La posibilidad de crear vida artificialmente es un desafío prometedor, y a la vez inquietante, que intenta abordar la ciencia en nuestros días. El 20 de mayo la revista Science publicó un artículo titulado “Creación de una célula bacteriana controlada por genes sintetizados químicamente”. En este número de Futuro nos ocupamos de la catarata de especulaciones que desató el hallazgo científico, pomposamente presentado como la creación de vida artificial y de sus alcances, sobredimensionados por algunos y minimizados por otros.
› Por Jorge Forno
La idea de creación de vida artificial ya no es lo que era. Atrás quedaron las fantasías futuristas que auguraban un siglo XXI plagado de robots autorreplicantes y otras formas de vida inorgánicas o conformadas por híbridos de humanos y máquinas. Ni la simpática Robotina de los dibujos animados ni los androides soñando con ovejas eléctricas ocupan hoy el lugar de la vida artificial, desplazados por los proyectos de la menos vistosa biología sintética; un campo de investigación en el que confluyen disciplinas como la bioquímica, la ingeniería y la informática, para diseñar modelos de sistemas biológicos.
En este terreno no se piensa crear impactantes humanoides sino una batería de microorganismos, con múltiples prestaciones. Pequeñas máquinas biológicas que, por ejemplo, tengan aplicación en la industria química y farmacéutica, o limpien ambientes contaminados. Quien posea el conocimiento y la tecnología para crear estos microorganismos tendrá también la muy redituable posibilidad de negociar –patentes mediante– suculentos ingresos a cambio de su utilización a escala industrial.
Este juego de ciencia y negocios le sienta muy bien al bioquímico y farmacólogo estadounidense John Craig Venter. Ex combatiente en la guerra de Vietnam, Venter se interesó por la genética desde el principio de su carrera profesional. No sólo por la genética: hacer dinero era otra de sus pasiones. Tanto es así que desde su primer trabajo científico de importancia –una técnica de identificación de ácidos ribonucleicos (ARN)–- bregó por patentar sus descubrimientos, cayendo muchas veces en batallas legales con resultados diversos. Así, se integró a Celera Genomics, un consorcio privado que participó en la carrera por secuenciar el genoma humano. Pero su intención de vender los datos del genoma humano chocó contra la iniciativa del consorcio público internacional encabezado por los Estados Unidos y conformado por una extendida red de colaboradores, que finalmente logró mantener la información en la esfera pública.
Venter se alejó de Celera Genomics en 2002, pero siguió en el ruedo genético con la dirección del J. Craig Venter Institute y su participación en la empresa Synthetic Genomics, dedicada a obtener aplicaciones industriales de organismos genéticamente modificados. A lo largo de su carrera, Craig se mostró como un experto en difundir sus logros no sólo a través de papers –un recurso de la comunidad científica que parece muy convencional para él– sino también a partir de reuniones de prensa o –a tono con los tiempos que corren– videoconferencias semejantes a las brindadas por los directores de las más importantes firmas mundiales. Un verdadero hombre de negocios que sabe cómo lograr una amplia repercusión en los medios.
En los últimos años los anuncios impactantes de Craig Venter se convirtieron en un verdadero clásico de la ciencia. Desde la carrera por el secuenciamiento del genoma humano, se lo conoce por poseer una enorme capacidad para magnificar sus logros. A finales de 2007 anunció que había conseguido obtener un cromosoma artificial a partir de síntesis química, y en 2008 el primer genoma sintético de una bacteria. Pero la noticia más espectacular estaba por venir. El 20 de mayo se publicó en Science el ya famoso artículo que Craig Venter firmó con 24 colaboradores de su instituto acerca de la creación de una célula bacteriana controlada por genes sintetizados químicamente. Y a continuación, en una videoconferencia, se explayó a gusto sobre la que según él es “la primera especie con capacidad de replicarse cuya madre es una computadora”. Pero esto no es todo: un canal internacional de divulgación científica transmitirá un programa especial sobre este hallazgo, al que promociona como un recorrido de “los esfuerzos del instituto del Dr. Venter para crear esta vida artificial”, con grabaciones obtenidas durante los cinco años que duró el proceso. La idea de que se había creado vida artificial, con sus connotaciones religiosas y filosóficas, resultaba sumamente atractiva y corrió rápidamente por el planeta, multiplicándose en títulos de diarios, noticieros de radio y televisión e Internet. Una idea atractiva e impactante, pero errónea.
