Sábado, 11 de abril de 2009 | Hoy
EL PROBLEMA DE LA “SEGURIDAD” DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LA BIOLOGIA
Es curioso que haya biólogos del comportamiento y la evolución que estudien el tema de la “seguridad”, que tanto obsesiona a los habitantes de Buenos Aires y otras partes del país y del mundo. Sin ser un sociobiólogo (aunque por momentos parece acercarse bastante), Daniel T. Blumstein estudia las estrategias de seguridad que diferentes especies implementan frente a los predadores. ¿Para imitarlas, quizás?
Por Marcelo Rodriguez
Obsesionado por la “seguridad”, un biólogo estadounidense estudió lo que hacen algunos animales para librarse de la amenaza de sus predadores (aunque parezca obvio, diremos de otras especies) y asegura que hay que prestarles atención: algunas parecen más ingeniosas y hasta más progresistas que el hombre.
El concepto fundamental con que trabaja Daniel T. Blumstein, especializado en ecología del comportamiento, es que cada especie animal tiene patrones de conducta para administrar su tiempo y su energía y que, a lo largo del tiempo evolutivo –de las generaciones–, aquellos que se manejan con pautas más adecuadas al medio logran hacer perdurar, y los que no, se extinguen. Desde esta óptica serán los comportamientos más “costosos” los desfavorecidos por la selección natural y el concepto darwiniano de la supervivencia del más apto se vuelve más específico: la supervivencia del mejor administrador.
Bajo esta premisa, Blumstein, vicetitular del Departamento de Ecología y Biología Evolucionista de la Universidad de California, en Los Angeles, presentó en el último encuentro anual de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia (AAAS), realizado este año en Chicago, lo que consideró su aporte para mejorar los conceptos humanos de seguridad, basado la observación de las especies vivas que, a su entender, mejor minimizan los riesgos a los que los someten sus predadores naturales.
La primera: Blumstein no es un sociobiólogo. No hay en este trabajo suyo una reducción de lo humano a su carácter biológico, ni pretende salvar la distancia entre nuestro ser animal y la complejidad de la cultura interpretando las relaciones sociales como adaptaciones “naturales” para resolver las necesidades básicas, y no pone a la “seguridad” como necesidad biológica.
Tampoco podría hacerlo si quisiera, y aquí viene la segunda aclaración. La propuesta de Blumstein en su reciente conferencia “Living with predators: lessons from behavioral ecology for security (Vivir con predadores: lecciones a partir de una ecología comportamental en torno de la seguridad, AAAS, 2009) es abstraer conceptos obtenidos de la observación y el análisis de otras especies para aplicarlos; según sus propias palabras: “Para manejar amenazas terroristas, tratar con insurgencias, tanto como para el control de los actuales desafíos en bioseguridad”. Los otros animales estudiados se defienden de otras especies; el hombre, en este esquema, no. ¿Había que aclararlo?
Blumstein plantea que siempre se vive con algún grado de riesgo y que, en todo caso, de lo que se trata es de minimizarlo. La permanente disyuntiva de los pequeños roedores de los bosques, tan codiciados por las especies carnívoras de mayor tamaño, es salir de sus madrigueras a buscar alimento o quedarse seguros escondidos en ellas, pero expuestos a morirse de hambre. Por si fuera poco, el encierro minimiza también la posibilidad de tener relaciones sexuales, lo que disminuye sus chances de procrear.
Pues bien, ante la disyuntiva entre guardarse y salir a buscar alimento y pareja, en los modelos teóricos –el ejemplo que da Blumstein se refiere concretamente a marmotas– terminan teniendo más éxito los individuos más conservadores de la especie, es decir que las marmotas que pasan el doble del tiempo óptimo en su escondrijo proliferan más que las que pasan sólo la mitad del tiempo óptimo. De ahí el consejo de “ante la duda, más vale sobreestimar el riesgo”.
¿Qué actitud es la correcta al ir a retirar plata de un cajero? ¿Moverse lo más rápido posible sin pararse a mirar atrás ni a los costados o mantenerse más tiempo vigilante y alerta (es decir, expuesto)? Acá el biólogo no se juega por ninguna opción, porque hay tantos animales que usan la primera estrategia como la segunda.
