Sábado, 27 de septiembre de 2008 | Hoy
DARWIN Y EL DARWINISMO HOY, 150 AñOS DESPUES
Recientes ataques a la Teoría de la Evolución por parte de quienes insisten (¡ya en el siglo XXI!) en la interpretación literal de la Biblia, movieron a Futuro a adelantarse al año Darwin (en 2009 se cumplen 200 años de su nacimiento) y publicar estas reflexiones sobre la actualidad y la potencia del darwinismo.
Por Hector Palma*
Seguramente Charles R. Darwin (1809-1882) ha sido el científico sobre quien más se ha escrito y sus biografías se interpelan entre sí: apologéticas (como la clásica de J. Huxley y H. Kettlewell); sociologistas que minimizan su papel y lo ubican como un mero traductor biológico del laissez faire inglés (posición compartida tanto por el biólogo E. Radl como por el historiador J. Bernal); psicológicas (como los de H. Gruber o J. Greenace). Sin embargo, la historia de la ciencia es más interesante y rica que las biografías y revisar y actualizar el darwinismo implica, necesariamente, abordar otras múltiples dimensiones.
En primer lugar, desde 1859 hasta la actualidad, marcó el desarrollo de las ciencias biológicas. Los aportes de la genética (mendeliana, de poblaciones y finalmente la molecular), el neodarwinismo de Weismann, que elimina la herencia de los caracteres adquiridos, y la teoría sintética a partir de los años ’30 del siglo XX, que modificaron pero, sobre todo, reforzaron la propuesta inicial darwiniana basada en el origen común de lo viviente y en la selección natural. Quizá la expresión que mejor sintetiza la situación actual sea el feliz título del artículo de Th. Dobzhansky: “Nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución”.
Pero el darwinismo ha tenido, además, una profunda repercusión en otras áreas de la ciencia evidenciando, dicho sea de paso, la íntima interrelación de los saberes científicos entre sí y el modo en que algunos desarrollos en áreas específicas –en este caso la biología evolucionista, pero algo similar ocurrió con la mecánica newtoniana– aportan conceptos explicativos, y metáforas por qué no, que se expanden hacia otras áreas.
En efecto, la teoría darwiniana de la evolución –en ocasiones deformada ideológicamente– colonizó y al mismo tiempo proveyó de herramientas conceptuales y explicativas a la sociología, la antropología, la economía, la ética, la sociobiología humana, la epistemología, la psicología y la medicina. En la primera mitad del siglo XX, con evidentes marcas de un evolucionismo más spenceriano y la influencia haeckeliana, el darwinismo estuvo presente en la antropología criminal (sobre todo, aunque no exclusivamente, en la teoría del criminal nato de la escuela positivista italiana de Lombroso) y formó parte sustancial del movimiento eugenésico que promovía la reproducción de los superiores y desalentaba o impedía la reproducción de los inferiores (catalogados según razas, pero sobre todo según diferencias de clase social, grupos o directamente nacionalidades, como gitanos, rusos judíos, hindúes y otros; o bien grupos como delincuentes, prostitutas, alcohólicos, deficientes mentales, enfermos en general –epilépticos, locos, sifilíticos, tuberculosos, etc.–, agitadores políticos, ácratas –es decir anarquistas–, maximalistas o bolcheviques y enfermos como los sifilíticos y tuberculosos). Así, el darwinismo, en intersección con un evolucionismo general e ideológico, contribuyó a establecer conexiones directas o indirectas (reales, imaginarias, ideológicas o potenciales) entre diversidad biológica y desigualdad política.
Pero, además, el darwinismo provocó la revolución antropológica, cultural e ideológica más profunda y amplia derivada de una teoría científica en toda la historia. No sólo redefinía la noción de especie en una perspectiva poblacional desechando la perspectiva esencialista o tipológica, sino que ubicaba a la especie humana derivando de ancestros no humanos y como el resultado contingente del desarrollo evolutivo. Esto eliminaba no sólo la creencia en la creación especial (según la cual dios habría creado a cada especie por separado), sino sobre todo la idea de un hombre como ser hecho a imagen y semejanza del creador, como culminación de la creación y con un lugar privilegiado en el universo. Por ello la teoría darwiniana de la evolución es incompatible con la ortodoxia religiosa cristiana y eso explica la inclaudicable oposición de ésta. Cualquier intento de conciliación entre ambas –que de hecho los hay– conlleva violentar o bien la evolución o bien la religión. Esta disputa nunca cesó y, actualmente, se manifiesta en los constantemente renovados embates de los grupos religiosos más fundamentalistas sobre todo de EE.UU. y en menor medida en Europa, apoyados por algunos pocos científicos, aunque nunca en publicaciones especializadas, por reinstalar la discusión entre evolución y la llamada “teoría del diseño inteligente”. El debate adquiere, en realidad, estatus político e ideológico, dado que se encuentra, académica, intelectual y epistemológicamente saldado y lo que hoy se denomina “diseño inteligente” no es ni más ni menos que el famoso argumento de la teología natural de W. Palley de 1802, según el cual compuestos complejos –como un reloj o un ser viviente– no podían ser el resultado del azar de las fuerzas naturales sino un acto de creación sobre un diseño previsto. En la Argentina, por su parte, resulta llamativa, salvo excepciones, la ausencia de la cuestión de la evolución en los institutos de formación docente y por consiguiente en los establecimientos de enseñanza media (tanto confesionales como en muchos de los públicos) a despecho de que aparezca como parte del currículo en los documentos oficiales.
Vale la pena recordar también que Darwin, un ignoto joven en ese momento, pasó casi un año en el actual territorio argentino, como parte de su viaje, entre 1831 y 1836, alrededor del mundo. En su Diario de Viaje, además de las consabidas descripciones geológicas y biológicas cuenta que aprendió a tomar mate con los gauchos, conoció a Rosas, quien lo ayudó otorgándole un salvoconducto para circular en esos tiempos difíciles y fue partícipe involuntario de una de las rebeliones de los rosistas. Describe la figura del gaucho, el temor por los indios de la pampa, el carácter de la población del Río de la Plata y dos viajes a Malvinas, en tiempos de la toma definitiva de las islas por parte de la corona inglesa. Participó de la dramática devolución de tres indios fueguinos que habían sido llevados a Inglaterra en un viaje anterior. Y, en Mendoza, fue atacado por las vinchucas. En la Argentina, como en todo el mundo, la recepción del darwinismo no estuvo exenta de controversias, errores e interpretaciones sesgadas ideológicamente. Se refirieron a Darwin, por citar sólo a algunos, escritores como G. E. Hudson, científicos como G. Holmberg, G. Burmeister, F. Ameghino, C. O. Bunge o J. M. Ramos Mejía y políticos como Sarmiento o Lucio V. Mansilla.
Aunque es mucho lo que ya se ha dicho en 150 años, repensar el darwinismo sigue siendo asunto de interés para biólogos, historiadores, sociólogos, antropólogos, filósofos, educadores y políticos, pero también para todos los ciudadanos que intenten comprender, participar o promover un debate sobre su sentido en la cultura contemporánea.
* Filósofo y epistemólogo (Universidad Nacional de San Martín).
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