ALCOHOL, BELLEZA Y NEUROCIENCIA
“Echale la culpa al alcohol” bien podría ser el título de una película en la que todos los actores caen rendidos a los pies de su ingesta para borrar de un plumazo tapujos, prejuicios y abrir la puerta al laissez faire. Al parecer, la pérdida de los estribos por la ingesta de bebidas espirituosas tiene nombre y apellido: beer goggles.
› Por Esteban Magnani y Luis Magnani
“El Zorro depositó una mirada más prolongada sobre la mesa de la Turca y la gordita.”
Roberto Fontanarrosa, “Después de las 4”.
El genial Fontanarrosa contaba los avatares del galán argentino que concurre a un boliche en busca de compañía y, en horas avanzadas de la madrugada, cuando el fracaso se ha convertido en una amenaza cierta, descubre la belleza oculta en alguna fémina que descartó a primera vista. Lo que no sospechaba el escritor es que, más allá de las veleidades del conquistador, hay una explicación científica para que esto ocurra.
Es algo corriente que, en esos boliches, los concurrentes beban alcohol en alguna de sus formas. Y se ha demostrado que las percepciones cambian por su ingesta, haciendo que la gente aparezca como más atractiva. En inglés, el fenómeno se denomina beer goggles, algo así como “antiparras de cerveza”, debido a que los ojos del bebedor se ponen saltones.
En consecuencia, el galán bien podrá echarle la culpa a este efecto si tiene que justificar su mal gusto ante los amigos por haberse levantado con Mick Jagger cuando, en realidad, él creía haberse acostado con Beyonce. En su justificación, la víctima del fenómeno deberá mencionar el reciente estudio realizado en el Reino Unido.
Fue realizado en la Universidad de Bristol, en el Departamento de Psicología Experimental, por Marcus Munafó y colaboradores. Para la muestra reunieron 84 estudiantes heterosexuales al azar. La mitad consumió una bebida alcohólica con gusto a lima y la otra mitad una con el mismo gusto pero sin alcohol, que funcionó como placebo. Por supuesto, todos ignoraban si habían consumido alcohol o no. La cantidad de alcohol que ingirió cada estudiante fue la equivalente a 250 mililitros de vino para un peso de 70 kilos, una cantidad suficiente para achispar pero no para atontar a quien bebe. Pasados 15 minutos, a los estudiantes se les mostraron fotografías de gente de su edad y de ambos sexos.
El resultado fue que tanto las mujeres como los hombres que habían bebido alcohol calificaron los rostros de las fotos como más atractivos que aquellos que tomaron el placebo. Y más llamativo aún: esta manera de evaluar no ocurrió sólo con los rostros del sexo opuesto sino que los rostros del mismo sexo gozaron de igual benevolencia. Esto concuerda con otro hecho: los “conejitos de India” no manifestaron una atracción o intención sexual hacia el bien calificado. La cosa cambió cuando se repitió la prueba 24 horas más tarde. La influencia del alcohol perduró al hacer la prueba de medición del atractivo pero sólo en los participantes varones y cuando se trató de hacer el ranking de las mujeres.
Por razones obvias, mucho se han estudiado los efectos del alcohol sobre el hombre. La parte que se ve más afectada es la que regula las complejas funciones cerebrales como el razonamiento abstracto, y la capacidad de analizar nuestro propio comportamiento, entre otras. Estas actividades se desarrollan en el lóbulo frontal, que es uno de los rasgos distintivos del hombre moderno. Las consecuencias de inhibir esta parte del cerebro, entonces, nos acercarían a otras especies. Si bien numerosos estudios han permitido un conocimiento con alto grado de detalle sobre el tema, los trabajos que analizan particularmente el efecto del alcohol a la hora de evaluar un compañero no son tan abundantes.
Una investigación reciente descubrió que las moscas de la fruta, las sufridas drosophilas, tan usadas para los experimentos, desarrollan tendencias homosexuales cuando son sometidas a los vahos del alcohol. En efecto, KyungAn Han y sus colegas de la Universidad de Pensilvania, preocupados por saber cómo el alcohol afloja las inhibiciones humanas, actuaron como voyeurs de las drosophilas macho sometidas a gases alcohólicos. Hete aquí que las viriles moscas, que normalmente cortejan a las hembras haciendo vibrar las alas antes de intentar copular, a los tres días se convirtieron en homosexuales y armaron trencitos a todas luces inquietantes. Es difícil decir que este modelo es válido; al fin y al cabo tres días es la tercera parte de nueve, el tiempo que vive una mosca de la fruta. ¿Qué pasaría si un hombre fuera sometido a los vahos de un pub durante un tercio de su vida?
Parece más válido lo que, en el año 2003, en la Universidad de Glasgow, hicieron los psicólogos. Si bien fue parecido a lo que hizo el mencionado Munafó, hay diferencias importantes. Los 80 estudiantes heterosexuales voluntarios a los que se pidió hacer el ranking se encontraban bebiendo en bares del campus cuando se les mostraron 118 fotografías a todo color. El resultado coincide con el de Munafó en el sentido de que los beer goggles ciertamente actúan, es real, pero aquí sólo se dio cuando los estudiantes varones calificaron fotos de mujeres y viceversa. La explicación sugiere que el ámbito del bar es propicio para encontrar un compañero sexual lo cual se suma al efecto del alcohol.
A raíz de esta conclusión, Munafó piensa que debería repetir el experimento pero después de mostrar a los estudiantes videos de gente flirteando en un bar para ver qué influencia tienen cuando se suman al efecto del alcohol. De la misma manera, sería interesante ver cómo influye la cantidad de alcohol consumida; claro que acá hay límites morales.
La ingesta de una cantidad respetable de alcohol no sólo hace ver la vida color de rosa. Es decir, no aumenta únicamente el atractivo de la persona elegida por alguien sino que favorece que ese alguien se anime a comportarse de una manera que evitaría en circunstancias normales.
La explicación “cerebral” para este fenómeno es que las amígdalas (un grupo de neuronas asociado a las reacciones emocionales ubicado en el lóbulo temporal) deja de responder a los estímulos que normalmente hubieran provocado una huida u otra reacción de defensa. Un estudio de Robert Leeman, de la Universidad de Yale, informa que los estudiantes manifestaron que tenían mayor predisposición a caer en situaciones sexuales riesgosas cuando habían bebido que cuando no. Esto puede deberse a que el alcohol disminuye las inhibiciones o a que da una buena excusa para justificar un comportamiento indiscreto cuando éste resulta mal recibido.
El círculo se cierra de una manera peligrosa si se advierte que un estudio de Bede Agocha y Lynne Cooper, de la Universidad de Missouri, Columbia, dice que la probabilidad de caer en el sexo riesgoso aumenta cuando el atractivo facial del posible compañero sexual es mayor. Puesto que el beer goggles aumenta ese atractivo, todo parece conducir a riesgos inusuales cuando se consume alcohol. En definitiva, todos estos estudios confirman lo que la universidad de la calle enseña a quien quiera aprender: “de noche, todos los gatos son pardos”.
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