Sábado, 2 de noviembre de 2002 | Hoy
ANTICIPO: EL DIALOGO DE UN CIENTIFICO Y UN FILOSOFO
Por Martín De Ambrosio
Podrán entenderse
en un diálogo, por extenso que fuese, un filósofo y un científico
que se dedica a las neurociencias? ¿Serán finalmente incompatibles
sus discursos? ¿O podrán encontrarse en algún momento,
dado que, en definitiva, están hablando de la misma cosa? Y, por otra
parte, ¿es posible una ética basada en la naturaleza biológica?
Es decir, ¿existen predisposiciones neurales al juicio moral?
El desafío queda picando desde la misma presentación del libro
que en estos días comienza a distribuir el Fondo de Cultura Económica
en el que el neurobiólogo Jean-Pierre Changeux (autor de El hombre neuronal)
y el fenomenólogo Paul Ricoeur (Tiempo y narración, entre muchísimos
otros) discuten sobre cómo pensar al cerebro, y sobre qué posibilidad
hay de que en definitiva la moral sea, también, el fruto de la evolución
de las especies.
La postura que sostiene Changeux en todo el diálogo, y con numerosos
ejemplos, se puede resumir así: es posible descubrir en qué
medida se puede arraigar lo normativo en la evolución biológica
y en la historia cultural de la humanidad. En ese mismo sentido se pregunta:
¿será posible elaborar una nueva ética que (...)
extienda por medio del aprendizaje los instintos sociales de simpatía
que tienen su origen en la evolución de las especies?
Para Ricoeur, en cambio, la insinuación de que la moral es un producto
de la evolución es, digamos, post facto. Es que, para él, lo que
hace Changeux es partir de una posición moral admitida y buscar
sus antecedentes biológicos y eso por lo menos no es
lícito. Y, en ayuda de su argumentación, recurre al paleontólogo
Stephen Jay Gould quien señala el artificio de considerar al hombre como
el punto cúlmine de la evolución, desdeñando a las otras
especies vivientes en la actualidad, desde las bacterias hasta los elefantes,
pasando por los gusanos.
El programa de las neurociencias
El programa de investigación
explicitado por Changeux también incluye ver en qué medida si
es que existe alguna los conocimientos que la ciencia aporta sobre el
cerebro pueden brindar nuevas formas de concebirnos y de concebir las ideas
de la humanidad. Como buen neurobiólogo, en la argumentación de
Changeux aparecen abundantes ejemplos a partir de los cuales se evidenciaría
una geografía de la comprensión en nuestra corteza cerebral (por
ejemplo: las mismas neuronas de un simio entran en actividad cuando el animal
se lleva un alimento a la boca y cuando quien come es el experimentador).
Changeux deja claro que el camino que señala recién comienza a
recorrerse, dada la apabullante complejidad del sistema neuronal (el número
de combinaciones posibles entre todas las sinapsis es comparable al número
de partículas cargadas positivamente en todo el universo). Ricoeur, a
su turno, concede que el conocimiento que aportan las neurociencias es válido
respecto de lesiones, disfunciones, etc., pero que no puede explicar el funcionamiento
normal, los conocimientos felices según su misma expresión.
La diferencia central, en definitiva, es que para Changeux el saber se conjuga
en futuro, es algo que se va a obtener, y para Ricoeur, en cambio,
el saber surge de la interpretación de los textos canónicos, con
los fenomenólogos (en especial Husserl y Merleau-Ponty) a la cabeza.
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