Pero una estrategia a tener en cuenta sería la de la ardilla terrestre californiana (Spermophilus beecheyi), que calienta cuatro grados Fahrenheit su cola al percibir la presencia de una serpiente de cascabel. Esta última se distingue del resto de los ofidios por su vista sensible a la luz infrarroja, que le permite “ver” el calor. Pero como cazadora, la cascabel necesita sorprender a su presa, con lo que si sabe que ha sido vista, desiste del ataque. El mecanismo de la ardilla es más eficiente aún: no se le calienta la cola en presencia de otro tipo de víbora que no sea la cascabel: no le serviría para decirle “te estoy viendo”.
Nelly La Nerviosa y Lucy La Tranquila son de la misma especie pero tienen, como sus nombres lo indican, conductas muy diferentes entre sí. Por ejemplo, cuando Lucy da la señal de alarma a sus congéneres, ellos saben que hay un predador cerca. Pero Nelly da señal de alarma cuando ve un halcón, cuando se mueve un arbusto o cuando se cae una hoja: por eso nadie le cree.
Entre los animales, eso pasa, y mucho. Según Blumstein, no sólo hay especies que descartan las alarmas dadas por individuos considerados “no confiables”, sino que hasta hay comunidades donde se concede el beneficio de la duda a los individuos confiables que alguna vez cometen un error aislado.
Si la naturaleza es diversidad, ¿por qué ser hostiles a este concepto? La evolución de las especies, asegura Blumstein, ofrece una plétora de ejemplos de respuestas diferentes frente a similares situaciones de riesgo, y todas ellas son igualmente exitosas, según lo prueba su propia existencia en diferentes especies, testeada por la selección natural.
Mejor que crear departamentos específicos para combatir una supuesta amenaza, dice Blumstein, es proveer a los sistemas existentes de elementos capaces de hacer frente a tal amenaza como parte general de sus funciones. Eso –supone– redundaría en beneficios generales, porque tener mejores hospitales, por ejemplo, reportaría beneficios aunque nunca haya una guerra bacteriológica (bueno, éste es el ejemplo concreto que da el investigador estadounidense).
La definición de información como todo aquello capaz de reducir la incertidumbre está muy en boga actualmente en los modelos organizativos, pero lo inventaron los peces. Bajo ese patrón parecerían actuar especies como el guppy o pez millón (Poecilla reticulata), la especie que ayudó a los científicos a descubrir que también los peces tienen menopausia (las hembras guppies, según determinó el biólogo David Reznick, de Riverside, viven mucho tiempo después de perder la capacidad de poner huevos, cosa que hasta entonces se pensaba que no sucedía en los peces).
Estos pececitos sólo huyen de predadores que están cazando y tienen la habilidad de constatar si su potencial atacante está en actitud de caza o no, porque la acción de huir de un predador que no está en actitud de caza (o sea, que no representa un peligro inmediato) es demasiado costosa y poco productiva. Reducir la incertidumbre, en consecuencia, sería una buena forma de evitar acciones demasiado costosas. Y la selección natural no suele ser demasiado benévola con las especies que tienen por costumbre esforzarse al divino botón.
Hay especies vegetales que van un poco más allá aún y eliminan toda actitud de defensa en situaciones en las que han aprendido que no les representan ningún riesgo. Eso les permite potenciar otras actividades –buscar comida o reproducirse, por ejemplo– para las cuales estar a la defensiva es un impedimento.
También es habitual que ante una amenaza que nunca se concreta se produzca un efecto de acostumbramiento, es decir, un decaimiento de las respuestas defensivas. Si pasa en todas las especies animales, por qué no va a suceder en el hombre. ¿Cuánto de biología y cuánto de ideología habrá en esta cuestión de establecer entre individuos de una misma especie la relación entre presa y predador, que en la naturaleza se da entre especies diferentes? Por lo menos, en esto de asumir que “otros” serían nuestros “predadores naturales”, de ciencia, nada. Que se hable del otro como si se tratase de una especie diferente es un hecho cuya gravedad no se puede pasar por alto.
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