El artículo de Science no hace ninguna mención a la vida artificial. Es más: la palabra vida aparece sólo dos veces en sus doce páginas: una vez en relación con el almacenamiento digital de la secuencia genómica y otra en referencia a la discusión ética que hacia el futuro se abre sobre la cuestión de la vida sintética. Lo que sí explica el artículo es el desarrollo de una técnica para insertar un genoma bacteriano sintetizado químicamente en otra bacteria del mismo género (Mycoplasma) pero de distinta especie. Ni más ni menos que un trasplante de material genético, que permitió a la bacteria receptora restablecer sus funciones vitales y replicarse formando colonias. Eso sí, siguiendo las instrucciones del material genético insertado sin dejar rastros de las proteínas de la célula original. Que este material genético funcione efectivamente es uno de los mayores logros del equipo de Craig Venter. El refinamiento de las técnicas de secuenciación permitió obtener la secuencia exacta y completa del ADN bacteriano. Mientras otros grupos de investigación basan sus técnicas en la introducción de múltiples inserciones, sustituciones o eliminaciones en el ADN, los muchachos de Venter apuestan a la síntesis química completa del ADN a partir de instrucciones contenidas en un archivo digital. Cualquier error en su síntesis química, por mínimo que fuera, lo dejaría fuera de carrera y el experimento fracasaría. En el paper publicado en Science se señala que un error de una base en el millón que constituye el ADN de esta “simple” bacteria demoró en varias semanas la conclusión del experimento. La cuestión es que cuando secuenciaron el ADN de las nuevas colonias confirmaron que la bacteria tenía el genoma sintético y que estaba produciendo proteínas de la bacteria dadora.
A pesar de lo revolucionario que suena –científicamente hablando, claro– hablar de vida artificial o de bacteria sintética, en este caso resulta a todas luces excesivo. Invita a pensar en un científico que de una mixtura de compuestos químicos simples acaba sacando de la galera –o más bien de un tubo de ensayo– una célula totalmente nueva y desconocida. La imagen, apta para novelas o películas de ciencia ficción, se aleja totalmente de la realidad. Es cierto que el grupo de Craig Venter ha avanzado paso a paso hasta que consiguió poner a punto una técnica novedosa para la producción de un genoma sintético y el almacenamiento de esa información en un soporte digital. Y que ha logrado tranplantar un genoma propio de una especie de bacteria a otra, en un procedimiento que demandó intervenir sobre los mecanismos bioquímicos de la célula receptora. Pero de ninguna manera se puede afirmar que se creó una célula nueva.
Presentar el asunto como la creación de vida artificial desató especulaciones, no sólo en el plano científico, sino también en lo religioso. Y en un punto, la opinión del Vaticano coincide con la de los científicos: no se ha creado vida, sólo se la ha modificado por medio de un trabajo de ingeniería genética de alto vuelo.
Es que las noticias sobre la vida artificial difundidas por los medios contrastaron con la rigurosidad y mesura del artículo científico. Los anuncios rimbombantes de Craig Venter no deberían sorprender a nadie, ya que son una fabulosa herramienta para mostrarse a la vanguardia en la carrera por conseguir la deseada capacidad de generar la vida sintética. Su bacteria artificial, aún no creada, ya tiene un nombre registrado que no deja dudas respecto de su futuro origen: Mycoplasma laboratorium. Por otra parte, muchos creen que para que el Mycoplasma laboratorium sea una realidad sólo hace falta tiempo. El grupo de investigación cuenta con los necesarios recursos humanos y económicos y no tiene problemas de financiamiento ni debe peregrinar para obtener dinero de las agencias estatales. La firma Syntethic Genomics se encarga del asunto, y en conjunto con empresas petroleras estadounidenses, reunió unos 40 millones de dólares para el proyecto, esperando obtener dividendos de las futuras aplicaciones comerciales.
Otros grupos de investigadores, probablemente con menos recursos materiales, sostienen concepciones y estrategias diferentes para crear la tan ansiada vida artificial. Trabajan en la creación de una protocélula: un conjunto básico de sustancias químicas y material genético envuelto en una pared de fosfolípidos que le sirva de aislante del medio externo. La definición de la vida artificial es de por sí problemática y engloba cuestiones tales como la inteligencia artificial, la utilización de software de simulación para predecir el comportamiento de sistemas biológicos o la síntesis de células vivas desde cero.
No está en juego sólo el prestigio científico. Se espera que en el futuro se puedan obtener células de diseño capaces de producir medicamentos, vacunas o biocombustibles, potabilizar agua o biodegradar sustancias contaminantes. Y sería en ese momento cuando Venter podría jugar al juego que mejor juega y que más le gusta: patentar las aplicaciones comerciales que deriven de sus hallazgos. Las células de diseño podrían integrar líneas de producción a escala industrial, para obtener en cantidad sustancias que actualmente requieren complejos procesos de aislamiento. Hoy por hoy ya existen estas verdaderas fábricas celulares, pero no están montadas con microorganismos de diseño sino con bacterias genéticamente modificadas, como en el caso de la producción de insulina.
Pero no sólo se trata de fábricas: las bacterias de diseño podrían constituir un microscópico ejército ambiental que actúe limpiando un derrame de petróleo o tomando dióxido de carbono de la atmósfera para convertirlo en biocombustibles, áreas en las que Synthetic Genomics, al estar en parte financiada por firmas petroleras, juega un partido aparte. Debe posicionarse como pionera frente a otros investigadores que trabajan en esos temas, y para eso cuenta con un experto en pegar el primer golpe: Craig Venter. Otro motivo por el que un hallazgo que es comunicado con precisión y austeridad en una revista científica puede ser manipulado hasta convertirse en un anuncio espectacular y resonante que invada los medios de comunicación. Los negocios tienen razones que la ciencia parece no entender.
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