Sábado, 16 de julio de 2011 | Hoy
Por Ezequiel Acuña
HISTORIA DE LA SALUD
Marcelo Rodríguez
Capital Intelectual
Vale una aclaración para hipocondríacos y despistados: Historia de la salud... no se trata de una historia de la medicina, aunque la medicina esté inevitablemente presente. Y es esta una de las cualidades más interesantes del libro de Marcelo Rodríguez. Se trata, precisamente, de una revisión histórica del concepto de “salud”, sus cambios, sus desviaciones, y su relación con la cultura y la filosofía de cada época que integra la larga tradición de la sociedad occidental. Por otro lado, el libro de Marcelo Rodríguez –querido y magistral colaborador de Futuro– viene a sumarse a los más de diez títulos que integran la colección “Estación ciencia”: Historia de la materia, Historia de la energía, Historia de las epidemias o Historia de la luz (que dirige Leonardo Moledo) son algunos de los libros que, partiendo de la misma propuesta metodológica, se han abocado a reconstruir las diferentes concepciones históricas de fenómenos que la ciencia moderna –muchas veces solo aparentemente– parece haber definido para siempre.
Está claro que, como historia del concepto de salud, no intenta dar cuenta sencillamente del tránsito de la medicina antigua hasta su estado de evolución actual. Como dice el autor si sólo se considerara a la ciencia como un pasaje de la oscuridad del misticismo hacia la luz del conocimiento objetivo, sería difícil entender el rol que jugaron personajes tan complejos como Paracelso, un adelantado que previó la naturaleza química de los fenómenos que se dan al interior de los seres vivos y, al mismo tiempo, un místico y alquimista que inició las prácticas con mercurio.
En ese sentido, Historia de la salud establece un recorrido por las prácticas médicas de cada momento en relación con la definición de salud imperante en esa época. Es inevitable percibir un progreso y un avance efectivo de la ciencia; en todo caso se trata de esa línea a lo largo del tiempo que nos conecta con una tradición que nos pertenece y que forma parte de la base de nuestra ciencia actual, esa relación necesaria entre pasado y presente.
Como buen comienzo, Historia de la salud se inicia con el Génesis para pasar revista de la obsesión por apartar lo “sucio” o lo “impuro” que será el gran condicionante de la idea de salud durante toda la antigüedad. La imbricación entre reglas morales y reglas higiénicas que aparece en el Antiguo Testamento marca la línea de investigación de todo el libro. La gran pregunta que intenta contestar es de dónde provenía –y por qué– la normativa que decía qué hacer, y qué no, para conservar la salud que hoy está encarnada en la voz de la ciencia moderna.
El camino es sinuoso pero cautivador. Los valores morales, la religión, las diferentes concepciones del cuerpo individual y social, van armando el mapa de qué se entendía por salud (cómo se intentaba conservar) y qué por enfermedad. Así, el equilibrio y la democracia de la Grecia clásica están en las bases para que Hipócrates pueda decir que “todo lo excesivo es contrario a la naturaleza” y la medicina occidental nazca bajo el reino de lo absoluto, lo constante y lo invariable. La teoría de los humores, fundamentada en la armonía de los opuestos, tendrá una vigencia de más de dos milenios y dará lugar a las purgas de los fluidos internos, y más tarde a las sangrías con sanguijuelas, sumamente populares en el primer siglo de la Era Cristiana. Cuando el cristianismo pasó a ser la religión oficial del Imperio Romano, la ciencia y la religión se fusionaron, y la relación entre el cuerpo humano y la voluntad divina fortaleció la idea aristotélica de la physis en armonía con el universo.
El recorrido atraviesa la Peste Negra del siglo XIV que dio inicio a las prácticas de salud pública; el nacimiento del humanismo cívico que secularizó los criterios pero sostuvo la idea de enfermedad como desvío moral; y los pequeños cambios que fueron dejando atrás la armonía griega con el universo para dar lugar a la idea de sistema inmunológico de Mechnikov.
Algo se mantiene y va componiendo el hilo de la tradición. Y es que la definición del concepto de salud siempre tiene un carácter normativo para las sociedades que llega a plasmarse en la modernidad como un imperativo. Que Historia de la salud no se trate de una historia lineal de la evolución médica tiene como consecuencia que el arribo del recorrido a la época actual no sea una exaltación de la luminosidad de la medicina contemporánea. Hacia el final, Marcelo Rodríguez les dedica algunas páginas a las llamadas pseudoenfermedades (la calvicie, el mal humor, el envejecimiento, la celulitis, la infelicidad) sostenidas por los departamentos de marketing de los grandes laboratorios que encuentran nuevas formas de definir la salud. Es evidente que no estamos exentos de la normatividad ni de la tarea de seguir definiendo el concepto de salud y es ahí donde, precisamente, el diálogo con la tradición se vuelve necesario y enriquecedor.
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