediatra más importante que tuvo la Argentina, Florencio Escardó, “la noche es de los adultos”. Y un adulto que pasó la noche sin torturas, al día siguiente estará de mejor ánimo para educar y trabajar.
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