Sábado, 3 de abril de 2010 | Hoy
CRIMENES DE LA RAZON
EL FIN DE LA MENTALIDAD CIENTIFICA
Robert Laughlin
Katz Editores. 154 páginas
El libro me fue dado por el editor de este suplemento, Leonardo Moledo, con una advertencia que era casi una crítica en sí misma: “Cuidado que parece ser una cosa medio posmoderna”. La sospecha, a primera vista, era fundada: el título Crímenes de la razón. El fin de la mentalidad científica amenazaba con convertir las páginas de Laughlin en una de esas peroratas antirracionalistas vertidas en tantos libros como ejemplares de ese tipo sobran.
El libro resultó ser, sin embargo, totalmente otra cosa. No se trata de un ataque a la razón sino de una denuncia al proceso de ocultamiento de información científica que, con la excusa de que es “potencialmente peligrosa” e intencionalmente rotulada bajo la denominación “información técnica”, es monopolizada por los sectores económicamente más pudientes o, paradójicamente, por aquella entidad que mayor poder de destrucción ha demostrado en la historia de la humanidad: los Estados nacionales.
Si la historia del hombre, dice Laughlin, es la historia del control y el dominio de elementos potencialmente peligrosos (el fuego, el cuchillo, el automóvil), y el hombre sigue existiendo en gran parte gracias a esos elementos, no hay motivo real para resignarse a desconocer ciertas cosas por el simple hecho de que son inconvenientes para los intereses de un Estado o de una empresa privada. El acceso al conocimiento puede chocar con intereses económicos, pero no por eso debemos renunciar a él.
Tal actitud –la resignación, la impasibilidad, la desidia, el conformismo– sería contraria a la esencia de la mentalidad científica. Tal vez Laughlin yerre en el título. Ya no estamos frente a crímenes de la razón (como podría denunciar en jerga preferentemente inentendible cualquier posmoderno) sino ante crímenes contra la razón. Porque limitar el libre acceso al conocimiento y el uso de la razón es, justamente, atentar contra algo constitutivo para ambos (espero no equivocarme): el no tener ningún límite en su horizonte.
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